Palomas en la plaza de toros es el título del artículo que John Dos Passos escribió acerca de una jornada de movilización socialista que tuvo lugar en Santander el 27 de agosto de 1933. Más allá de su autoría, la calidad de la narración y sus agudas apreciaciones contribuyen también a caracterizar una parte de la sociedad santanderina, cuya animadversión hacia los manifestantes no le pasó inadvertida a un observador de la talla del escritor estadounidense.
La versión original en inglés, Doves in the Bull Ring, fue publicada el 2 de enero de 1934 en la página 13 de la revista estadounidense New Masses. Pocos días después, el 18 de enero, la portada del diario madrileño La Lucha recogía la mencionada colaboración traducida al castellano y titulada según se ha expresado anteriormente.
Ambos medios, New Masses y La Lucha, comparten la particularidad de ser órganos de expresión de los partidos comunistas, de EE. UU. y de España, respectivamente. La Lucha fue una cabecera efímera, creada con motivo de la suspensión de Mundo Obrero por orden gubernativa en diciembre de 1933, que circuló hasta el mes de marzo de 1934, en el que también fue clausurado tras una huelga general del sector de artes gráficas en Madrid. Ramón J. Sender ejerció la dirección de éste desde su salida hasta finales de febrero, en lo que constituyó un tránsito personal desde posiciones anarquistas a comunistas, si bien no muy duradero. Sender y Dos Passos se habían conocido en la tertulia de la cafetería madrileña La Granja del Henar y no tardaron en establecer una relación de amistad. De forma análoga, con viaje a la Rusia soviética por medio, el estadounidense simpatizó con la causa comunista en los primeros años de la década de 1930. Por otro lado, el hecho de que el objeto principal de Palomas en la plaza de toros sea una movilización del PSOE sucedida casi cinco meses antes, con unas elecciones a Cortes entre medias, tiene su encaje en un medio del PCE en cuanto a la postura manifiesta de frente único de trabajadores que defendía la dirección comunista y, naturalmente, al prestigio internacional del autor.
Antonio Elorza, gran conocedor de los archivos y la historia del PCE, en un artículo de El País apuntó que la crónica se había publicado inicialmente en La Lucha, si bien con la indicación errónea del título, Palomas en el ruedo, que es como se tradujo y apareció, con alguna modificación en el texto, en libros posteriores del autor. Así, “En todos los países” (“In all countries”, 1934), incluye sus viajes por Estados Unidos, México, la Rusia soviética y España y posteriormente “Viajes de entreguerras” (“Journeys between wars”, 1938), recopila en un nuevo volumen lo ya publicado cuatro años antes junto con otros textos de viajes realizados anteriormente y algunos ensayos que escribió en la primavera de 1937 para la revista Esquire, con motivo del viaje que hizo a España para participar junto con su entonces amigo, Ernest Hemingway, en el proyecto de la película documental Tierra española, dirigida por Joris Ivens.
A continuación, se reproduce íntegramente el texto de John Dos Passos publicado en el diario La Lucha el 18 de enero de 1934, cortesía del Archivo Histórico del PCE.
Colaboración de LA LUCHA
PALOMAS EN LA PLAZA DE TOROS
Fue un domingo cálido, por la mañana, del mes de julio, miembros del Partido Socialista habían llegado de todas partes del Norte de España, para asistir al gran mitin de Santander. Habían llegado con sus banderas rojas y estandartes de los sindicatos, con sus mujeres e hijos y sus cestos llenos de merienda, sin faltar los pellejos de vino Valdepeñas. Habían llegado en trenes especiales y autobuses, en carretones tirados por mulas, en bicicleta y a pie. En la gran plaza de toros se habían congregado más de diez mil personas; ni un solo sitio estaba desocupado; era un público muy abigarrado de personas simples, apacibles, en su mayoría mecánicos, pequeños tenderos y agricultores, zapateros, sastres, empleados, maestros, tenedores de libros, algunos médicos y abogados en esta parte del globo, una multitud sin color, pero una gran multitud.
