La evolución de las periferias de las ciudades y de sus gentes no ha sido una línea de investigación histórica especialmente fecunda. Si habláramos como geógrafos nos referiríamos a cómo han cambiado los “usos del suelo” en función de las necesidades de los centros de poder y sus clases dominantes, y cómo estos cambios han determinado la forma de vida de las personas que habitan el territorio. Si ya dedicamos un Documento del Mes a la evolución del Sardinero, ahora vamos a hacer una primera visita a La Albericia.
En la década de los cuarenta, La Albericia todavía era un barrio del pueblo de San Román de la Llanilla, en el extrarradio de Santander, donde predominaban la agricultura y la ganadería. Estas actividades, junto con la tejera allí asentada y alguna fábrica más o menos cercana, como Nueva Montaña, permitían ganarse la vida a su población en aquellos duros años de posguerra. Hasta ese momento, si había tenido un espacio en las crónicas fue para dejar huella de las actividades de recreo que las clases pudientes realizaron en los descampados de la zona. El Diario Oficial de Avisos de Madrid del 29/7/1878 informaba de esta manera de la existencia de un hipódromo:
“Santander, 27. Los festejos de esta capital atraen a ella multitud de forasteros. Ayer tuvieron lugar ante una concurrencia numerosa y escogida, en el hipódromo de la Albericia, grandes carreras de caballos. El caballo Nino, del Sr. Pezuela, ganó tres premios. Por la noche estuvo muy animado el baile campestre.”
Una década después, otra noticia informaba de la constitución de una sociedad hípica para organizar las carreras con motivo de las ferias de la ciudad a la que el Ayuntamiento había cedido el uso del hipódromo, que continuó operativo hasta la primera década del siglo XX. En él, además de carreras de caballos, se disputaron torneos de Polo y los primeros partidos de fútbol y de Béisbol. En 1903 un proyecto municipal que nunca se materializó pretendía relanzar la zona:
“Se trata de convertir los extensísimos terrenos de la Albericia, cuya superficie aproximada es de 237,000 metros cuadrados, en un frondoso parque con grandes avenidas y explanadas, donde se va á construir el hipódromo y juego de polo, y recogiendo las abundantes aguas que hoy convierten aquellos terrenos en una laguna, se conducirán a varios estanques, uno de los cuales, el de mayores dimensiones, se situará en el centro de la explanada donde ha de emplazarse el hipódromo. Otra de las explanadas se pondrá en condiciones para que en ella pueda verificarse la feria mensual y exposición de ganados que se proyecta realizar”[1].
Con el veraneo de la corte en Santander, la construcción del Palacio de la Magdalena, con sus caballerizas y campo de Polo, y finalmente la inauguración en 1917 del nuevo hipódromo de Bellavista, el ocio promovido por la burguesía se desplazó hacia el Sardinero. Pero todavía a La Albericia le quedaba el aeródromo que le permitía salir en los periódicos de Madrid por atraer la atención de los curiosos y hasta del rey Alfonso XIII:
“SANTANDER 6. Esta mañana hubo mucha animación en el aeródromo de la Albericia por esperarse la llegarla del aviador Hedilla, que se proponía hacer en un vuelo el viaje desde Barcelona. Al aeródromo acudió también el Rey, quien conversó un buen rato con el aviador santanderino Pombo. Se tuvieron noticias de que Hedilla partió al amanecer de Barcelona, y a eso de las diez el aviador Pombo se disponía a elevarse para salir a su encuentro pero en aquel momento se recibió un telegrama de Huesca dando cuenta de que Hedilla había tenido necesidad de aterrizar en Benasque, por efecto de la niebla. Entonces se retiraron el rey y los curiosos”[2].
En torno al aeródromo se generaron dos iniciativas industriales: entre 1915 y 1919 la Sociedad Española de Construcciones Aeronáuticas y Similares (SECAS) fabricó aviones militares destinados al ejército; y entre 1953 y 1959 Aerodifusión SL construyó avionetas con un uso civil. De aquellas iniciativas el único rastro que dejaron fue el nombre del cine del barrio: Cine Aviación.
