El sociólogo francés Maurice Halbwachs (que murió en 1944 de hambre en el campo de concentración de Buchenwald tras ser detenido por la GESTAPO) centró sus estudios tras la Primera Guerra Mundial en la forma en que los grupos sociales son capaces de recordar. Decía que la memoria individual está directamente relacionada con la memoria colectiva y que retiene del pasado aquello que se encuentra vivo o es capaz de vivir en la conciencia del grupo que la cultiva. Se estructura a través de los “marcos sociales de la memoria”, que permiten que cada grupo pueda reconstruir permanentemente sus recuerdos y si se perdiesen se impediría la reconstrucción de ese pensamiento colectivo. Entre estos marcos destacaba aquellos relativos al sentimiento de pertenencia de cada persona a un grupo (familia, religión, clase social…), además de los más generales que hacían referencia al lenguaje, al tiempo y al espacio. Consideraba que los marcos espaciales daban estabilidad a la rememoración porque producen la ilusión de que permanecen inalterables en el tiempo.
Las fosas del cementerio civil de Ciriego en Santander son, sin lugar a dudas, un lugar donde la memoria colectiva ha permanecido viva, resistiendo al olvido del paso del tiempo, al silencio con que el franquismo sometió a los vencidos, y a la “necesidad” que se expresaba en la Transición de hacer borrón y cuenta nueva para poder mantener una “convivencia pacífica”. A pesar de todo esto, el dolor que contenía ese espacio era tan grande, que se convirtió en uno de los símbolos de los desaparecidos republicanos españoles, víctimas de la represión franquista, y en uno de los espacios donde las familias pudieron llorar a sus desaparecidos, eso sí con discreción.
El documento que acompaña a este texto constituye la memoria de la construcción del monumento en recuerdo de las víctimas que se inauguró en junio de 1980 sobre ese lugar. A mediados de 1976 Manuel Palacios, Manuel Terán y Lucas Mier se impusieron la tarea de promover la construcción sobre las fosas comunes de un “MAUSOLEO A LA MEMORIA DE LOS MUERTOS POR LA LIBERTAD”. Para ello se dirigieron a los partidos políticos de izquierda y a las centrales sindicales de “clase”. Por esta vía se creó una comisión para desarrollar el proyecto que estaba integrada por: Acción Republicana Democrática Española, Comisiones Obreras, Confederación Nacional de Trabajadores, Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores, Federación Obrera Montañesa, Organización Revolucionaria de Trabajadores, Partido Comunista de España, Partido Socialista Obrero Español (HISTÓRICO), Partido Socialista Popular, Representación de Familiares, Representación de Independientes, Sindicato Unitario y Unión General de Trabajadores.
El primer boceto del mausoleo se encargó al escultor Jesús Otero, “gran artista y antifascista montañés”, que había pasado por la experiencia de las cárceles franquistas. El presupuesto ascendió a 1.600.000 pesetas, cantidad que la comisión consideró, “un poco ingenuamente”, que estaba dentro de sus posibilidades recaudatorias. Con ánimo de acelerar la entrada de efectivo en caja y con el fin de dar a conocer públicamente el boceto del Mausoleo se organizó una exposición en el museo de Bellas Artes de Santander. Sin embargo, los ingresos por la venta de bonos no alcanzaron para cubrir más que un tercio de lo presupuestado. Ello obligó al replanteamiento del mausoleo, inclinándose la comisión por un proyecto más sencillo: “Como sencillos fueron los hombres y las mujeres que reposan hoy bajo su arcada funeraria”. Cuatro años después el monumento fue inaugurado.
De las más de mil personas que reposan en la tierra sobre la que se cimenta el trilito, 836 fueron ejecutadas entre 1937 y 1948. De las muertes no hubo más testigos directos que los piquetes que los ejecutaron sobre el muro del cementerio civil, y el apunte en el libro de registro que recogía el número y la fosa en que fueron enterrados. Por el trabajo de investigación que realizó Antonio Ontañón[1] sabemos que el 93% de los fusilados fueron inscritos en el registro del cementerio como “desconocidos” (778 personas de las que no figura el nombre), también sabemos, tal como figuraban en el archivo de la prisión provincial de Santander, que los jefes de los piquetes portaban el oficio con los nombres de todos los que iban a ser fusilados. Esta práctica nos lleva a reflexionar porqué no fueron transcritos al libro de registro del cementerio.
A Tomás Soto Pidal, que en esas fechas era Capellán Mayor y Administrador del Cementerio de Ciriego, y por lo tanto el responsable del Registro, no se le puede considerar un hombre que desconociera el fundamento de su cargo, por lo que hay que buscar otra razón diferente a la de negligencia para explicar esta ocultación. Lo evidente es que estas personas fueron intencionadamente desaparecidas de la vida civil, condenadas al olvido, no dignas de ser recordadas ni por sus familias a las que se las intimidó para que no rindieran homenaje a sus muertos. Ahí adquieren sentido las palabras que un policía dirigió a la viuda de Antonio Cagigas en 1945 cuando estaba visitando la fosa en la que estaba enterrado su esposo: “Señora váyase a otra parte a llorar, no me obligue a detenerla”.
El muro del cementerio civil y la puerta por la que eran conducidos han desaparecido por una remodelación y con ella los impactos de bala que allí se podían ver. Sin embargo, permanece inalterable la necesidad de mantener el recuerdo. El 14 de abril de 2001 en el acto de homenaje, que como todos los años se celebra en el cementerio civil, la Asociación Héroes de la Republica inauguró siete monolitos en los que figura el nombre de las mujeres y los hombres que allí yacen.
Las fosas del cementerio de Ciriego son un símbolo contra el olvido. Un lugar de memoria que nos interpela por aquellas personas que por sus ideas fueron eliminadas. Nos cuestiona por qué en el mapa de fosas de personas desaparecidas violentamente durante la Guerra Civil o la represión política posterior del Ministerio de Justicia se ve un vacío en la Comunidad autónoma de Cantabria, en el que sólo figuran registradas siete. Esperamos que el estudio encargado en 2010 por el Gobierno Regional al Departamento de Ciencias Históricas y dirigido por Ángel Armendáriz se haga público para llenar este vacío y podamos así enfrentarnos con fundamento a una página de la historia que nos cuesta asumir y borrar de nuestras calles. Un vacío que se empieza a llenar, de momento, con cerca de 150 fosas localizadas.
[1] ONTAÑÓN, A. (2003): Rescatados del olvido. Fosas comunes del cementerio civil de Santander. Edición a cargo del autor.