Un cántabro en el Quinto Regimiento

Las intermitencias de la memoria

En marzo de 1972, Federico Fellini estrenó en la sala Barberini de la capital italiana una de sus películas más personales y un emotivo homenaje, no exento de ironía y cierta mala leche, a la ciudad que le acogió a su llegada, siendo un joven estudiante, desde Rímini, su localidad natal. La película documental se titulaba simplemente “Roma”.

El film comenzaba con una escena del subsuelo de la ciudad, durante las obras de ampliación del metro. Unos operarios a las órdenes de un capataz o de un ingeniero ponen en marcha una tuneladora que se abre paso entre el mineral hasta una insospechada galería, que ha permanecido intacta durante dos mil años a juzgar por los frescos que adornan sus paredes con turbadores retratos que miran a los obreros y a los arqueólogos con ojos de otro tiempo. Sin embargo todas aquellas imágenes de hombres y mujeres venidas de la antigua Roma Imperial, en cuestión de segundos, y ya sea por la luz aniquiladora, por los cambios de temperatura o por los nuevos, pero terribles, aires que ha traído la actualidad, se van deshaciendo implacablemente hasta su completa desaparición ante la presencia consternada de unos o impasible de otros.

Tal vez sirva este preámbulo tan felliniano y esas pinturas milenarias que se disipan como una alegoría trágica de la memoria. Porque no hay nada tan cierto como que su largo y árido camino tiene trayectos insospechados, vueltas y revueltas, pasos atrás y callejones sin salida. Y así ha sido cada vez que la memoria se ha topado con el miedo, con el silencio y sobre todo con el despiadado paso del tiempo, como si esos fueran elementos extraños que terminan afectando a la integridad del pasado y empalideciendo sus colores hasta la evaporación, del mismo modo que ocurre con las pinturas añoradas del metro de Roma en la obra mencionada del cineasta italiano.

Los orígenes

Soldados republicanos en Fuentes del Jarama en febrero de 1937

Soldados republicanos en Fuentes del Jarama en febrero de 1937. Vicente Movellán/Desmemoriados

En el caso de Vicente Movellán, sin embargo, podemos pensar que ha habido suerte, al menos una relativa suerte, puesto que a sus 104 años largos aún conserva gran parte de la memoria de su vida; una vida larga y llena que le ha permitido ser testigo de a pie de unos cuantos acontecimientos de la historia española del siglo XX. No obstante, en honor a la verdad, también hay que decir que en las dos entrevistas que la Asociación Desmemoriados ha tenido con él para conocer sus vicisitudes vitales, éstas fueron relatadas a la manera de un mosaico incompleto, como si el tiempo y el viento de la edad, mal que bien, fueran arrastrando paulatinamente las teselas de los recuerdos. Y ahí está precisamente el riesgo que comporta la falta de atención y la pérdida gradual de tantos y tantos protagonistas de nuestro pasado reciente. No obstante, en el caso que nos ocupa vamos para adelante con lo que sí tenemos y con lo que, de acuerdo con sus palabras, es posible reconstruir:

Vicente Movellán Pecoustán nos cuenta que nació en Santander, en el antiguo Hospital de San Rafael (hoy sede del Parlamento de Cantabria) el día 18 de julio de 1917. Su madre, de origen francés, vivía con sus padres en Polanco, y hasta allí tuvo que volver andando desde el hospital (unos 22 kilómetros) tras el parto y con el niño en brazos por falta de dinero para el tren. El abuelo de Vicente, de apellido Pecousteau, había venido tiempo atrás de Francia, originario de un pueblo de la región de Aquitania en los Pirineos Atlánticos llamado Burosse-Mendousse, a trabajar inicialmente en la Fábrica de Betún L’Eclipse, que estaba en Santander en la Calle Canalejas y posteriormente a las instalaciones de Solvay en Barreda.

Su apellido francés, por tanto, debió ser Pecousteau, pero dado el aborrecimiento endémico que este país ha tenido siempre para las cuestiones idiomáticas o bien por la poca diligencia del funcionario del Registro se quedó en Pecoustán, algo que por otra parte nadie de la familia jamás solicitó modificar.
Vicente nos dice que su padre biológico, y el de su hermana Araceli, era de Palencia, de un pueblo llamado Cantagallo, lo cual nos induce a pensar que existe un error en sus recuerdos y que en realidad procedía de la provincia de Salamanca. Sin embargo, lo cierto es que éste nunca llegó a casarse con su madre por rencillas, que no especifica, con sus progenitores.