El aeródromo tuvo un uso militar durante la Guerra Civil. En él tuvieron presencia los aviones de procedencia soviética que adquirió la República y posteriormente, tras la entrada de las tropas franquistas en la ciudad, la famosa Legión Condor responsable del bombardeo de Santander. En 1948 se abrió oficialmente al tráfico aéreo civil y desde 1950 Iberia cubrió la línea aérea regular con Madrid, hasta que en 1953 se clausuró al inaugurarse el aeropuerto de Parayas.
Hubo que esperar hasta 1945 para que la prensa hiciera mención a las clases más populares, con ocasión de visita del ministro de Gobernación:
“Después de descansar unos minutos en el gobierno civil, se dirigió al barrio de La Albericia, donde iba a hacer entrega de cien viviendas ultrabaratas, construidas por el Ayuntamiento de Santander para alojar a otras tantas familias humildes siniestradas en el incendio de 1941, que ahora viven miserablemente en unos barracones del hipódromo Bella Vista (sic)”[3].
La situación de desamparo de estas familias estaba provocada por la pérdida de sus viviendas en el incendio de 1941, y con el modelo de “reconstrucción” de la ciudad los mismos que pretendían redimirlos les habían expulsado del centro, ya que los solares de sus casas se iban a destinar para uso de otras clases sociales más altas. Las autoridades franquistas les pretendían aliviar “de sus miserias y necesidades”. En un ejercicio de paternalismo de manual, el Gobierno Civil de la Provincia de Santander lo explicaba:
“Estos seres económicamente débiles, muchos de ellos sumidos en el lodo de la inmoralidad, con el espíritu embotado por la dureza de la vida, necesitan unas viviendas claras y alegres, un puesto donde trabajar y un tutor social que los proteja. Esto es el poblado José Antonio Canda Landaburu… Con tales asentamientos en esta especie de propiedad vigilada se logra que no destrocen los usuarios la vivienda, que no dispongan de ella, trasmitiéndola caprichosamente y que queden arraigados usque ad infinitud, mientras el comportamiento individual, familiar o colectivo que observen no sea perturbador del orden público o de las buenas costumbres”[4].
Durante esos cuatro años estuvieron alojados en condiciones precarias en las caballerizas del Palacio de la Magdalena, cada familia en un box, y en barracones en el Hipódromo de Bellavista. La prensa describió el derribo de las infraviviendas en términos casi poéticos: “los jubilosos estrépitos de una pólvora eficaz que ha destruido las chozas inmundas que los pobrecitos damnificados han ocupado en el hipódromo” de Bellavista.
Como condición para recibir la subvención del estado a la reconstrucción de Santander, el Ayuntamiento, en tres meses, había construido junto al aeródromo el “poblado de viviendas Ultrabaratas”, sobre los terrenos del antiguo hipódromo de La Albericia. El barrio estaba compuesto por 200 viviendas que fueron entregadas en dos veces. La mitad el 30 de octubre, como ya indicamos, con ocasión de la visita de ministro de la Gobernación a Santander, y la otra mitad fueron entregadas por el propio General Franco, que visitó la ciudad en agosto del año siguiente. Eran viviendas provisionales para cinco años, que se podrían calificar como “chabolismo dignificado” por la baja calidad de la construcción y la carencia de urbanización de las calles:
“Eran cinco filas de casas. Nosotros vivíamos en las primeras que se hicieron. Todas las casas eran iguales. Dos casas juntas, tres habitaciones, una cocina y un vater, de baño olvídate. Los inviernos eran horrorosos que entraba agua por todos los sitios. Que eran casas que no tenían cimientos. Había una cocina de carbón que tenía una caldera a un lado y allí se calentaba el agua. Llenabas las botellas de cristal, metíamos un clavo para que no explotaran, que a veces explotaban y te empapabas, para calentarnos lo pies en la cama”. (Tomi Arqués)
Por su parte, el Gobierno Civil construyó el “poblado de Navidad”, de 20 viviendas y de iguales características en una finca próxima.
