• El movimiento ecologista surgió como una respuesta al crecimiento económico de los años sesenta, responsable de la degradación acelerada de la naturaleza, el crecimiento desordenado de las ciudades y el aumento de la contaminación, además de oponerse al plan de construcción de siete centrales nucleares.

 

“La historia del ecologismo es sobre todo una sucesión de denuncias, protestas y movilizaciones que, en ocasiones, han alcanzado especial resonancia al ser asumidas por amplios sectores sociales puntualmente afectados. La contaminación del barrio por humos de una fábrica, la construcción del pantano que desplaza a todo un pueblo, el vertedero de residuos que nadie quiere cerca, el río cloaca que despide malos olores, las zonas verdes que alivian urbanismos de colmena, en fin, multitud de cuestiones que han sacado a la calle a miles de personas compitiendo en capacidad de movilización con las luchas obreras o la causa por la democracia, a la que también contribuyó el ecologismo”. Joaquín Fernández (1999): El ecologismo español. Alianza Editorial

Entre los fundamentos teóricos del movimiento ecologista se pueden encontrar elementos heterogéneos, tales como las ordenanzas y denuncias que intentaban limitar la sobreexplotación de los bancos pesqueros o de los bosques, en los inicios de la edad moderna; en una corriente económica del siglo XVIII, la fisiocracia, que introdujo nociones de sostenibilidad en el crecimiento económico; en el desarrollo desde mediados del siglo XIX de las ciencias naturales, que permitió comprender el funcionamiento de la naturaleza (la fundación por Augusto González de Linares de la Estación Marítima de Zoología y Botánica Experimental de Santander en 1886 fue fruto de este impulso); en el interés que el anarquismo y el comunismo libertario mostraron por el medio ambiente y la descentralización; e incluso en el deseo del naturismo por vivir en armonía con la naturaleza. Sin embargo, entre este pasado y las organizaciones que empezaron a surgir a partir de la segunda mitad de los años sesenta se produjo un vacío de casi un tercio de siglo: el que siguió a la Guerra Civil y el primer franquismo.

La movilización que comenzó a desarrollarse fue una respuesta al crecimiento económico de los años sesenta que provocó la degradación acelerada de la naturaleza, el crecimiento desordenado de las ciudades, la contaminación y la construcción de grandes infraestructuras; así como al plan de construir siete centrales nucleares repartidas por el territorio nacional. Pero no sería hasta mediados de los setenta cuando este proceso empezó a conocerse como movimiento ecologista y eclosionaría, ya entrada la Transición. En su interior confluían dos trayectorias que hasta este momento habían llevado caminos divergentes: el conservacionismo, centrado en la preservación de la naturaleza, y el ecologismo político, que aunaba la protección del medio ambiente con el rechazo al desarrollismo industrial del Régimen.

En los años 50 surgieron las primeras peticiones para proteger el coto de Doñana de las repoblaciones de eucalipto que le amenazaban, y con ellas, el primer grupo conservacionista: la Sociedad Española de Ornitología (SEO, 1954), que contó con el apoyo de personajes del mundo financiero y político muy vinculados al Régimen (que no dudaban en participar en las famosas cacerías de la época). Propugnaban la defensa de la conservación de la naturaleza como “deber patriótico y basado en la ciencia… dirigiendo sus esfuerzos a la conservación de ecosistemas únicos y lugares icónicos” (Hamilton, S. 2016).

Ya en los años sesenta, Félix Rodríguez de la Fuente se convirtió en una figura central del conservacionismo español. Tuvo una gran influencia social gracias a sus programas de radio y televisión. Puso de manifiesto el deterioro que se estaba produciendo en el medio ambiente y manifestó la necesidad de que la gestión de las industrias se hiciese con base científica para preservar la salud del entorno, aunque nunca llegó a atribuir el deterioro ecológico a las políticas desarrollistas del estado franquista. Junto con otros compañeros abandonó la SEO en 1968 y fundó la Asociación para la Defensa de la Naturaleza (ADENA), que gracias a su carisma llegó a tener 35.000 socios. ADENA se convirtió en la marca española del World Wildlife Fund (WWF, Fondo Mundial para la Naturaleza) y siguió manteniendo estrechos enlaces con las élites del Régimen, al igual que su predecesora. Este tipo de conservacionismo favoreció la protección de ciertos espacios naturales gracias al apoyo de las mencionadas élites, al tiempo que permitió que el Régimen se legitimara en el extranjero sin que hubiera realizado cambios profundos en la gestión del medio ambiente. El Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), dependiente del Ministerio de Agricultura, al tiempo que patrocinaba los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente permitía que sus ingenieros no cejaran en aterrazar los montes españoles para inundarlos de plantaciones de pino y eucalipto.

