El documento de este mes viene encabezado por una tarjeta (anverso y reverso) que habla de un futuro de libertad y cambio, en un tiempo histórico en el que la realidad cotidiana iba por derroteros muy distintos. Escribía el historiador francés Chesnaux que una de las funciones de la Historia es legitimar y justificar el orden establecido por la clase dirigente y sus intereses a través de manuales, películas, televisión, etc. Esta introducción viene a cuento cuando asistimos a la celebración del cuarenta aniversario de la Ley de Reforma Política aprobada en referéndum el 15 de Diciembre de 1976. Esta tarjeta formó parte de la propaganda con la que la oposición política al franquismo pedía la abstención bajo el lema: “Referéndum sin libertades no es democracia”.
De todos es conocido que tras la horrible agonía del dictador, el joven monarca tras su juramento de salvaguardar los principios fundamentales del Movimiento, dirigió sus pasos a finalizar la dictadura y reformarla hacia una joven democracia. Mal empezó cuando mantuvo en la presidencia del gobierno a Arias Navarro, franquista recalcitrante y de siniestro pasado, que pretendía mantener el régimen “blanqueado” con la presencia de ministros aperturistas como Areílza o Fraga Iribarne.
La democracia otorgada que anunciaba el gobierno chocaba, con el “bunker” y con la totalidad de la oposición democrática que exigía la ruptura que conllevaba la legalización de todos los partidos políticos, la amnistía, la desaparición de los sindicatos oficiales y la convocatoria de unas Cortes Constituyentes entre otras medidas.
Junto a la tensión política se desarrolló una formidable ofensiva de huelgas y manifestaciones, durísimamente reprimidas con muertos en Sabadell, Madrid o en los terribles sucesos de Vitoria. El temor se extendió entre los dirigentes y paulatinamente sus pasos se encaminaron a un acuerdo entre los sectores más duros del franquismo y las Cortes. El nombramiento de Adolfo Suárez y la plasmación del proyecto de reforma política ideado por Fernández Miranda, allanaron el camino de la misma hasta su aprobación en las Cortes.
No cabe duda de que la nueva ley permitía mayores cotas de libertad y nuevas formas de representación aunque dejaba sin depurar a los grandes responsables de la dictadura y sus desmanes: Ejército, Policía, miembros del siniestro Tribunal de Orden Público etc., además de consagrar la monarquía como forma de la jefatura de Estado.
Mientras tanto la oposición se había constituido en la denominada Platajunta, formada por numerosos partidos y sindicatos en un arco político que abarcaba desde el partido carlista hasta la izquierda maoísta. La carencia de una política común y las dificultades legales lastraron en gran medida la campaña a favor de la abstención propuesta por el PCE y el resto de los partidos. Frente a ellos toda la maquinaria del Estado se puso a trabajar a favor del voto afirmativo, dejando el voto negativo para los sectores residuales del franquismo más duro.
Con estos mimbres y como no podía ser de otra manera la ley de Reforma Política fue apoyada mayoritariamente.