El aumento de la población infantil obligó a que se construyera el colegio “Canda Landaburu” para sustituir a la antigua escuela que se había quedado pequeña. En el mismo edificio Auxilio Social, organismo de Falange Española y de las JONS, abrió un comedor, al que denominó albergue escolar, para “250 niños españoles absolutamente pobres que venían de rincones donde carecían de todo y no estaban habituados a la higiene, la limpieza, etc. Y que requerían suma atención. Desde este momento el Albergue unido a la Escuela ha cumplido una misión sagrada: regenerar a parte de una generación…”[5]. Para acceder al comedor era obligatorio acudir a misa y a las actividades de carácter religioso.
Desde los años 60 La Albericia concentró promociones de viviendas públicas destinadas a clases trabajadoras de bajos recursos, asentándose la imagen de zona marginal. Tal es así, que cuando las viviendas fueron destinadas a clases medias se utilizaron nombres singularizados para designar determinadas zonas de esta periferia. Este fue el caso del Polígono de Cazoña, proyectado en 1973 (hasta que se iniciaron en él las promociones de viviendas de protección oficial) o El Alisal, ya en los años 90.
Las casucas del barrio Canda Landaburu volvieron a la prensa, en este caso local, apenas un mes después de las primeras elecciones municipales de 1979, por el riesgo de que fueran demolidas:
“El pasado día 27 se celebró una asamblea de los ocupantes de “las casucas” de La Albericia a la que asistieron más de 300 personas.… La actual situación es sumamente grave y viene como resultado de la gestión de la anterior corporación. Se inicia con la venta de solares municipales a la empresa ZAFER, para la construcción de “viviendas sociales”[6].
El Ayuntamiento había hecho una permuta de fincas con la empresa constructora que implicaba la demolición del Poblado Canda Landaburu, obligando a los vecinos a abandonar de forma apremiante las casas que habían habitado durante 35 años. Ante esta situación se iniciaron las protestas de los vecinos porque a una parte no se les reconocía el derecho de compra, ya que se les había cedido la vivienda en precario y por lo tanto no tenían contrato. Además, para la mayoría el precio de esas “viviendas sociales” no estaba al alcance de sus bolsillos. Tras la mediación del Partido del Trabajo y del resto de la oposición, el asunto fue tratado en un Pleno. Finalmente el Ayuntamiento reconoció el derecho de todos los vecinos a una vivienda social, previa firma de una hipoteca.
En La Albercia ya no queda nada de aquel paisaje rural. Son escasos los edificios anteriores a 1940 que han sobrevivido al empuje urbanizador. Lo que era la pista del aeródromo se convirtió en una reserva de suelo sobre la que se construyó el complejo deportivo, el Instituto, el edificio de la Jefatura Superior de Policía Nacional y los campos de fútbol. Y como en cualquier periferia, las luces y colores de las grandes superficies comerciales iluminan las noches, mientras la memoria de las personas que habitaron aquellos barrios poco a poco se van apagando, lo que no nos impedirá volver más adelante a hablar del chabolismo, que desde los años cincuenta hasta entrado este milenio sobrevivió en la zona.
[1] Arquitectura y construcción año VII nº 130 5/1903, Ensanche y mejora de Santander. Barcelona. Pág. 31.
[2] El Liberal (7/08/1916): “El viaje de Hedilla”. Pág. 1. Madrid.
[3] ABC (31/10/1945): “El ministro de Gobernación llegó ayer a Santander”. Pág. 16. Madrid.
[4] Gobierno Civil de la Provincia de Santander (1950): El Avance Montañés. Libro sobre la exposición del mismo nombre. Pág. 46.
[5] Albergue Escolar “C” de La Albericia. Memoria 1949-1959. Consultado en ARCE, P. (2013): Aurora Gutiérrez Galante. Semblante de una maestra a su paso por La Albericia (Cantabria). Imprenta Regional de Cantabria. Santander.
[6] Diario Montañés (2/5/1979): “Las “casucas” de La Albericia no serán desalojadas”