Una de las raíces de la ecología política en España se encuentra en las reivindicaciones de los movimientos vecinales que a partir de mitad de los sesenta empezaron a pronunciarse contra las malas condiciones de habitabilidad que tenían los barrios obreros (la contaminación del aire y del agua o los vertidos de aguas fecales y escombreras que se acumulaban a las puertas de sus casas). En estas movilizaciones participaron militantes de izquierdas que entendieron que esta lucha por unas condiciones de vida digna de la clase trabajadora contribuía al cambio de Régimen; implicación que se mantuvo con la llegada de la democracia, tal como recogía El País en 1980, ecologizando a la izquierda española:

“El Movimiento Comunista y el Partido del Trabajo han venido asumiendo tradicionalmente todas las reivindicaciones de los ecologistas, e incluso llegaron a tomar iniciativas en este terreno. No se puede, pues, hablar de un intento de infiltración. Sin embargo, sí es cierto que militantes de estos partidos mantienen una doble militancia con el movimiento ecologista que incomoda a determinados sectores, especialmente los del ecologismo radical, cercanos a las posturas ácratas”.

Otra raíz parte de los fundamentos científicos e ideológicos de los postulados del Club de Roma, que quedaron recogidos en el informe “Los límites al crecimiento”, publicado en 1972, en el que se planteaba que el planeta no podía sostener el ritmo de crecimiento de la población mundial y de la economía industrial con los impactos de contaminación que soportaba. Situaba, ya en esa época, el punto máximo de expansión económica, con los niveles de crecimiento del consumo de los recursos materiales de la tierra de los años 60, entre 2008 y 2020. Si bien parte de la comunidad científica criticó el documento, sirvió para incluir la preocupación ambiental en la agenda pública. Ese mismo año se convocó la Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente de Estocolmo, en la que se aprobó el Plan de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

La organización pionera en España en el impulso de lo que luego se denominó ecología política fue la Asociación Española para la Ordenación del Medio Ambiente (AEORMA), creada en 1970. El Manifiesto de Benidorm, redactado en 1974, sintetizó sus finalidades: “crear una conciencia pública sobre la necesidad de la ordenación del territorio, hacer estudios de los problemas ambientales, elaborar propuestas a los organismos competentes, y ser un “cauce de estos deseos, sentimientos e intereses agredidos, facilitando documentación y consejo técnico, e integrando a estos ciudadanos en AEORMA”. En el manifiesto, digno de ser leído actualmente, se recogían las amenazas ambientales a las que estaban sometidos el territorio y la población. Entre las propuestas que defendía se encuentran la paralización de Plan Nacional de Autopistas de España, porque hipotecaba el territorio al vehículo privado y al consumo de petróleo, y la “detención inmediata de la construcción de centrales nucleares hasta que la tecnología resuelva los graves problemas que la implantación de las mismas conlleva”. En él participaron tanto personas provenientes del ámbito universitario, profesional, como del ámbito de la oposición antifranquista, lo que permitió que las campañas que impulsaron tuvieran una sólida argumentación técnica, llevándolas hasta los límites que la legalidad franquista permitía.

