“Nuestro partido no asume la decisión de integrarse en la OTAN, y, por consiguiente, estará en contra de la misma, con las consecuencias históricas que tenga mantener una coherencia lógica entre lo que decimos y lo que pensamos hacer”.
Este discurso, manifestado por Felipe González, secretario general del Partido Socialista Obrero Español, el 6 de octubre de 1981 en la Comisión de Exteriores del Parlamento era el que marcaba la pauta de los planteamientos que dicho partido se arrogaba entonces respecto a la cuestión de la pertenencia de España a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Claro que, en aquellos momentos, ni Felipe González ni su partido tenían aún responsabilidades de gobierno.
Claro que entonces, el PSOE de Felipe González, el que había salido del Congreso de Suresnes cambiando su orientación política, presumía (como sigue haciendo por otra parte, aunque cada vez con menos éxito, en cuanto se encuentra en el congelador de la oposición) de ser el líder abanderado de la izquierda española.
Lo cierto es que España ya se encontraba vinculada con la Alianza Atlántica desde 1953, fruto de los acuerdos bilaterales del régimen franquista con Estados Unidos. Y de hecho el país americano había intentado la consolidación de este ingreso en mayo de 1975, aunque su propuesta fue rechazada por el resto de los países aliados argumentando la ausencia de democracia en el estado español.
No obstante fue, una vez fallecido Franco, cuando los gobiernos de UCD solicitaron y obtuvieron, pese a la oposición manifiesta de todo el arco de izquierda de la política española y gran parte de la población, la adhesión a la alianza defensiva occidental.
En octubre de 1981, fecha en la que se enmarca la cita del secretario general del partido socialista que inicia este artículo, se producen los debates previos en el parlamento español. Alianza Popular, Unión de Centro Democrático y los nacionalistas vascos y catalanes apoyan la propuesta de adhesión mientras que las fuerzas de izquierda se oponen a la misma. No obstante, el 30 de mayo de 1982, bajo el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo y tras el quebranto moral que supuso la intentona golpista de febrero de 1981, España se convierte en miembro de pleno derecho de la OTAN.
Sin embargo, meses después, en octubre de 1982, el Partido Socialista Obrero Español se alza con la victoria en las elecciones generales por mayoría absoluta, lo cual en el imaginario de la población con ideología progresista debía suponer la salida inmediata del Tratado Atlántico.
Felipe González, máximo dirigente del partido vencedor y próximo presidente de gobierno, había manifestado en reiteradas ocasiones su notoria negativa a la adhesión de España y su deseo de que se realizara un referéndum “por respeto a la opinión pública”, llegando a señalar que “del mismo modo que hemos dicho ‘de entrada, no’ estamos dispuestos a decir ‘de salida, si” (el documento que ilustra esta crónica es precisamente la reproducción de una octavilla que el PSOE lanzó en 1982 con su famoso “OTAN, de entrada NO, y que la Asamblea para la Paz y el Desarme reeditó posteriormente, dentro de la campaña para exigir al Gobierno de Felipe González la convocatoria del Referéndum. En ella se concluía: “Los riesgos de ingresar en la OTAN son evidentes; la cesión de soberanía que conlleva, también. Ninguna persona responsable puede negar la trascendencia de esa decisión, que afecta directamente a la vida de 36 millones de ciudadanos… Por eso, nos amparamos en la Constitución y exigimos la celebración de un Referéndum, cuyo resultado respetaremos como demócratas”).
Lo que ocurrió más tarde, ya con el PSOE gobernando, debería incluirse en los anales de la práctica política inconsecuente o, a mayores, en algún tratado sobre el “misterio bufo”.
No se sabe muy bien si al ejecutivo socialista le dio un ataque extremo de responsabilidad gubernativa, si las presiones fueron tremendas e insoportables, si tuvo alguna revelación divina, si se abrió un futuro personal para algunos imposible de rechazar o si, como se dijo en su momento, a los socialistas les vincularon la permanencia en la OTAN con su aspiración de acceso a la Comunidad Económica Europea. El caso es que el Partido Socialista Obrero Español cumplió a las mil maravillas con el dicho carpetovetónico de que “donde dije digo, digo Diego”. Además, en el colmo de lo prodigioso y como muestra de que hay que saber colocarse en el panorama mundial, pasando el tiempo, como ejemplo del “trabajo bien hecho”, dispuso en sus filas del primer español, socialista él, nombrado Secretario General de la OTAN, en la persona del ex ministro Javier Solana, que ostentó el cargo entre 1995 y 1999.
