Para las fuerzas políticas antifranquistas, la década de los cincuenta es uno de los períodos más duros si se tiene en cuenta las dificultades añadidas a las existentes desde el inicio del levantamiento militar de 1936. Tras la guerra se abrió un periodo durísimo de lucha por la supervivencia física y organizativa. Sin embargo, el contexto, con todo, no era tan desalentador como lo sería pocos años después de acabada la II Guerra Mundial.
En efecto, la perspectiva de un triunfo de los Aliados y la posibilidad de que la caída de las potencias fascistas pudiera arrastrar al régimen franquista, ofrecía un horizonte de esperanza a todas aquellas personas dispuestas a enfrentar, por cualquier medio, al régimen fascista surgido de la guerra civil. Sin embargo, aquellas esperanzas quedaron pronto defraudadas. Al conflicto contra el fascismo siguió, casi de inmediato, la llamada Guerra Fría, que impuso una visión simplificadora de lo que significaba el franquismo. Las potencias occidentales comenzaron avalorar la importancia de mantener a Franco en el poder si de ese modo se garantizaba que los comunistas no tendrían posibilidad de influir en el futuro español. Habrá que esperar a la década de los cincuenta para que, con el paso del tiempo, nuevos elementos contribuyan a modificar lentamente la situación y a abrir nuevas perspectivas en la lucha contra el fascismo.
La oposición democrática derrochó ilusión y activismo impulsando una serie de movilizaciones populares que tuvieron un éxito significativo, vistas las condiciones existentes, en el País Vasco y en menor medida en Cataluña. Sin embargo se trataba del canto del cisne. El desmantelamiento político, la derrota militar, la represión brutal y la falta de perspectivas inmediatas, vinieron a demostrar que las posibilidades de forzar un cambio de régimen eran muy escasas.
Aún así, el gobierno franquista se mostraba incapaz de ofrecer a la población algo más que discursos imperiales basados en el anticomunismo y la esencia católica del país. A pesar de gozar de un poder omnímodo, la situación seguía marcada por el atraso y las dificultades para iniciar la recuperación económica. Existía un hambre real entre la población en medio de un sistema autárquico inviable que permitía el enriquecimiento de unos pocos aprovechando la burocracia y la corrupción oficial. Es por esto que en 1956 se producen una serie de cambios significativos que permiten al régimen franquista iniciar una segunda etapa que busca consolidar su situación aprovechando os vientos favorables de la coyuntura internacional.
En pocos meses se procedió a desmantelar el modelo de autarquía, promulgar un Plan de Estabilización e iniciar una tímida liberalización económica. Todo ello con el objetivo de romper los límites con los que el sistema tropezaba hasta ese momento y buscar una estabilización que permitiera la consolidación definitiva del régimen de cara a iniciar un proceso de apertura hacia el exterior en busca de reconocimiento y homologación.
Con este contexto, las tareas de la resistencia eran especialmente complicadas y difíciles. Aún así, comenzaron a percibirse algunos datos que permitían señalar la existencia de nuevos factores que podían contribuir a dinamizar la lucha.
Transcurridos ya veinte años de franquismo, una nueva generación que no había conocido directamente la guerra entraba en escena. En ese año de 1956 se produjeron en la Universidad importantes movilizaciones que acabaron con incidentes en las calles de Madrid. Para el régimen se trató de una verdadera sorpresa. Los hijos de los ganadores de la guerra se mostraban reacios y disconformes con el funcionamiento del sistema.
Estos cambios no pasaban desapercibidos para el PCE que intentaba adaptarse a la situación trabajando en la clandestinidad y animando las incipientes movilizaciones estudiantiles de aquél año. No es por casualidad que en esas fechas se diera a conocer la nueva línea política del partido que pronto sería conocida como la política de reconciliación nacional.
Pero había más. Al calor de aquellos acontecimientos surgió un grupo de jóvenes de inspiración cristiana que hacía un análisis de la situación totalmente novedoso por lo que suponía de ruptura con el sistema imperante y porque se trataba de jóvenes de familias acomodadas que manifestaban una profunda insatisfacción con respecto al estado de cosas imperante. Pronto este grupo tomó la decisión de organizarse dando origen al Frente de Liberación Popular (FLP), que acabaría siendo conocido como el Felipe en los medios opositores. No era el único caso. En el País vasco, un grupo de jóvenes, descontentos con la línea política aplicada por la resistencia dirigida por el PNV, se organizarán en esos mismos años dando origen a Ekin, antecedente de la que en 1959 pasará a llamarse ETA. En un lapsus de tiempo muy corto surgirán grupos de activistas en Galicia y Canarias que darán origen a los primeros núcleos de movimientos nacionalistas que irán evolucionando hacia posiciones ideológicas cercanas a la izquierda.