En palabras de Joaquín Fernández, periodista de Radio Nacional de España dedicado al estudio y divulgación de cuestiones medioambientales: “En los primeros años setenta surge una pléyade de grupos ecologistas que, en su pluralidad, están más próximos al conservacionismo de ADENA que a la ecopolítica de AEORMA”. Normalmente eran grupos poco numerosos y muy activos, surgidos a partir de causas concretas, basados en el asamblearismo y con una gran diversidad ideológica. A pesar de las diferencias de planteamiento existentes entre los grupos, que han dificultado la coordinación estable del Movimiento Ecologista, desde los primeros años brotaron iniciativas de colaboración para abordar problemáticas que sobrepasaban el ámbito de su actuación territorial. La primera de ellas fue la I Convención de Asociaciones de Amigos de la Naturaleza, celebrada en Pamplona en septiembre de 1974, organizada por la Asociación Navarra de Amigos de la Naturaleza (ANAN).

Especial importancia tuvieron las reuniones que se celebraron en 1977. En mayo se creó en Soria la Coordinadora Estatal Antinuclear (CEAN), formada por grupos de afectados y asociaciones antinucleares. En junio se reunieron en Valsaín cerca treinta grupos ecologistas, surgiendo la idea de crear la Federación del Movimiento Ecologista. El congreso constituyente se celebró en septiembre de ese mismo año en Cercedilla.

En el II Congreso, celebrado en Daimiel en julio de 1978, la Federación decidió disolverse ante la falta de funcionamiento de su estructura, pero hay que valorar que tuvo una gran importancia para el movimiento ecologista. Los grupos conservacionistas decidieron crear la Coordinadora para la Defensa de las Aves (CODA), para poder participar en la defensa ornitológica en un contexto europeo (Consejo Internacional para la Defensa de las Aves, ICBP), al tiempo que surgía por parte de un grupo de asociaciones el interés de adherirse a la Federación Internacional de Amigos de la Tierra, que se consolidaría en marzo de 1979. La última experiencia unitaria de esta época fue la Coordinadora Asamblearia del Movimiento Ecologista (CAME, 1983). A partir de ese momento, con el desarrollo de las autonomías y el crecimiento de los movimientos nacionalistas, el ecologismo se territorializó y fue en gran parte opacado por el protagonismo que Greenpeace tuvo en los medios de comunicación. Solo unos pocos grupos llegaron a mantener presencia nacional.

La evolución de CODA es un buen ejemplo para entender la transformación de los grupos ecologistas en España. Hasta 1986, había centrado su actividad en la defensa de las aves y sus hábitats, con un perfil plenamente conservacionista. A partir de ese año, transfirió su actividad ornitológica a la SEO, que asumió el papel de representación de los intereses del ICBP en España y amplió su campo de acción de protesta y estudio ambiental a otros ámbitos del ecologismo. Este proceso se consumó en 1990 con el cambio del significado de sus siglas: la A de aves se trocó por la de Ambiental (Coordinadora para la Defensa Ambiental), pero siguió manteniendo su estructura federal.

Los partidos de izquierda, a partir de los años 80, asumieron el discurso de la defensa del medio ambiente en un contexto en que la llamada reconversión industrial estaba en pleno apogeo. Esto generó una difícil convivencia en su seno entre los intereses del movimiento ecologista que se posicionaba frente a las industrias contaminantes, exigiendo medidas que terminasen con las emisiones, y los del movimiento obrero, para quien el bien prioritario era la defensa del empleo. Entre tanto, las élites económicas alimentaron interesadamente la polémica para mantener el estatus quo y no asumir el coste de la transformación necesaria de estos sectores, beneficiándose, bien con el desmantelamiento la industria, apoyado en subvenciones del estado, bien no invirtiendo para que los procesos industriales dejaran de ser contaminantes, utilizando el riesgo de pérdida de los empleos como moneda de cambio.

A estas alturas nos podíamos preguntar cuál ha sido el legado del movimiento ecologista en España. Para responder volvemos a recoger las palabras que Joaquín Fernández firmó en 1999 y que actualmente siguen siendo válidas:

“Verdaderamente llama la atención que un movimiento social tan escaso de medios y apoyos, sin liderazgos relevantes, ninguneado por los poderes políticos y económicos, denostado por las empresas, y a menudo desplazado en los medios de comunicación, haya conseguido tanto. Ninguno de los problemas se ha solucionado del todo -no caben soluciones definitivas-, pero al menos somos conscientes de ellos (conciencia difusa, dicen los expertos) y, en cierto modo, sabemos cómo hacerles frente si hubiera voluntad política para ello”.