Este texto, al igual que el correspondiente al tema del mes próximo, tiene su origen en sendas charlas impartidas en el Palacio de Festivales de Santander el pasado 13 de marzo, con el objetivo de presentar el contexto histórico en que trascurría la zarzuela Vientos del Norte. Se realiza así una aproximación a la realidad de Santander en la transición de los siglos XIX al XX, resaltando en este artículo los aspectos socio-políticos, mientras que el próximo mes se incidirá en cuestiones económicas y urbanísticas.


En la década final del siglo XIX, Santander vivió dos acontecimientos que marcaron sendos hitos en la historia de la ciudad. En el primero Santander fue protagonista de la tragedia producida por la explosión del vapor Cabo Machichaco, atracado en la bahía con un cargamento que la desgracia se encargaría de hacer estallar. La destrucción provocada se resume en unas cifras que hablan por sí solas:

El balance de víctimas fue de 500 muertos y más de 2000 heridos. Se produjeron desperfectos de distinta consideración en 111 casas, en un amplio radio que va desde la Media Luna (actual Gómez Oreña, en Cañadío) hasta el n.º 29 de la c/ Alta y desde la cuesta de la Atalaya hasta las calles de Calderón de la Barca, Méndez Núñez y Antonio López. Asimismo, 25 de estas casas se declararon en estado de ruina inminente y con el incendio que siguió a la explosión desaparecieron 35 casas más. La fila de casas del ensanche de Maliaño, orgullo de la burguesía santanderina pocos años antes, había desaparecido.

Cinco años después, Santander fue escenario del embarque de numerosos soldados que acudieron reclamados por el ejército español para hacer frente a la revuelta de Cuba por su independencia. Meses después, la mayoría de esos soldados volvieron derrotados, muchos de ellos heridos, y algunos no volvieron. Santander no fue en esta ocasión el escenario del desastre, pero los santanderinos fueron testigos directos de la imagen de la derrota. Ambos acontecimientos, sin aparente relación, sí que contribuyeron a cambiar la configuración y la historia de la ciudad. El puerto, que hasta entonces había sido protagonista principal de la vida económica y social, pasó a ocupar un lugar secundario; la actividad comercial y portuaria, que había protagonizado durante siglos la economía de la ciudad, dejó paso a una especialización de carácter turístico, volcada en el sector servicios, que facilitaría la expansión de Santander más allá de los límites del momento: la Magdalena, el Sardinero y sus playas cobrarían en los siglos XX y XXI un protagonismo que nunca habían tenido.

Con todo, ambos acontecimientos no hicieron sino acentuar tendencias que ya estaban en marcha desde mediados de siglo, aproximadamente. La competencia de los puertos mediterráneos y la recuperación de Bilbao como principal enclave comercial del norte tras el final de la última guerra carlista (1876) señalaban el agotamiento de un modelo que había organizado la economía ciudadana y, por extensión, la regional, en torno al puerto santanderino. Igualmente, Santander estaba experimentando los cambios vinculados a la configuración de una economía regional diversificada, en la que la minería (principalmente hierro y zinc), la industria y una especialización ganadera en el entorno rural ofrecían el contraste de una capital orientada a los servicios y el turismo. Creció así la presencia de las clases medias y bajas urbanas, que fueron adquiriendo una composición acorde con el nuevo siglo, con predominio de funcionarios, empleados y profesionales, junto a los obreros industriales, que constituyeron la mayor parte de las clases trabajadoras, hasta entonces representadas por los pescadores y el personal de talleres y establecimientos de comercio. La burguesía comercial tradicional, los grandes apellidos que habían marcado la hegemonía económica y cultural, siguió ostentando este dominio, pero diversificó sus negocios hacia las nuevas fuentes de enriquecimiento que sustituyeron al predominio del comercio ultramarino.

Santander tenía 54.600 habitantes en 1900. Ya había culminado su ensanche, que la abrió al mar, pero junto a las cuidadas infraestructuras y a los modernos servicios públicos también mostraba barrios míseros, donde azotaban periódicas crisis de subsistencias y brotes epidémicos. La creciente segregación social, la diferenciación zonal en función de la riqueza, hacían compatible la marginación, la prostitución, la delincuencia o el enfrentamiento social, con lugares elegantes de sociabilidad: cafés, círculos, clubs para las clases medias y altas (Círculo de Recreo, Club de Regatas, Ateneo, Club Marítimo, Casino, Hotel Real…). También en lo referente a la vida cotidiana, los entretenimientos y los hábitos de ocio se produjo un cambio significativo. El uso creciente del balneario favoreció su extensión en la provincia (Liérganes, Puente Viesgo, Las Caldas,…). Los famosos baños de ola no solo proporcionaron recreo a la burguesía santanderina; también tuvieron su componente de facilitador de la configuración de lazos entre la burguesía madrileña y la local. Mientras tanto, las clases populares disponían de espacios de sociabilidad muy diferentes: fábricas, calles, tabernas, cafés cantantes… Su cultura propia pasaba por las fiestas populares, la literatura populista o la lectura (que constituía un componente colectivo de sociabilidad en una época en la que la alfabetización seguía siendo escasa).