Las primeras huelgas masivas en los años sesenta
La década de los sesenta traerá importantes novedades en el movimiento obrero. La principal será la consolidación de un nuevo modelo organizativo que han puesto en marcha los trabajadores asturianos: las comisiones obreras. Se trata de elegir representantes al margen de las estructuras sindicales del régimen para abordar un problema concreto. Esos representantes deben informar a la asamblea de trabajadores antes de tomar decisiones definitivas y una vez resuelto el problema en cuestión, la comisión obrera se disuelve. El PCE tomará nota muy pronto de este nuevo sistema y comenzará a extenderlo. Ya en 1961 aparecen comisiones de obreros en Euskadi y pronto también en Cataluña. La prueba de fuego vendrá con las grandes huelgas de los años 1962 y 1963 que lograrán extender la agitación social prácticamente al conjunto del estado. Movilizaciones y represión van de la mano en esa época y supone costos muy elevados: detenciones, palizas, torturas, despidos, deportaciones….. Sin embargo nada detendrá, en adelante, a los trabajadores cuando se decidan a luchar. Las comisiones de obreros se convertirán en una organización que irá estabilizándose lentamente al tiempo que se extienden por todo el territorio.· Hay una creciente participación en las movilizaciones que se van radicalizando ante el acoso policial. El número de obreros detenidos va en aumento y esto contribuye a que las peticiones de amnistía aparezcan muy pronto entre las reivindicaciones básicas de los trabajadores. Dirigentes como Marcelino Camacho y otros muchos comienzan a tener cierta notoriedad al tiempo que algunos conflictos se convierten en modelo a seguir de cara a las movilizaciones como el caso de la huelga de Bandas en Vizcaya (1966-67)
En esta época surgirán diferentes agrupamientos vinculados a los sectores cristianos y comunistas dentro del movimiento obrero. Por primera vez desde la guerra civil se puede hablar de una coyuntura en la que los trabajadores llevan la iniciativa con unas acciones que contribuyen a erosionar al régimen franquista aunque no serán capaces de ponerle contra las cuerdas hasta el final de esa década y primeros años setenta.
Los estudiantes y la lucha contra el SEU
Desde 1956 los estudiantes han comenzado a romper con el régimen franquista de forma abierta y decidida. Aún así habrá que esperar varios años para que esta actitud de resistencia e insumisión hacia el franquismo adquiera consistencia. La década de los sesenta será el período de mayor dinamismo estudiantil. La lucha contra el SEU (Sindicato Español Universitario), de orientación falangista y afiliación obligatoria, será el catalizador del malestar entre los estudiantes. De este modo se irá extendiendo la movilización y la lucha. Con ella surge la necesidad de coordinación lo que lleva casi de inmediato a reclamar un sindicato estudiantil de carácter democrático. En esos años se creará la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE) que después se ampliará para transformarse en Confederación Universitaria Democrática (CUDE) que organizará las primeras jornadas de renovación universitaria.
El SEU entrará en crisis y será desmantelado en 1965. Este hecho abre una nueva etapa en la que se debatirá sobre las posibilidades de construir una organización democrática, abierta y legal, en medio de la represión o si, por el contrario, es mejor organizarse de manera clandestina para evitar la represión. La respuesta que se dé a este debate hará que ciertos sectores radicalizados comiencen a estructurarse en nuevos agrupamientos políticos que aspiran a liderar una vía política diferente a la impulsada por el PCE. Está naciendo lo que en esos años será conocido como nueva izquierda que se alimentará ideológicamente de corrientes minoritarias como el maoísmo o el troskismo pero que cuentan con el viento a favor de los acontecimientos internacionales: guerrillas en América Latina, Mayo del 68 en Francia y otros lugares europeos, acontecimientos en Vietnam o denuncia de la invasión soviética de Checoslovaquia.·
Más allá del partido… hay vida
La segunda gran etapa del franquismo coincide con la aparición de espacio político nuevo integrado por una serie de organizaciones que serán conocidas con diferentes nombres: extrema izquierda, nueva izquierda, izquierda revolucionaria, serán algunos de los más utilizados. Todas ellas son el resultado de los cambios introducidos por el PCE en su orientación estratégica y sus aspiraciones variarán entre quienes aspiran a corregir lo que consideran un deslizamiento hacia posiciones revisionistas o quienes se presentan como la verdadera alternativa ante un PCE ya degenerado.
En conjunto serán minoritarias aunque dotadas de un activismo y un voluntarismo que en ocasiones permitirá que cuaje la idea de haberse convertido en hegemónicas. Aportaron un importante caudal de ideas y energía que enriqueció la lucha contra la dictadura. En todo caso, su aparición fue lenta y desigual ya que no dejaron de ser el resultado de experiencias de lucha y procesos de reflexión parciales, desarrollados en ciertos territorios y no a escala estatal. Los primeros pasos se darán a partir de las movilizaciones de 1956 con la entrada en escena grupos nuevos que no guardan ninguna relación con las organizaciones existentes antes de la guerra (FLP, ASU, ETA) que irán introduciendo un nuevo lenguaje político, referencias ideológicas que permitirán renovar la tradición anterior y una práctica política que, en muchos casos, llevará al sectarismo. Hay quienes quieren ver en este fenómeno la entrada de una nueva generación a la lucha con sus propias ideas y valores. Una segunda fase se abrirá a partir de 1968 tras la acumulación de experiencias importantes en la movilización antifranquista que no han logrado ablandar al régimen. Ese año está plagado de acontecimientos internacionales que ofrecerán oxígeno a una oposición sacudida por la represión en múltiples frentes. Sin embargo, la experiencia de los años anteriores llevaba el germen de un proceso interno de reflexión entre quienes insistían en ocupar el máximo espacio legal posible que permitiera la dictadura y quienes se planteaban la necesidad de reforzarla organización clandestina para garantizar una lucha más eficaz y capaz de resistir a los golpes represivos. Por fuerza, en el plano ideológico se produjo un reforzamiento del leninismo como modelo más adecuado para trabajar en circunstancias especiales lo que favoreció la eclosión de numerosos grupos en los años finales de la década de los sesenta. De este modo el PCE perdía el casi monopolio que hasta entonces ostentaba como fuerza organizadora y dinamizadora de la oposición al franquismo.
Continúara:
•···¿Quiénes lucharon en contra la dictadura? (2): El Frente de Liberación Popular (FLP)
•···¿Quiénes lucharon en contra la dictadura? (3): El desarrollo de los partidos maoístas
•···¿Quiénes lucharon en contra la dictadura? (y 4): La corriente troskista