El acto fue amenizado con el canto de “La Internacional” por un grupo de chiquillos vestidos de blanco, con pañuelos rojos al cuello. Cantaban admirablemente. Pasaba el tiempo mientras esperábamos con impaciencia la llegada de los oradores. Los más importantes dignatarios parecían retrasarse demasiado. Después, mientras los oradores iban acudiendo al estrado, que había sido levantado en mitad de la plaza y bajo un sol picante, Todo el mundo se puso de pie y volvieron a escucharse las notas de “La Internacional”; algunos agitaban sus estandartes, acompañando los compases.
A alguien se le ocurrió que sería cosa de gran efecto soltar dos palomas blancas con lazos rojos al cuello, pero (sea por el calor o que las palomas estaban enfermas) las palomas no podían volar; revolotearon, medio aturdidas, sobre las cabezas de la muchedumbre, y fueron a estrellarse contra la pared de la plaza. Una de ellas logró alzar el vuelo, perdiéndose entre los tejados del caserío, sobre los que caía un sol abrasador y sofocante; la otra cayó sobre la multitud. La gente trataba de hacerla volar, dándole pequeños impulsos en el aire, pero el pobre animalito estaba fatigado. Finalmente fue a posarse en el mismo medio de la plaza, frente al estrado de los oradores. Allí permaneció impasible todo el tiempo que duraron los discursos. La pobre palomita parecía hallarse enferma. Yo me quedé contemplándola fijamente, esperando que se muriese, pero ella continuaba allí temblando, con la cabecita doblada y entristecida.
Los primeros en hablar fueron los oradores locales, obreros unos y funcionarios de los sindicatos los demás. Hablaban sencillamente y en términos precisos. La lucha en casa, lo mismo que en todo el mundo, estaba entablada entre el socialismo y el fascismo; la clase de gobierno que los obreros y productores querían, frente a la clase de gobierno que las clases explotadoras desean. El Partido Socialista no tenía sino que elegir el camino inmediato del socialismo (aplausos)…, Ejerciendo la dictadura proletaria si yo fuera necesario (más aplausos). Cuando comenzó a hablar el diputado a Cortes, lo hizo en términos un tanto vagos; habló más acerca de las condiciones del mundo, derivando a la historia y las cuestiones económicas; pero al final no pudo hallar otra forma de redondear su discurso que prometiendo el triunfo del socialismo (aplausos atronadores). Pero cuando el ministro socialista comenzó a hablar (aplausos, gritos de ¡Vivan los hombres honrados!), las cosas que dijo eran mucho más vagas aún. Hacía un calor sofocante; El ministro era un hombre bastante animoso, con una barbita muy atildada y académica. Ni siquiera el calor ardiente de aquella hora ni el sudor que transpiraba bajo su negra levita pudieron introducir el más leve temblor en sus largas y cuidadosamente moduladas sentencias. Hablaba en la clásica forma de las arengas, subjuntivos y futuros subjuntivos, y futuros condicionales, y condicionales subjuntivos futuros. Trajo a colación la Historia y la Literatura, la Filosofía y Bellas Artes, como si estuviese hablando a sus discípulos en la Universidad, y terminó con un párrafo tan engolado que cortó la respiración a los oyentes. La parte sustancial del discurso venía a ser que el Partido Socialista era el partido de la disciplina y el orden y que la mejor cosa que los socialistas sinceros podían hacer era permanecer tranquilos en sus casas, cumplir sus obligaciones y abandonar toda discusión política acerca de la conquista del régimen socialista en interés de los trabajadores, a sus superiores, los jefes políticos, quienes conservan en sus corazones el amor a la humanidad y comprenden la necesidad de la ley y el orden y son, por lo demás, hombres honestos. Los intereses de la Humanidad exigían la confianza y disciplina del Partido Socialista.
Cuando hubieron terminado los discursos, la palomita enferma seguía temblando en el centro de la plaza de toros. Con mucha disciplina, pero tal vez con menos confianza que la que tenían por la mañana, los miembros del Partido Socialista se dirigieron en grupos compactos, hacia el centro de la población. Unos a otros se decían entre sí que la consigna debía ser el orden.
