“Reivindico el dolor de Lola, el dolor de todos los que lucharon por la democracia, que el silencio de aquel entierro de ojos rojos del llanto supusieron la misma ilusión de cambio que hoy, cuando otras generaciones que tienen el compromiso con su tiempo piden un cambio para hacer real la democracia que con tanto dolor conseguimos. Por eso tenemos que recordar para atrás con ilusión e igualmente tenemos que rebelarnos con compromiso contra la situación de destrozo democrático que estamos viviendo”. (Cristina Almeida)
En marzo de 1976, los sucesos de Vitoria supusieron la muerte de cinco trabajadores, sesenta heridos graves (la mitad heridos de bala) y cientos leves. En mayo, en Montejurra (Navarra) se producen dos muertos y varios heridos por disparos. Ambos son intentos de mostrar la fuerza que aún atesora el gobierno presidido por Carlos Arias Navarro.
El 15 de diciembre de 1976, con Adolfo Suárez ya en el gobierno, se convoca el referéndum para la reforma política. Gana ampliamente el sí, frente a un 7% que representa el inmovilismo franquista. El 4 de enero se promulga la ley de Reforma Política.
Previamente, se intensifica la presión desde la izquierda radical, con atentados de ETA y, especialmente, el secuestro por el GRAPO, el 11 de diciembre de 1976, del Presidente del Consejo de Estado y destacado ultraconservador, Antonio María de Oriol y Urquijo.
En estos momentos, el fascismo y los elementos más ultras ligados al franquismo campan a sus anchas por toda España, especialmente en Madrid, con el apoyo, activo y/o pasivo, de las fuerzas del orden.
Los pasos hacia la democracia, las pequeñas reformas que se van acometiendo hacen pensar a los sectores mas inmovilistas que sus posiciones sociales y económicas peligran y, por ello, deben colaborar a crear las condiciones de desestabilización social y política que justifiquen y provoquen un nuevo golpe de estado.
El movimiento vecinal, el resurgir del movimiento estudiantil y la labor de los despachos laboralistas (hay que recordar la situación de ilegalidad del PCE y las CCOO), se convierten en las herramientas, si no únicas, las más importantes y efectivas con que cuentan los trabajadores y la ciudadanía en general, en su lucha abierta por una sociedad democrática.
En este contexto se produce, en la noche del 24 de enero de 1977, la conocida como “matanza de Atocha” perpetrada por elementos de ideología ultraderechista contra un despacho de abogados laboralistas en Madrid.
Entre las víctimas, aunque sobrevivió, se encontraba Lola González que, gravemente herida, perdió allí a varios de sus compañeros de despacho. Entre ellos, a su marido Javier Sauquillo.
Decía Cristina Almeida que “Lola tenía el corazón helado por el mes de enero”.
En enero de 1969, Lola y su novio, Enrique Ruano, son detenidos por la policía. Tras tres días de tortura, Enrique Ruano muere asesinado por la policía al tirarle por el hueco de las escaleras.
En enero de 1977, pierde varios compañeros, su marido y el hijo que esperaba.
En enero del 2015 fallece en su casa, como consecuencia de un cáncer terminal. La tragedia la acompaña y junto a ella, dos días después, fallece su compañero de los últimos 20 años José María Zahera, “Chema”.
Jaime Sartorius, abogado de la acusación, dijo sobre el juicio del atentado de Atocha: “Faltan las cabezas pensantes. No nos dejaron investigar. Para nosotros, las investigaciones apuntaban hacia los servicios secretos, pero solo apuntaban. Con esto no quiero decir nada.”
La muerte de Enrique Ruano se calificó de suicidio y no se autorizó su investigación.
La “matanza de Atocha” se salvó con la condena únicamente de los autores materiales y no se permitió investigar a los autores intelectuales.