El régimen de la Restauración adoptó en Cantabria rasgos muy similares a los del conjunto de España: control de los cargos políticos por unos partidos de elites, muy escasa movilización y participación ciudadana, solo apreciable en la capital, que presentaba un comportamiento muy diferente al del resto de la región y al que conocemos en Santander en la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Las demarcaciones electorales en Cantabria eran tres: dos distritos y una circunscripción. Esta última incluía Santander y un número elevado de municipios, de manera que el tradicional voto progresista de la capital quedaba ahogado por el entorno rural, en manos del caciquismo. La consecuencia fue que en prácticamente todo el periodo de la Restauración los candidatos elegidos por la circunscripción fueran del Partido Conservador, pese a que la capital mantuvo una tradición de voto mayoritariamente republicano. En los distritos la continuidad fue la tónica más destacada, quedando en manos del partido liberal tanto la zona Occidental (Cabuérniga) como la Oriental (Laredo). La asignación de los candidatos electos parecía responder más a factores locales que a las necesidades nacionales de los 2 partidos del turno, si bien es obvio que existía una relación entre ambas dinámicas. No obstante, el predominio de los factores locales se aprecia por ejemplo en la continuidad del escaño en manos de una misma familia, así como, en otro orden de cosas, en la ausencia de mecanismos de coacción fuertes sobre la ciudadanía: bastaban los procedimientos vinculados al favor y la deferencia para conseguir los votos de la población.

El vapor Cabo Machicaco instantes antes de su explosión mientras estaba atracado en el puerto de Santander. Foto tomada de “El Avance montañés. Libro sobre la exposición de mismo nombre”. Santander 1950.

Precisamente el cambio de siglo y las secuelas del 98 marcan un punto de inflexión en la medida en que los partidos de turno dan claras muestras de agotamiento, y obtienen mayor implantación los grupos de oposición (republicanos, socialistas, y desde el otro lado del espectro, los católicos). Los republicanos atraviesan una larga travesía del desierto tras la fugaz trayectoria de la I República, de la que se derivó una aguda división interna; republicanos progresistas, seguidores de Ruiz Zorrilla, y federalistas, liderados por Pí y Margall, fueron las 2 corrientes principales. Durante un periodo, republicanos y socialistas se disputaron la hegemonía en la clase obrera, decantándose esta mayoritariamente en favor de los socialistas a medida que UGT y PSOE fueron implantándose en la región.

Los republicanos mantienen un arraigo notable en las calles y barrios populares de Santander, entre los trabajadores, pescadores y artesanos, así como entre la pequeña burguesía local. Sus partidarios identifican el cambio de régimen con la modernización de España, lo que implicaría la democratización del país, el progreso, la europeización. El anticlericalismo es una de sus señas fundamentales de identidad, recogiendo una tradición que desde inicios del siglo XIX había incitado la movilización de sectores progresistas contra los privilegios, el poder y la influencia de la Iglesia en la sociedad española. Fieles en su mayoría al federalismo pimargalliano, rechazan tanto el centralismo como el nacionalismo separatista. No plantean la superación del sistema capitalista, pero defienden propuestas en sintonía con algunas reivindicaciones económicas de las clases populares: rechazo del impuesto de consumos, higiene pública, asistencia médica y farmacéutica municipal, construcción de casas baratas.

El PSOE, desde su nacimiento en Madrid en 1879, experimentó un crecimiento muy lento; rivalizó con los republicanos por el apoyo de los trabajadores, con escaso éxito en sus primeras décadas. Hay una reactivación del movimiento obrero desde 1898, con un incremento de la conflictividad laboral, que afectó a profesiones como panaderos, peluqueros, lateros, molineros, ya sectores como madera, construcción, metalurgia y pesca. En estos principios del siglo XX se asiste igualmente a la reaparición de grupos anarquistas, si bien con una presencia limitada.

Lejos de la exageración que implica la denominación de Atenas del Norte (bien es verdad que acuñada años más tarde), Santander es testigo de una vida cultural dominada por la presencia de eminentes figuras conservadoras, como Pereda o Menéndez Pelayo, aunque no faltó el contrapunto de escritores republicanos como Estrañi o Pérez Galdós, rodeado por un entorno rural anclado en los modos de vida tradicionales, en el marco de una economía que apenas rompía el límite de la subsistencia. Solo décadas después, con la implantación de industrias de capital extranjero se produciría un cambio sustancial, con la conversión del campesino en obrero mixto. Se irá conformando, bajo la hegemonía de una ciudad que organiza el espacio regional y difunde su mentalidad y su cultura, una visión idílica del mundo rural, perfectamente representada en las obras de Pereda, cada vez más alejado del entorno urbano y sus trasformaciones profundas, y por ello mismo objeto de nostalgia. Así, localismo, ruralismo, higienismo, naturalismo y realismo pasarán a formar parte de este paisaje cultural urbano, reflejo idealizado y deformado del mundo de ayer que va quedando atrás. Pero mientras Pereda representa el tradicionalismo meramente estético, la figura del Dr. Diego Madrazo comparte la fijación por la sociedad campesina, pero su utopía pasa por una república agraria que recupere los valores de solidaridad, ayuda mutua y cooperación que la ciudad va abandonando.

Los desastres que asolaron la capital de Cantabria en la última década del siglo XIX dejaron honda huella en la ciudad. Provocaron un fuerte impacto en la memoria colectiva santanderina, por sus dimensiones y su espectacularidad, pero no hicieron sino acentuar tendencias que ya vemos delineándose en la evolución de la ciudad las décadas anteriores. El Santander que surge al inicio del siglo XX empieza a perfilar lo que la ciudad es hoy: una capital volcada hacia el turismo y los servicios, con una espectacular fachada marítima y una acentuada segregación social. Un Santander fragmentado, dividido entre la ciudad abierta, cosmopolita, acogedora para el visitante, y la interior, que trepa entre calles con fuertes pendientes, donde las clases populares trabajan y viven lejos del mar. Un Santander que a principios del siglo XX hacía valer la sociabilidad popular, la tradición liberal y republicana, antes de deslizarse hacia el conservadurismo hegemónico que la ha caracterizado en el último siglo.

 

BIBLIOGRAFÍA

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