Por la tarde, el calor seguía castigando. Los socialistas, con sus banderas y sus chicos y sus cestos de merienda, ya vacíos, se dirigieron sin música desde el centro de la población hasta la playa. Marchaban esparcidos, algo aturdidos por el barullo. Todos los cafés aparecían muy animados. La gente que había sentada a las mesas hablaba sobre el tipo de español más odiado en Méjico. Era el gachupín, de perilla atildada y ojos esquivos, de cara de raposo; esos importadores y exportadores de aguardientes, pequeños comisionistas, usureros, prestamistas, hombres que sabían hacer multiplicar dos duros donde antes había uno solo, hombres que habían descubierto el gran principio de que el trabajo honrado no produce dinero. Esos hombres no habían sido nunca nada; la mayoría de ellos tuvieron que lampar para ganarse la vida en América; mientras, metidos en sus casas la jerarquía, las duquesas, los grandes y los conservadores, les habían regalado con su odio cerval, pero ahora los gachupines estaban a la cabeza del mundo. Estaban sentados ante las mesas de café, contemplando a los confundidos socialistas, que iban de aquí para allá. Había muchos socialistas; durante largo rato estuvieron desfilando con sus banderas y sus hijos, y sus pañuelos encarnados y sus cestas de merienda. Las miradas de odio que les dirigían los personajes sentados ante las mesas de café les confundían. Talmente parecían un gran rebaño de ovejas en el país de los lobos.
JOHN DOS PASSOS
John Dos Passos en Santander. Notas a Palomas en la plaza de toros, una jornada de movilización socialista
La reunión en Santander de unos diez mil afiliados y simpatizantes de las organizaciones socialistas un domingo de agosto de 1933 y el posterior desarrollo de un mitin y una manifestación son los elementos que dan pie a un artículo del escritor estadounidense en el que la capacidad de observación e interpretación de aspectos accesorios constituye su principal aportación al conocimiento de una realidad social y política polarizada tras poco más de dos de proclamarse la II República.
Durante el verano de 1933 John Dos Passos y su primera mujer, Katherine Smith, viajaron en coche por distintas localidades y zonas de España, visitando Madrid, El Escorial, Segovia, Ávila, Santiago de Compostela, Pontevedra y Santander, según referencia en el último capítulo de “Años inolvidables” (“The best times”, 1966), titulado La cucarachita, nombre que dieron al Fiat de segunda mano que compraron para la ocasión. Su objetivo era escribir una serie de artículos y ensayos sobre la nueva realidad política española con los que, finalmente, sufragar el coste del viaje.
En esa etapa de su vida, el escritor y periodista, nacido en 1896, una de las principales figuras de la Generación Perdida, grupo de escritores estadounidenses nacidos en torno al cambio de siglo del que Hemingway, Faulkner, Steinbeck y Fitzgerald son representantes destacados, defendía un ideario políticamente progresista, internacionalista y antibelicista.
Su estancia en Santander coincide con una jornada organizada por las Juventudes Socialistas que pretendía congregar a una multitud de militantes de las formaciones políticas del entorno socialista (PSOE, UGT y JJ.SS.), principalmente de las provincias cercanas a la de Santander. La capacidad de convocatoria y movilización de las organizaciones deberían redundar en un acto de cohesión interna hacia su interior y de propaganda al exterior, al tiempo que suponer una vía de recaudación de fondos para la adquisición de una nueva rotativa para el por entonces diario El Socialista.
La ciudad había albergado en los últimos meses diferentes actos de partidos y conferencias de destacados líderes políticos, como Miguel Maura, fundador del Partido Republicano Conservador, Alejandro Lerroux, del Partido Republicano Radical, Marcelino Domingo, del Partido Republicano Radical Socialista o Manuel Azaña, de Acción Republicana. Santander era una ciudad heterogénea social y políticamente, con una actividad educativa y cultural notable. En las elecciones municipales de abril de 1931 se había impuesto la candidatura de la Conjunción republicana-socialista, que reeditaría el triunfo en las de las Cortes Constituyentes que tuvieron lugar dos meses y medio después. El pilar fundamental en la capital provincial eran los socialistas. Sin embargo, tras la ruptura de la coalición en septiembre de 1933 y la convocatoria de elecciones a Cortes, que se celebraron en noviembre, la victoria cambio de bando, imponiéndose la candidatura unitaria de derechas, que concurrió en un solo bloque, frente a la dispersión de los partidos de izquierda y centro.
