Emigdio Salvarrey no sospechaba a principios de 1936, cuando trabajaba de patrón de barco en Castro Urdiales, que la Historia con mayúsculas le arrastraría con su familia hasta la Bretaña francesa. Le tocó pelear en el Frente Norte contra las tropas franquistas, pasar con su familia y su barco a Francia tras la caída de Asturias, combatir de nuevo en Cataluña en las baterías antiaéreas y terminar en los campos de concentración franceses, inicialmente en Argeles-sur-Mer y más tarde en Rennes, capital de la región de Bretaña, donde fue utilizado como mano de obra forzosa por el gobierno francés y, tras la ocupación alemana, la organización Todt. Este carnet, fechado en octubre de 1944, después de la liberación de Rennes por las tropas aliadas, nos habla de la participación de Emigdio en el Maquis, dentro de la Unión Nacional Española (UNE).
La UNE fue una organización impulsada en el año 1942 por el Partido Comunista de España (PCE) con la intención de agrupar a la mayor cantidad posible de fuerzas opositoras para derrocar al régimen de Franco. Es decir, aglutinar y coordinar en una sola organización desde los anarquistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), hasta partidos conservadores y monárquicos y sectores católicos opuestos a la dictadura establecida en España, ampliando de esta manera el arco de fuerzas que habían luchado en defensa de la II República.
La situación de los militantes comunistas en Francia era muy complicada, ya que el PCE fue ilegalizado el 6 de septiembre de 1939, tras conocerse el pacto Germano-Soviético de no agresión. A pesar de esto, desde finales de 1940 comenzaron la tarea de reorganizar el Partido en una situación que no podía ser más crítica: aislados de la dirección (instalada en estos momentos entre la URSS y distintos países del continente americano) y en una Francia dividida tras la invasión alemana en mayo de 1940.
Los españoles encerrados en los campos de concentración franceses tuvieron pocas y nada buenas alternativas: regresar a la España franquista, alistarse en la Legión Extranjera, enrolarse en los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros o aceptar “las obligaciones de los extranjeros” que establecía el decreto del 12 de abril de 1939. En él se contemplaba la integración de los varones entre 20 y 48 años en Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE): mano de obra barata para suplir la falta de trabajadores franceses, en su mayoría enrolados en el ejército. Así, los refugiados españoles pasaron de ser considerados como una carga económica para el estado francés a convertirse en fuerza de combate o mano de obra para una economía de guerra. Según datos del ejército francés, en abril de 1940 existían 140.000 milicianos españoles refugiados en Francia, de ellos 50.000 estaban enrolados en los CTE, bajo la autoridad del Ministerio de la Guerra; 40.000 habían sido empleados por el Ministerio de Trabajo para cubrir las necesidades de la industria y la agricultura; 6.000 fueron enrolados en la Legión Extranjera o en los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros y 3.000 permanecieron en los campos de concentración al ser considerados no aptos para el trabajo[1].
Cuando en mayo de 1940 los alemanes invadieron Francia, 15.000 republicanos adscritos a los CTE cayeron en manos de los nazis, siendo miles de ellos enviados a los campos de exterminio. El resto quedaron a disposición de la organización Todt, también conocida como OT, que fue una macroempresa de ingeniería fundada en Alemania el año 1934, dedicada a la construcción y reparación de instalaciones e infraestructuras civiles y militares. Tras el comienzo de la II Guerra Mundial, en consonancia con los tiempos, la mayoría de sus proyectos fueron de naturaleza militar (carreteras, puentes, cuarteles, fábricas de armamento, bases de submarinos, fortificaciones, aeródromos, emplazamientos artilleros…). De forma paralela a la ocupación de territorios, la OT empleó a un ingente número de trabajadores no alemanes (se estima más de millón y medio, la mayor parte prisioneros de guerra, refugiados políticos y judíos), en un régimen de trabajos forzados, en condiciones infrahumanas. Durante la ocupación alemana de Francia se estima que unos 80.000 extranjeros trabajaron para la Organización Todt, de ellos unos 30.000 españoles
Por su parte, el gobierno del Mariscal Pétain estableció el trabajo obligatorio para los varones extranjeros de 18 a 55 años en los Grupos de Trabajadores Extranjeros (GTE), denominación que recibieron a partir de entonces las CTE, para que contribuyeran a la economía francesa, supeditada a Alemania, y al propio «esfuerzo de guerra» alemán[2]. Estos se convirtieron, gracias a la acción de los militantes comunistas y anarquistas, en auténticas estructuras políticas clandestinas y en bases de apoyo a la resistencia española contra Franco en la retaguardia, llegando a albergar importantes grupos de lucha armada.