El miércoles, 12 de marzo de 1986, casi tres años y medio después de haber ganado las elecciones, lo cual expresa a las claras la ausencia de interés gubernativo por cumplir con su promesa, y tras numerosas manifestaciones por parte de los grupos anti-OTAN exigiendo su cumplimiento, se celebró el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN al que el gobierno se había comprometido, sin embargo su postura (y la del partido político que lo apoyaba) era completamente distinta a la que había mantenido mientras estuvo en la oposición. Y en aras de esta transfiguración puso toda su maquinaria a funcionar. No ahorró detalle. Desde el chantaje que suponía la promesa de dimisión de Felipe González como presidente de gobierno, lo cual dejaba en el aire una amenaza de debacle en el futuro del país, hasta un estudio pormenorizado de las preguntas que se iban a realizar en la consulta, de tal modo que fueran lo suficientemente convincentes para arrimar el ascua a las nuevas pretensiones socialistas. En este cambio de traje, el PSOE, que antes había afirmado que la OTAN albergaba dictaduras como las de Grecia, Portugal o Turquía, no tenía sonrojo después en decir que reunía a países genuinamente democráticos.
Durante la campaña aparecieron en los periódicos cartas firmadas por personalidades mediáticas proclives a la permanencia, tales como Jaime Gil de Biedma, Rafael Sánchez Ferlosio (que luego tuvo el buen gusto de arrepentirse), Amancio Prada, Juan Marsé, Luis Antonio de Villena, Blanca Andreu, Santos Juliá, José María Guelbenzu, José Miguel Ullán, Assumpta Serna, Alvaro Pombo, Adolfo Domínguez, Sancho Gracia, etc. Incluso el ínclito periodista deportivo José María García, entonces mayoritariamente seguido por las mesnadas futboleras de este país, aprovechó su aparición en un programa televisivo de máxima audiencia para hacernos partícipes, sin venir a cuento, de su posición favorable a las tesis del gobierno.
Mientras tanto, y durante los años que transcurrieron entre el decreto firmado por UCD para la entrada de España en la OTAN y la celebración del referéndum prometido por el PSOE, los movimientos sociales y las fuerzas políticas que, al margen de la pirueta socialista, se habían mantenido contrarios al citado organismo de defensa, continuaron realizando protestas y manifestaciones que de forma sistemática desembocaban, no sólo en una alta participación, sino también en un porcentaje muy mayoritario de opiniones favorables a la salida de España del Tratado del Atlántico Norte.
Sin embargo, el resultado de la consulta de 1986, para decepción de muchos y tranquilidad de otros, supuso un durísimo varapalo, hundiendo en cuantiosos aspectos a las fuerzas progresistas en una preocupante atonía que se prolongó durante muchísimo tiempo. No obstante, es de rigor señalar que, a pesar del desencanto, el trabajo realizado permitió poner en contacto y colaborar a partir de entonces a numerosos grupos, que ampliaron sus reivindicaciones a otros aspectos de la lucha diaria, desde el antimilitarismo a la solidaridad o los derechos laborales, tal como señala el cántabro Comité de Solidaridad con los Pueblos en su libro “Internacionalismo en Cantabria. 1979-2008”.
Un hecho paradigmático del momento y de las sensibilidades que ocasionó la derrota fue también el nacimiento de Izquierda Unida a partir del reconocimiento y sintonía de diversas corrientes, tendencias y partidos opositores al organismo militar occidental.
El referéndum para la salida de España de la OTAN, como hemos adelantado, tuvo un resultado más o menos sorprendente, dada la inequívoca tendencia que hasta poco antes había tenido la opinión pública hacia una posición contraria a la permanencia. Este guión se mantuvo en la totalidad de las provincias del área de Cataluña, País Vasco y Navarra, que votaron en contra, pero en el resto de las provincias españolas, salvo en el notable caso de Las Palmas de Gran Canaria en el que el voto contrario a la OTAN fue superior al voto favorable en 50.000 papeletas, el vuelco en favor de los nuevos argumentos del PSOE fue claro.
En Cantabria acudieron a las urnas 239.938 votantes, de los cuales 140.251 votaron a favor y 79.031 en contra, habiendo 17.609 votos en blanco y 3.047 nulos, siguiendo la tónica general del país. En total, en el Estado, hubo una participación del 59,42 %, con un 52,5 % de votos favorables, un 39,85 % de votos en contra y un 6,54 en blanco.
A día de hoy las tres condiciones propuestas por el gobierno socialista, la de no incorporación a la estructura militar, la de la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español y la de la reducción progresiva de la presencia militar de Estados Unidos en España, han sido palmariamente incumplidas por los diferentes gobiernos que se han ido sucediendo.