En tiempos de la II República hubo también en la plaza de toros otros dos mítines monstruo, que congregaron a multitudes. El primero de ellos, organizado por el Partido Radical con motivo de un homenaje al político republicano cántabro Isidro Mateo González, se celebró el 20 de octubre de 1931 y contó con la presencia como orador principal del líder de los radicales, Alejandro Lerroux; concurrieron cerca de trece mil personas. El 15 de septiembre de 1935 tuvo lugar el mitin que más concurrencia registró en esos años en Cantabria. El PSOE consiguió reunir cerca de dieciséis mil asistentes a un acto en el que intervinieron los diputados Ramón Lamoneda, José Andrés Manso y Jerónimo Bujeda.
Volviendo a los actos que compondrían el desarrollo de la jornada del 27 de agosto de 1933, estos darían comienzo, tras la concentración posterior a la llegada de autobuses y trenes, con un mitin en la plaza de toros y desfile de las banderas de las agrupaciones presentes, de allí partiría una manifestación que finalizaría a las puertas del Gobierno civil, cuyas oficinas estaban provisionalmente ubicadas desde 1930 en un edificio al inicio de la calle Castelar, para después continuar en tono festivo con una jira (comida popular) en las playas de El Sardinero y Los Pinares.
Inicialmente se barajaron los nombres de Julián Besteiro, y Enrique De Francisco, jefe del grupo socialista en el Congreso de los Diputados, perteneciente a la corriente de Largo Caballero, como cabezas de cartel. Finalmente, el segundo no podría desplazarse por problemas de agenda de última hora. Por su parte, Besteiro, presidente de las Cortes y líder del ala más moderada de los socialistas, sería reemplazado por Fernando de los Ríos, entonces ministro de Estado, en lo que algunos medios afines a la derecha interpretaron como una muestra de las desavenencias internas dentro del PSOE.
La figura del intelectual y político socialista era conocida y respetada en Santander. Como ministro de Instrucción Pública, en el primer gobierno de la II República había creado la Universidad Internacional de Verano de Santander, posteriormente denominada Menéndez Pelayo, y había recibido la distinción de Hijo Adoptivo de Santander en sesión plenaria del Ayuntamiento de 1 de octubre de 1932, adoptada por unanimidad. Como apunta la prensa local, “incluso los votaron los monárquicos”.
Dos Passos no identifica en su artículo a ninguno de los oradores en el mitin. Únicamente proporciona datos de sus cargos institucionales y organizativos (diputado a Cortes, ministro), a veces de forma imprecisa, (“obreros unos y funcionarios de los sindicatos los demás”). Tal vez esto pueda apuntar a que pensaba simplemente en la edición del texto en medios de su país. Posteriormente, en su libro de memorias “Años inolvidables” aporta el nombre de Fernando de los Ríos, aunque presentándole tan solo como diputado a Cortes por Granada.
Si, como hemos sostenido inicialmente, la finalidad principal de la movilización era de naturaleza propagandística, el posible éxito se sustentaba en presupuestos como la capacidad de movilización y convocatoria, la aptitud organizativa y la proyección de una imagen a la ciudadanía de multitudes ordenadas. ¿Y los mensajes? En actos planteados bajo estas premisas, en los que se trata de mostrar el músculo de la organización, la calidad e importancia de los discursos no suele ser lo fundamental. El mensaje principal es la imagen que se traslada.
Como indicadores de cumplimiento de los objetivos, tanto la prensa local como el propio Dos Passos nos proveen de datos. Las previsiones más optimistas cuantificaban en once mil los asistentes al mitin. Finalmente, las cifras que se alcanzaron rondan los diez mil espectadores, que es el aforo aproximado de la plaza de toros, resaltándose la gran afluencia desde las provincias limítrofes. El ruedo quedó únicamente ocupado por la tribuna de oradores, lo que además posibilitó un desfile de los estandartes y banderas del alrededor de centenar y medio de agrupaciones socialistas representadas.