Su madre, Águeda, no obstante se casó posteriormente con Antonio, un buen hombre, según nos dice, que no dudó en reconocerlos legalmente tanto a él como a su hermana. Pese a ello, el matrimonio tuvo que marcharse a Madrid, puesto que Antonio trabajaba allí, en el Parque del Retiro, como fotógrafo ambulante. Vicente Movellán quedó en Barreda al cuidado de sus abuelos franceses. Con ellos se quedaría hasta ver cumplidos los dieciocho años.

Ver a Azaña

Vicente Movellán nos cuenta en la entrevista que en aquellos días se extendió una consigna para viajar a pie a Madrid desde diversos puntos de la geografía española, con el objeto de asistir a un mitin de Azaña en el llamado Campo de Comillas, en Carabanchel. Según nos dice esto sucedió en el año 1934, antes de la Revolución de Asturias. Sin embargo, dado que dicho mitin se celebró, en realidad, el 20 de octubre de 1935, debemos achacar su error al tiempo y a la lejanía de los recuerdos, que pueden producir indefectiblemente lagunas como la que se menciona.

Por tanto, en 1935, junto a otros compañeros de la provincia, organizado, según manifiesta, por un anarquista de Barreda llamado José Pernía González, que escribía en el periódico “Solidaridad Obrera” bajo el seudónimo de “El Padre Cobo” (sic), el joven Vicente Movellán emprendió un largo viaje a Madrid con el propósito de asistir al que sería un multitudinario mitin de Manuel Azaña, por entonces diputado de las Cortes y que había sido Presidente del Gobierno Provisional de la República Española, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra hasta pasar a la oposición con el triunfo de las derechas en las elecciones del 19 de noviembre de 1933.

Dado que el viaje era a pie, cumpliendo con una larga tradición de marchas políticas a Madrid que llega hasta nuestros días, las caminatas se iban sucediendo día a día contando con la ayuda de los simpatizantes que Izquierda Republicana, el partido de Azaña, tenía en cada población a la que llegaban.

Baste decir que, entre los recuerdos de aquellas fechas, Vicente Movellán nos señala que el tramo más fatigoso de los que hicieron fue el que les llevó de Torrelavega a Reinosa, que en el mercado de Medina del Campo una vendedora les regaló un melón y una sandía, o que en la ciudad de Valladolid unos guardias de asalto, poco amigos del pueblo llano según manifiesta, les cercaron llenándolos de insultos y salivazos.

Finalmente, mal que bien, los viajeros llegaron a Madrid, siendo recibidos por el propio Manuel Azaña (sic). El mitin, como ya hemos dicho, se celebró en un campo cerrado cercano a la carretera de Toledo bajo una pancarta que rezaba “Decid al país que ha nacido un partido republicano, fuerte, caudaloso, nuevo; nuevo pero cargado de experiencia”. Y aunque Vicente Movellán, tal vez movido aún por el entusiasmo, nos habla de dos millones de asistentes lo cierto es que la prensa de la época rebaja la cifra a 400.000 personas aproximadamente, lo cual tampoco desmerece ni lo más mínimo.

El Quinto Regimiento

Tras el mitin, ya no volvió a Torrelavega. Optó por quedarse en Madrid en la casa de sus padres, que vivían en un semisótano de la Calle Hermosilla cercano al Paseo de Ronda. Faltaban apenas dos meses para el inicio del año 1936.

Foto de Vicente Movellán tras salir del hospital en que fue curado de la herida que recibió en el antebrazo el 9 de septiembre de 1936 mientras combatía en el sector del frente de Torrijos-Maqueda (Toledo)

Foto de Vicente Movellán tras salir del hospital en que fue curado de la herida que recibió en el antebrazo el 9 de septiembre de 1936 mientras combatía en el sector del frente de Torrijos-Maqueda (Toledo) . Vicente Movellán/Desmemoridos

Es en esta época cuando sus inquietudes políticas comienzan a decantarse de una manera más firme. Ya le habíamos oído decir que las ideas anarquistas que propugnaba la persona que organizó el viaje desde Barreda a Madrid le parecían bien, pero no acababan de convencerle. Pero fue entonces, en sus primeros días en Madrid, cuando conoció a unos chicos vecinos de sus padres que le alentaron a incorporarse a la rama juvenil del Partido Comunista, que tras la unificación con la del PSOE en marzo de 1936 pasó a llamarse Juventudes Socialistas Unificadas (J.S.U.), del Barrio de Ventas. Desde entonces se reunirá con sus compañeros en una marmolería anexa al Cementerio del Este (también llamado de la Almudena).