En octubre de 1940 se creó en París un Comité provisional del PCE que empezó a organizar los primeros grupos militares españoles dentro de la organización comunista francesa FTP-MOI, siglas que responden a “Francotiradores y Partisanos-Mano de Obra Inmigrada.
La reorganización del PCE en Francia corrió a cargo de Jesús Monzón y Carmen de Pedro junto a cuadros intermedios, los cuales priorizaron la labor de establecer canales de comunicación con y entre los grupos comunistas dispersos por el país. No obstante, la dificultad de mantener una comunicación fluida con la dirección, que se prolongó hasta finales de 1943, y la escasez de información hicieron que el trabajo de reorganización y coordinación de los grupos comunistas, tanto en Francia como en el interior de España, se hiciera de forma prácticamente autónoma, con gran desconocimiento del Comité Central. Las únicas noticias las recibían a través de Radio España Independiente. De esta forma fue como se enteraron de la consigna del Comité Central del PCE de la “Unión nacional de todos los españoles” contra el régimen franquista.
La UNE se creó en 1942 en una reunión secreta encabezada por Jesús Monzón, celebrada en una granja de Montauban, que recibió el nombre en clave de “Congreso de Grenoble”. La organización se extendió por la Francia libre y la ocupada y logró establecer contacto con los grupos del partido organizados en el interior de España. Debió por lo tanto protegerse de las embestidas de los alemanes y del gobierno de Vichy, que ejercía un estrecho control sobre los movimientos de los españoles y, al igual que las tropas ocupantes, arremetía contra todo intento organizativo[3].
La UNE, bajo el nombre de Agrupación de Guerrilleros Españoles, AGE, coordinaba sus actividades con la resistencia francesa a través de las Fuerzas Francesas del Interior, pero siempre mantuvo su autonomía puesto que se pretendía mostrar nítidamente la contribución española a la derrota del fascismo, esperando así el “ineludible” apoyo posterior de las fuerzas aliadas al derrocamiento del régimen franquista.
Si bien la UNE intentó agrupar en su seno a todas las organizaciones antifranquistas, lo cierto es que sólo consiguió adhesiones individuales que, además, nunca se pudieron publicitar dado que vivían en España. El fracaso de esta estrategia se debió fundamentalmente a dos factores:
-La propuesta de creación de un gobierno de “unión nacional”, que convocara elecciones a Cortes constituyentes, suponía “de facto” desvincularse del gobierno de Negrín en el exilio y terminar con la idea de régimen legal de la II República española, lo que supuso duras criticas al PCE por parte de la izquierda no comunista.[4]
-La desconfianza de la mayoría de las organizaciones por el exceso de dirigismo y protagonismo del PCE y el exacerbado anticomunismo latente durante el conflicto mundial.
Esta situación, unida al fracaso del intento de ocupación desde el valle de Arán del territorio español -que pretendía forzar la intervención militar de los Aliados en la liberación de España- supuso la caída de la dirección de Jesús Monzón en el PCE y la toma del control por Santiago Carrillo, de quien partió la orden de suspender la invasión, ya que en su opinión no existía el elemento sorpresa y se temía un envolvimiento que supondría la aniquilación de la guerrilla[5]. La UNE, principal obra de Monzón, se disolvió oficialmente el 25 de junio de 1945.