La unanimidad de los diarios es total en lo que se refiere al éxito de la organización. El Diario Montañés, el medio más hostil con la jornada, señalaba en su edición del día 29 de agosto que el éxito de la concentración socialista se redujo al alarde del espíritu de organización. En el lado opuesto del eje político, La Región valoraba que toda la jornada discurriera ordenadamente y sin incidentes. Por su parte La Voz de Cantabria hacía hincapié en la perfecta organización, disciplina y en la educación ciudadana y el republicano El Cantábrico valoraba en su titular el desarrollo de los actos como una lección política “en medio de gran entusiasmo y con el orden más completo”. El Socialista, en su información de la jornada también lo dejaba claro: “Otra vez, entre los acordes de “La Internacional”, la impresión de lo matemático, de lo exacto… Acaso ése sea el resumen de la jornada: cifras y matemáticas”.
Tampoco pasó desapercibido el hecho para John Dos Passos, quien destaca en su texto la disciplina con la que los manifestantes marchaban por el centro de Santander: “Unos a otros se decían entre sí que la consigna debía ser el orden”.
El mitin empezó con algo de retraso motivado por la demora de la comitiva de autobuses procedentes de Vizcaya y del tren procedente de Madrid, que tardaron más de lo previsto en llegar. Tras la interpretación de La Internacional por un coro infantil socialista, Juan Ruiz Olazarán, presidente de la Juventud Socialista de Santander y de la comisión organizadora, figura emergente y de gran relieve durante la Republica y la Guerra Civil, presentó el acto y a los oradores que le sucederían en el uso de la palabra.
La referencia a la suelta de dos palomas blancas con lazos rojos que John Dos Passos utiliza para titular su artículo no aparece en ninguna de las crónicas publicadas del acto. Partiendo de lo simbólico, de su identificación con los jóvenes socialistas, el hecho de que una de ellas no consiguiera levantar el vuelo será interpretado, tal y como explica en “Años inolvidables”, como un mal augurio, una alegoría de lo que estaba por venir: “Durante aquel verano no hice otra cosa que ver signos y presagios por todas partes”.
De lo que sí hay constancia es del grito “Vivan los hombres honrados“ con el que fueron recibidos los políticos socialistas y que Dos Passos incorpora a su crónica de la jornada. El diario La Región del día siguiente detallaba “Seguidamente, una atronadora salva de aplausos acoge la presencia de Bruno Alonso, José Castro y Fernando de los Ríos, oyéndose vivas a los hombres honrados, al Partido Socialista, a la U.G.T. y otros diversos”. El mismo año 1934, en su obra “En todos los países”, el autor estadounidense utilizaría la expresión “La República de los hombres honestos” para referirse, con unas connotaciones no exentas de ironía, a los gobernantes que en el primer bienio republicano habían pactado con la burguesía y que se habían enmarañado en cuestiones burocráticas, tal y como interpretó la filóloga Catalina Montes. Es importante remarcar el año y ponerlo con relación a las afinidades políticas que en aquel momento profesaba el autor de “Manhattan Transfer”.
José Castro, presidente de la Federación Nacional de Juventudes Socialistas, en un tono apasionado centró su discurso en la afirmación de los valores socialistas y en el papel de la juventud como freno al capitalismo y al fascismo rampante por Europa. Manifestó que el apoyo a un régimen republicano burgués no debía suponer el abandono de la consecución de los ideales socialistas. Finalmente reclamó disciplina organizativa a los jóvenes.
Continuó Bruno Alonso, sindicalista, diputado y referente del socialismo en Cantabria, de la línea política de Julián Besteiro, que muy emocionado dirigió al auditorio palabras de agradecimiento por el esfuerzo personal y económico que habían efectuado para responder a la convocatoria. Su alocución se focalizó en la advertencia de los peligros que se cernían sobre la República y los socialistas, expresando que no se toleraría una situación como la que se había producido en Alemania (ascenso del nazismo). En tal caso los socialistas abandonarían el pacifismo y responderían a sus enemigos.