A partir de entonces los hechos se sucedieron de forma vertiginosa. En febrero de 1936 se produjo el triunfo del Frente Popular en las elecciones, que Vicente y sus compañeros contemplaron como un momento de esperanza para acabar con el fascismo y la podredumbre.

Ese mismo febrero Vicente Movellán ingresa en el PCE (Partido Comunista de España) y en junio entra a formar parte de las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas).

A mediados de julio, se produce el golpe de estado militar contra el gobierno legítimo de la República que desembocará en la Guerra Civil.

El 20 de julio, Vicente Movellán participa en el Asalto al Cuartel de la Montaña, lugar en el que se hacen fuertes, al mando del General Fanjul, muchos de los militares sublevados, así como un reducido grupo de falangistas que acudieron para apoyar. La toma de este cuartel al cabo de las horas por parte de las clases populares y militares, guardias civiles y guardias de asalto leales a la República, tras no pocas bajas por parte de ambas fuerzas contendientes, supondrá la desactivación en Madrid del golpe de estado.

Vicente Movellán nos indica que fue el Partido Comunista el que conminó a las milicias civiles a participar en el asalto, también señala que inicialmente había pocas armas y que él pudo hacerse con un Mauser que recogió de las manos de una persona muerta en los primeros compases de la acción. Un fusil, por cierto, que ya no soltó. En sus recuerdos intercala explicaciones precisas de la configuración de la estructura del cuartel con anécdotas del combate y con ciertas inexactitudes, como la muerte del General Fanjul y su hijo al intentar escapar. Lo cierto es que dicho general fue juzgado por rebelión militar y condenado a muerte el 17 de agosto posterior, siendo lo más probable que nuestro testigo haya equivocado las circunstancias de esa muerte con la de algún otro militar de graduación en la confusión de aquellos momentos.

Fue a partir de entonces, como consecuencia de la toma del Cuartel de la Montaña, la neutralización del golpe de estado en Madrid y el comienzo de la Guerra Civil, cuando el Partido Comunista de España creó lo que se conoce como el Quinto Regimiento, un cuerpo de élite que participó no solo en la defensa de Madrid y en la mayor parte de los combates que se fueron sucediendo en las primeras fases de la guerra, sino que se convirtió también en uno de los modelos para la formación del Ejercito Popular Republicano.

Vicente Movellán, como uno más de los primeros voluntarios del Quinto Regimiento aprendió los rudimentos de la guerra en el Cuartel de la calle Francos Rodríguez, que ocupaba el colegio de Los Salesianos, y fue adscrito a la 4º Compañía en los primeros compases de la guerra a las órdenes de Enrique Líster. Sus primeras acciones se sucedieron en los alrededores de Madrid, primero en la Sierra de Guadarrama, en el Alto de los Leones, donde conoció a Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y más tarde en la zona de Talavera de la Reina, donde fue herido en un brazo por una bala explosiva entre los pueblos de Torrijos y Maqueda. Tras un mes en el Hospital de La Princesa la deriva de la guerra hace que nuestro hombre, siempre a las órdenes de Líster, participe en diversas acciones que le llevan a recorrer muchos de los principales escenarios bélicos de aquellos días. Se reincorpora a su regimiento en los Altos de la Marañosa junto al Cerro Pingarrón en plenos combates de la Batalla del Jarama (febrero de 1937) tras lo cual el batallón al que pertenece regresa durante un tiempo a la Sierra de Guadarrama en la cual permanecerá estabilizado el frente hasta prácticamente el final de la guerra. No obstante, Vicente Movellán en este constante peregrinaje bélico combatirá durante el mes de julio de 1937 en Brunete y a continuación, a primeros de septiembre, en la zona de Zaragoza y Belchite. En el sector de Mediana, a 30 kilómetros de Zaragoza, sufrirá su segunda herida, esta vez ocasionada por un disparo en una pierna del que se recuperó en un hospital de Cambrils del Mar.