La UNE no fue el único ni el último intento de conseguir una plataforma organizativa en la que agruparse para propiciar la caída de la dictadura franquista: la Junta Española de Liberación (JEL), formada en México en noviembre de 1943, aglutinó a los socialistas del sector prietista con los partidos republicanos y la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (ANFD), creada en octubre de 1944, aunó a socialistas, republicanos y anarquistas. Sin embargo, la desconfianza y rivalidades entre las distintas fuerzas políticas tras la derrota en la Guerra Civil fueron una losa que lastraría por mucho tiempo a la izquierda y demás sectores del espectro político español opuestos al franquismo.[6]
Aunque la fecha de afiliación en el carnet de la UNE de Emigdio Salvarrey sea de octubre de 1944, su actividad política y militar y la de otros muchos españoles se remonta hasta el inicio de la invasión alemana de Francia, momento en el que se incorporó al grupo de la UNE de Bretaña por medio de su vecino Pedro Flores, que realizó acciones de propaganda y sabotaje contra la ocupación alemana.
En julio de 1942 se produjo la primera redada que los alemanes realizaron en Bretaña, resultando detenidos 79 españoles, de los que 56 fueron encarcelados. Se calcula que durante la ocupación alemana unos 60 españoles de las redes de resistencia urbana de Bretaña fueron deportados a los campos de exterminio.
El golpe más duro que recibió la resistencia en Rennes tuvo ocasión el 8 de junio de 1944, justo dos días después de que se produjera el Desembarco de Normandía: 23 franceses y 9 españoles fueron fusilados en el Cuartel de Colombier, “entre ellos, el joven jienense Pedro Flores Cano, que actuó como jefe de un grupo armado de sabotajes y atentados”[7].
Waldo Salvarrey (hijo de Emigdio) recuerda el impacto que le produjo la noticia: “El fusilamiento de Pedro Flores fue el día 8 de junio de 1944.[…] Yo me quedé muy fastidiado, porque era el mejor amigo que tenía. […] Esos días los alemanes hacían barbaridades”[8].
Una vez más, la guerra con su carga de padecimiento, dolor y muerte. Al hilo de esto, pero saltando hasta nuestros días, cerramos con la reflexión que nos sugiere la próxima celebración en las playas del Sardinero del citado Desembarco de Normandía. La recreación de una batalla o cualquier acontecimiento histórico connotado de tanto dolor, en clave de espectáculo y exento de una pedagogía elemental, no constituye sino una preocupante banalización del sufrimiento de todos aquellos que lo padecieron. ¿Sería aceptable convertir, dentro de unos años, la matanza de Srebrenica en un evento turístico rodeado de puestos de venta de souvenirs y camionetas con degustación de productos balcánicos? Cuando en la sociedad se ha abierto un debate por actitudes individuales, como el generado por los selfies tomados en campos de exterminio, y pensamos que los límites de la decencia y el sentido común se sobrepasan con demasiada frecuencia, qué decir de los poderes públicos que autorizan la conversión en producto de consumo de un acontecimiento como el Desembarco de Normandía, que ocasionó la muerte de miles de seres humanos.
El problema no radica en la recreación o la conmemoración histórica en sí misma, sino en su descontextualización y mercantilización. Como colofón, una sugerencia destinada a las autoridades municipales y a los organizadores del fasto: si no tienen previsto aún como cerrar la representación, prueben a poner a desfilar un batallón de paracaidistas británicos por el Paseo del General Dávila. El espectáculo está garantizado.
[1] Dreyfus-Armand, G. El exilio de los republicanos españoles en Francia. De la guerra civil a la muerte de Franco. Editorial Crítica, Barcelona, 2000, p.111.
[2] Egido León, Ángeles. “Republicanos españoles en la Francia de Vichy: mano de obra para el invasor.” Ayer, nº 46, 2002, pp. 189–208
[3] Andrés Gómez, V. Del mito a la historia. Guerrilleros, maquis y huidos en los montes de Cantabria, Universidad de Cantabria, Santander, 2008, p.152.
[4] Heine, H. La oposición política al Franquismo, Crítica, Barcelona, p.204.
[5] Azcárate, M. Derrotas y esperanzas. La República, la Guerra Civil y la Resistencia, Tusquets Editores, Barcelona, p.288.
[6] Egido León, Ángeles. Op. cit. pp. 207–208
[7] Ortiz, J. Sobre la gesta de los guerrilleros españoles en Francia, Atlántica, Biarritz, 2010, p. 27.
[8] Entrevista a Waldo Salvarrey realizada el 28 de marzo de 2019. Desmemoriados.