La última intervención fue la de Fernando de los Ríos. A diferencia del tono encendido de sus predecesores, el político granadino utilizó un registro más reflexivo y sosegado. Inicialmente enfocó su discurso hacia los jóvenes, sobre todo las mujeres, y teorizó sobre los modos de hacer política, contraponiendo dictadura y democracia y declarándose partidario del ejercicio del poder desde el respeto a las libertades. Valoró, desde el posibilismo el esfuerzo que estaba haciendo la República, objeto de ataques permanentes por parte de sus enemigos y estableció tres prioridades en la acción de gobierno: legislar la libertad de pensamiento, pero perseguir la calumnia, modernizar el país con nuevas leyes impulsando la acción del Parlamento y promover la política social. Para finalizar destacó que para que los hombres pudieran ser libres, la economía debería estar esclavizada y que la realización del ideario socialista habría de venir por la libertad y la democracia.
La reacción a los discursos que se publicaron en los diarios de Cantabria y de otras provincias viene determinada por la orientación ideológica de los mismos. El otrora confesional El Diario Montañés señaló que los oradores estaban dominados por la obsesión de la amenaza del fascismo, que la impresión que dejaron fue, literalmente, “deplorable” y que ninguno de ellos abordó cuestiones de Estado. Centrándose en la figura de Fernando de los Ríos, valoró que tuvo un mal día y que “habló totalmente desplazado del auditorio, sus disquisiciones no podían ser digeridas por un público trabajador”.
Entre los medios afines, La Región, ponderó la responsabilidad de los intervinientes; de Fernando de los Ríos dijo en un subtítulo que “Dio una lección sujetando su discurso al freno del cargo de ministro, pero, no por ello, dejará obrar a los que van en contra de la República”. Análogamente, la escritora y política Matilde de la Torre ensalzó la intervención del ministro en un artículo titulado “La interrogación”, publicado en El Socialista: “Nada que decir de su verbo único, de su claridad meridiana, de su lógica legítima…”.
La valoración que efectuó Dos Passos nuevamente hay que entenderla atendiendo al tiempo en que fue escrita. En la colaboración que publicó La Lucha se muestra más crítico. De Bruno Alonso refiere que “habló en términos un tanto vagos”, lo que se acentuó con Fernando de los Ríos. La forma en que este último se dirigió a un auditorio era “como si estuviese hablando a sus discípulos en la Universidad”, “en la clásica forma de las arengas” y ”terminó con un párrafo tan engolado que cortó la respiración a los oyentes”. A las críticas en lo formal continuó con las del contenido a partir de una descripción bastante cáustica, que, si nos atenemos a la transcripción casi literal del discurso publicada en El Cantábrico y en La Región, parece que se ajusta más al campo de lo interpretativo que al de lo descriptivo. Años después valoraba que “era un placer” apreciar su uso del idioma, si bien cuestionaba el interés que tal fórmula expositiva tenía para un auditorio mayoritariamente formado por “mineros, mecánicos y agricultores”.
Finalizados los parlamentos, según lo programado, continuó en el ruedo un desfile de las banderas de las diferentes agrupaciones presentes para luego, en manifestación por las principales vías de la ciudad dirigirse hasta las dependencias del Gobierno civil, en la calle Castelar, donde una comisión encabezada por Fernando de los Ríos entregó al gobernador un documento que contenía los motivaciones y solicitudes por las que había sido convocada la marcha. Finalizada la concentración, los participantes se desplazaron hasta la zona de El Sardinero para comer en Los Pinares, tradición de los primeros de mayo santanderinos, y disfrutar de las playas hasta bien entrada la tarde, en que se dio por finalizada la jornada, iniciando los excursionistas desplazados el retorno a su localidad de origen.
El diario La Región informaba, en tono jocoso, del pulso bajo de la ciudad esa mañana de domingo, especialmente en la zona del ensanche burgués (paseo de Pereda…):
“La burguesía parece haberse puesto al habla para emprender una huida o para sentir un temor escalofriante. Quizá haya las dos cosas, porque la ciudad recogió en sus viviendas o en el campo de la provincia la abigarrada muchedumbre que a diario orla las calles de la capital”.
Siendo notable la información que Dos Passos aporta sobre el mitin y demás actos de la jornada de afirmación socialista en Santander, lo que mayor trascendencia adquiere de su artículo es la captación que un corresponsal extranjero, ilustrado y crítico, realiza sobre la actitud de parte de la sociedad santanderina: la que contempla el paso de la manifestación socialista desde las terrazas de las principales cafeterías de la ciudad, identificable con la burguesía. De hecho, se trata de la parte más citada en las monografías y artículos que han abordado esta crónica.