A principios del 38, según relata de forma un tanto caótica, se ve inmerso en la retirada de Teruel y en los combates del río Guadalope en la zona de Alcañiz. En abril, dentro de la 11º División de Líster, contendrá al italiano “Corpo di Truppe Volontarie” en la desembocadura del Ebro a la altura de Tortosa con el objeto de impedir el cruce del río en el avance de las tropas fascistas hacia Barcelona. A finales de julio cruzará el Ebro por Miravet.
Y ya, por último, en este constante clima de resistencia y retiradas, Vicente Movellán nos cuenta cómo el 3 de noviembre, en un punto cercano al cruce de Olesa de Montserrat con Esparreguera, cae prisionero junto a otros compañeros, a pesar de que había advertido al comandante de su unidad (un murciano apellidado Miñano) de que allí, al fondo de la carretera, había gente con capa (algo completamente inusual en el ejercito republicano). Se trataba de los flechas negras de la División Littorio.

Cautiverio y Posguerra

De Olesa de Montserrat el grupo de prisioneros entre los que se hallaba Vicente Movellán, tras el consiguiente interrogatorio, fue internado en la cárcel de Borjas Blancas en la provincia de Lérida. Unos días después los soldados apresados fueron trasladados en tren hacia el sur. A algunos de sus compañeros los llevaron a Valladolid y a otro contingente, en el que estaba él, se le transportó hasta Málaga.

Vicente Movellán estuvo recluido en el campo de concentración de La Aurora, una antigua fábrica textil reconvertida en bodega, que operó como lugar de reclusión de prisioneros republicanos entre 1938 y finales de 1939.

Allí nuestro protagonista afirma haber pasado mucho miedo porque prácticamente todos los días se llevaban gente a fusilar.

Entre el campo de concentración y la Cárcel Provincial, a la que ingresa el 19 de febrero de 1939, pasó aproximadamente en Málaga tres años. De allí salió trasladado hacia la Cárcel de Porlier en Madrid, previo paso por diversos lugares intermedios de reclusión. En total, y hasta que pudo regresar en libertad a Barreda pasaron, aunque no lo manifiesta con exactitud, aproximadamente 5 años en los que afirma que en ningún momento fue juzgado.

Los años siguientes tras su liberación, en plena posguerra, Vicente los resume sin apenas detalle, en una muestra tal vez del decaimiento de la épica sobre la que a veces se construye la memoria. Sabemos que a su regreso a Barreda, a casa de los abuelos maternos, de donde había salido un ya lejano octubre de 1935, es contratado en la fábrica de Solvay. No sabemos exactamente por cuánto tiempo trabaja allí porque a continuación se traslada a Barcelona, ciudad a la que habían sido evacuados sus padres desde Madrid como consecuencia de la guerra (sic). Durante el tiempo que vive en Barcelona (que no sabemos cuánto es) trabaja en una fábrica textil. No obstante, en algún momento regresa a Torrelavega y se ocupa primero en la fábrica de Sniace y (probablemente) después en una tejera.
Durante todos estos años él continúa afiliado al Partido Comunista de España y colabora clandestinamente en el reparto del “Mundo Obrero”, periódico del partido.

Exilio

Esta actividad clandestina hizo que por miedo a denuncias y con un pasaporte falso que le proporcionó otra militante comunista pasara a Francia en 1947, instalándose en París en casa de una tía.

En la capital francesa tuvo diversos empleos, pero gracias a la recomendación de Ignacio Gallego, dirigente del Partido Comunista de España, entró a trabajar como chófer durante varios años del embajador de Cuba ante la UNESCO, el diplomático Hermes Herrera Hernández, que posteriormente, en su larga carrera, también ocuparía los cargos de embajador en Irlanda, en Grecia y ante la Santa Sede.

Por su parte, Vicente Movellán Pecoustán vivió en Francia durante más de tres décadas, no volviendo a España hasta mediados los años 80.
Hoy, con 104 años a las espaldas, a diferencia de los frescos romanos de Fellini con los que iniciábamos esta semblanza, él, en su residencia santanderina, aún mantiene la viveza, la presencia de ánimo y muchos de los detalles que conforman su memoria y su extensa vida.