Paseamos por los lugares en los que habitamos, o que visitamos, y encontramos cosas, objetos, cachivaches a nuestros ojos en muchas ocasiones. Ni reparamos en ellos, ya hemos perdido la capacidad de observar, de mirar. La prisa apenas nos deja ver. Quizá un selfie rápido, o una ráfaga de ellos más bien, que documentan nuestra visita, nuestro encuentro con esos objetos. Algunas de esas cosas vistas, quizá solo las miradas, formarán parte de esos recuerdos que seleccionamos cuidadosamente al dormir. Desechamos muchos, la mayoría, e hilvanamos los seleccionados a esa red propia que pretende crear una identidad o imagen de nosotros mismos.
De esta forma, la relación entre nuestra memoria y lo que nos rodea toma su importancia. El espacio y los objetos que en él se disponen interactúan con nosotros, y con los otros, por lo que podríamos pensar que también lo hacen en lo que llamamos memoria colectiva (o social, pero ahora no es lugar para el debate que bien resume David Ramos Delgado). Ese proceso de construcción social que siempre nos tiene enredados en esta sección. Esa narrativa donde se ordenan sucesos en el tiempo y en el espacio y que cuenta con personajes: en este caso, un buque de guerra.
Y todo esto al recordar un paseo veraniego por el Museo de la Armada de Limpias, municipio y pueblo ubicado en la zona nororiental de Cantabria. Puesto que lo que allí se ve, especialmente el personaje principal, ‘El Cervera’, hace aflorar los propios recuerdos, la memoria, la historia y también hace que nos interroguemos: ¿Qué hace eso allí? ¿Qué aporta a lo colectivo? ¿Quién ha seleccionado esas piezas? ¿Qué se pretende con ello? ¿Qué se busca? ¿Puede representar a un pueblo esa selección “de armamento”? ¿Puede, en definitiva, el Parque de la Armada de Limpias, formar parte de su memoria colectiva?
Pero busquemos el principio. José Luis Casado Soto recordaba que a lo largo del pasado siglo XX y de este XXI, el litoral cantábrico ha visto florecer instalaciones que al amparo de la idea de Patrimonio Marítimo se han ido instalando por doquier. El Museo de la Armada Española de Limpias, de iniciativa privada asumida por su Ayuntamiento, expone desde 1993 piezas navales, como anclas, hélices, piezas de artillería naval, una mina, un torpedo, el palo principal del destructor D-62 «Gravina», etc. “Tales iniciativas generalmente son acogidas por ayuntamientos o autoridades portuarias, como parte de sus programas de promoción y desarrollo turístico…”. Al margen de la evidencia premonitoria sobre la intervención del presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla (PRC), y Okuda en el Faro de Ajo (el mismo Casado Soto señalaba la inclinación generalizada de los políticos a entender la cultura como espectáculo), la cita aclara el objeto de la actuación, de muchas de ellas en realidad, alejadas de un verdadero rigor museístico con función difusora del Patrimonio Marítimo, y rescatarlo así del olvido, entre la ciudadanía y su memoria.
Ahora veamos la selección del personaje. El ‘Almirante Cervera’ fue un crucero ligero que perteneció a la Armada española. Debe su nombre a un marino que participó en la Guerra de Cuba, el almirante español Pascual Cervera y Topete. José Ramón Cervera Pery conoce de primera mano sus características: 176 metros de eslora, un desplazamiento de 7.976 toneladas, equipado con 8 cañones y una tripulación de 560 marinos. Botado en El Ferrol el 16 de octubre de 1925 y dado de baja el 31 de agosto de 1965, tuvo un historial de servicio muy activo, en especial durante la Guerra Civil, en manos del bando franquista desde su inicio. Fue apodado ‘El Chulo del Cantábrico’ por la impunidad con la que minaba puertos o cañoneaba localidades costeras como Santander o Gijón.
Con uno de esos ocho cañones de ‘El Chulo del Cantábrico’ nos podemos cruzar al pasear por Limpias. Justo ese en el que pone «CERVERA» por si alguna duda pudiera asaltar al paseante. Ese cañoneo costero hace referencia al especial ensañamiento que con la población civil tuvo este chulo. Este buque fue capitaneado por Salvador Moreno, activo participante en la conspiración previa a la sublevación militar y posterior golpe de estado contra la República. Más tarde ejerció como ministro de la Marina durante la dictadura franquista.
Bajo el mando de Moreno ‘El Cervera’ participó en bombardeos indiscriminados por costas cantábricas y mediterráneas: Gijón, Valencia, Barcelona, San Sebastián. Pero, además, y como hecho tristemente destacable, participó en el bombardeo de la carretera Málaga-Almería durante lo que se conoce como La desbandá: el éxodo de la población malagueña tras la caída de Málaga, en poder del ejército franquista, el 8 de febrero de 1937, sin duda uno de los episodio más dramáticos, en términos de vidas humanas, de toda la Guerra Civil, muy superior al bombardeo de Gernika (un cómic pretende salvaguardar esa memoria para los más jóvenes).
Ahora que conocemos al personaje podemos preguntarnos por la intención de quién hizo tal selección. Porque quien decide se convierte en “emprendedor de memoria” pretende crear un relato, que a su vez incorpora de forma implícita un claro mensaje, se reinterprete o no con el tiempo. Por cierto, algún paseante quizá repara, sin duda gracias a un flash de su memoria, que ya se había cruzado con ese mismo cañón; sí, efectivamente, en Santander, en el antiguo parque de Rubén Darío, durante 35 años apuntando/apuntalando memorias. Y es que cuando empezó a no ser defendible su presencia en la capital todavía coleando hoy, por cierto, alguien se lo pidió para Limpias.
Y esa selección de piezas, con la ignominia que representa el cañón de ‘El Cervera’, en nada puede representar, a pesar de que lo hace, a un colectivo de habitantes, en este caso, como el de Limpias. Limpias en especial, porque a escasos metros de este desatino yace abandonado por todos, fuera de nuestra memoria, el Puerto de Limpias. Casos sobran. Casos donde el objeto de la supuesta exposición, museo, o el nombre que se le haya querido dar, enmascara, bajo el pretexto y paraguas del concepto patrimonial un objetivo de crear memoria en relación a un interés concreto, allí donde no tiene razón de ser: ni por el lugar, ni por el grupo humano que lo habita. Un interés que representa a una única persona, o a un grupo muy reducido de ellas, y que se auto-atesoran la capacidad de decidir sobre lo que el colectivo ha de recordar en su memoria, y fijar a su lugar. Esos creadores han de ser sustituidos por la participación real, plural y activa de todas las personas que comparten el espacio, puesto que compartirán el recuerdo, y entre todas, crearán su propia memoria.
Un nuevo paseo entre los objetos expuestos en Limpias quizá ayude a pensar en la guerra, en cómo encumbramos de forma implícita los artilugios que construimos para matar a nuestros iguales, en cómo ciertos políticos siguen decidiendo por nosotros, cómo vacían de contenido cuanto objeto o asunto cultural son capaces de alcanzar y cómo, solidariamente, podríamos hacer que otros nos conozcan por lo que somos y no por lo que otros han decidido que somos.