“Estaban sentados ante las mesas de café, contemplando a los confundidos socialistas, que iban de aquí para allá. Había muchos socialistas; durante largo rato estuvieron desfilando con sus banderas y sus hijos, y sus pañuelos encarnados y sus cestas de merienda. Las miradas de odio que les dirigían los personajes sentados ante las mesas de café les confundían. Talmente parecían un gran rebaño de ovejas en el país de los lobos”.
Pues bien, esa descripción que hizo en 1933, desde un enfoque político claramente alineado a la izquierda, la validaba más de tres décadas después en su libro de memorias, cuando ya su posición estaba afianzada en el lado conservador.
“Un signo y un presagio que no era en absoluto imaginario fue el odio en los rostros de las gentes elegantemente vestidas, sentadas en las mesas de los cafés de la calle más importante de Santander, mientras contemplaban a los sudorosos socialistas volviendo de la plaza de toros con sus hijos y sus cestas y sus banderolas. Si los ojos fueran ametralladoras, ni uno solo hubiera sobrevivido aquel día. En mi bloc de notas apunté: Socialistas tan inocentes como un rebaño de ovejas en un país de lobos”.
El último viaje que realizó a España John Dos Passos tuvo ocasión en otoño de 1967, un año después de haber publicado sus memorias “The best times”, literalmente Los mejores tiempos, traducida literariamente como “Años inolvidables”, cuyo final sitúa el autor en 1937, tras su visita a un país que conocía y amaba y que se encontraba en plena Guerra Civil. El asesinato de su amigo José Robles Pazos, urdido por la policía política soviética, es el punto de inflexión que da pie a su encono anticomunista y a la quiebra de su amistad con Ernest Hemingway, circunstancias narradas espléndidamente por Ignacio Martínez de Pisón en “Enterrar a los muertos” (2005). Tres décadas después no sabemos que pensó al ver hechos realidad aquellos augurios. Tal vez se encontrara cómodo en un país con un jefe de Estado convertido en el centinela de occidente o quizá sintiera añoranza de la tierra española por la que luchó Robles. De lo que no cabe duda es que sabía con certeza que sus mejores tiempos hacía muchos años que habían pasado.
Nota bibliográfica
Obras de John Dos Passos consultadas
«En todos los países» («In all contries»,1934)
«Viajes de entreguerras» («Journeys between wars»,1938)
«Años inolvidables» («The best times»,1966)
Bibliografía consultada
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Elorza, Antonio (1995), «Ramón J. Sender, entre dos revoluciones (1932-1934)», en Juan Carlos Ara Torralba y Fermín Gil Encabo (eds.), El lugar de Sender: actas del I Congreso sobre Ramón J. Sender (Huesca, 3-7 de abril de 1995), Huesca / Zaragoza, IEA / IFC, pp. 65-84.
Higuera, Pilar (2019), «La libertad de prensa en España durante la Segunda República», Trabajo de Master en Historia Contemporánea, Universidad de Cantabria, Santander
Juncker, Clara (2010), «John Dos Passos in Spain», en Miscelánea: a Journal of English and American Studies 42 pp. 91-103
Martínez de Pisón, Ignacio (2005), «Enterrar a los muertos», Barcelona, Seix Barral.
Montes, Catalina (1980), «La visión de España en la obra de John Dos Passos», Salamanca, Ediciones ALMAR.
Solla, Miguel Ángel (2007), «La Segunda República», en Manuel Suárez, Historia de Cantabria, Vol. 2, (La Cantabria Contemporánea), Santander, Ed. Cantabria. Pp. 173-180
Torres, Laura (2018), «John Dos Passos (1896–1970). Dubious films and lost friends», en C. Wallhead (Ed.), More Writers of the Spanish Civil War: Experience Put to Use, pp. 51-114.
Publicaciones periódicas consultadas
El Cantábrico, El Diario Montañés, La Libertad, La Lucha, New Masses, El País, La Región, El Socialista, La Voz de Cantabria
Agradecimientos
Archivo Histórico del PCE
Fundación Pablo Iglesias
Marxists Internet Archive