La impopularidad de la guerra fue creciente por el elevado coste en vidas y su desigual reparto social.
Los socialistas fueron en Cantabria los principales promotores de los actos a favor de abandonar Marruecos
La efemérides que más se va a evocar este mes de septiembre de 2023 en lo que a la Historia de España se refiere es, por su trascendencia, el centenario del golpe de estado encabezado por el general Primo de Rivera, que supuso la crisis final del periodo de la Restauración borbónica y dio paso a una dictadura que se prolongó hasta 1930, un año antes de la proclamación de la II República. Se trata de un episodio histórico de una gran complejidad, no tanto en lo que se refiere a su interpretación como a la abundancia de factores causales e implicaciones.
Si el pronunciamiento se inició en Barcelona el 13 de septiembre de 1923, tres días antes tuvo lugar en Santander un acontecimiento singular: una huelga general convocada por una organización obrera de Cantabria contra la guerra de Marruecos, conflicto este, precisamente, cuyo desarrollo y alcance (significadamente tras el Desastre de Annual, en el verano de 1921, y el proceso de depuración de sus responsabilidades) es considerado el detonante del golpe militar.
En un artículo anterior, titulado La guerra de los desastres: el Barranco del Lobo, una realidad cantada, publicado en febrero de 1921, abordamos la cuestión de Marruecos a partir de una cancioncilla popular, a partir de una versión interpretada por el grupo El cantar de las comadres. Esta canción Fue compuesta tras los trágicos sucesos de julio de 1909 en las estribaciones del monte Gurugú. Igualmente compartíamos una fotografía del corraliego Francisco Macho González y su unidad en un blocao situado en la misma cumbre del Gurugú, años más tarde, en 1920. En este texto nos centraremos en la evolución y desarrollo de la oposición política y popular a la guerra de Marruecos en Cantabria en los años anteriores a la referida huelga general aportando elementos explicativos generales.
El profesor hispanista Youssef Akmir afirma que “hasta 1909 la reacción popular ante la cuestión de Marruecos era casi nula”. Sus efectos en la sociedad tuvieron un marcado carácter discontinuo dado lo prolongado del conflicto. A periodos de agitación motivados por acciones o campañas de la propia contienda, la controversia política de las posiciones ante el conflicto, o, con una incidencia más limitada, la repercusión de algunos hitos del desarrollo colonial, sobrevinieron otros en el que el interés general decayó en buena medida.
Precisamente, la respuesta de la ciudadanía ante la guerra es un tema enrevesado. Evolucionó a lo largo de la misma, experimentó vaivenes ante los sucesos que tenía lugar más allá del Estrecho y tuvo una concreción territorial heterogénea, dispar entre el medio urbano-industrial y el rural-agrario. La opinión pública, en palabras de la historiadora María Gajate, “no se mostró totalmente en contra de las campañas bélicas, pero tampoco apoyó al unísono”. En todo caso puede establecerse que la contestación fue acrecentándose con el paso de los años.
La prensa estuvo sometida a censura. Las cabeceras más pujantes proporcionaron un volumen de noticias limitado y sesgado, casi siempre a favor de los intereses del gobierno de turno, salvo excepciones. Así pues, la población adoleció de un caudal informativo adecuado para formarse una opinión de una cuestión tan compleja como la marroquí. Téngase en cuenta, además, la realidad del país hace más de un siglo en lo que a la difusión de la prensa y la lectura se refiere.
Cien años de la huelga general en Santander contra la guerra de Marruecos: un episodio de oposición popular a la autoridad La postura contraria a la guerra se canalizó a partir de organizaciones sindicales y los partidos políticos extramuros del sistema canovista de la Restauración borbónica. Más señaladamente, por un lado, la UGT y las sociedades de trabajadores adscritas y, por otro, el PSOE, los partidos del espacio republicano (la posición de algunos de ellos mudó a lo largo del conflicto) y nacionalistas. De hecho, la cuestión marroquí supuso para los socialistas una oportunidad para acercarse a las clases medias urbanas al tiempo que fue una vía para atacar y debilitar a los gobiernos de la Restauración, cuyos fundamentos les excluían políticamente.
En Cantabria fueron PSOE y UGT los promotores más activos de los actos contrarios a la guerra. El epicentro de las movilizaciones fue la ciudad de Santander, aunque también queda constancia de algún mitin en núcleos mineros como Obregón, Cabárceno o El Astillero.
La primera convocatoria pública de la que tenemos constancia se efectuó el 20 de octubre de 1907, dos años antes de que se desencadenaran las hostilidades en la región norteña del Rif, en el Centro Obrero de la calle de las Ánimas de Santander (en el edificio conocido décadas después como ‘casa tapón’, al que dedicamos un artículo en agosto de 2022). Quizá no llegara a celebrarse ese día, porque una semana más tarde el diario El Cantábrico informaba de 3 mítines que tuvieron lugar el domingo 27 en Santander, Cabárceno y Obregón. La Agrupación Socialista fue la entidad organizadora a la que se adhirieron la Juventud Socialista y la Federación Local de Sociedades Obreras de Santander. Los actos formaban parte de una campaña impulsada por los partidos socialistas de Francia y España tras el Congreso de la Internacional Socialista de Stuttgart, contra la intervención conjunta de los respectivos gobiernos en Marruecos.
Esta operación a la que se alude se produjo en un contexto de creciente penetración de las potencias europeas en África (nos encontramos en la era del imperialismo) y tuvo lugar tras el asesinato de unos ciudadanos franceses en la zona de Casablanca. La reacción consistió en un bombardeo y desembarco de tropas en agosto de 1907, comandado por Francia al que España prestó apoyo. Los organizadores de los mítines demandaban que no se enviaran más tropas, que se retirasen las ya desplegadas y que se respetara la independencia marroquí. Por último, se protestaba contra la expulsión de España del representante del partido socialista francés y de la de Pablo Iglesias de Francia.
Y llegamos así al verano de 1909. El marco geopolítico establecido por la Entente Cordiale, firmada por Reino Unido y Francia en 1904, y los acuerdos de la Conferencia de Algeciras de 1906 confirieron a España un papel de potencia colonial de segundo orden, atribuyéndole dos zonas de influencia: el Rif y Yebala (al norte del entonces sultanato de Marruecos) y Cabo Juby (al sur). La situación en la región del Rif experimentó una tensión creciente entre el Ejército español allí desplegado y las cabilas o tribus bereberes de la zona que dio pie al desencadenamiento de una contienda que se prolongaría 18 años. La causa próxima de los sucesos de finales de julio de 1909 fue la muerte a manos de una harca (milicia tribal) de unos trabajadores que estaban construyendo una vía férrea que unía el puerto de Melilla con el yacimiento de hierro de Uixán, explotado por la Compañía Española de Minas del Rif.
La respuesta del Gobierno español fue ordenar el envío de tropas formadas por reservistas a la zona en conflicto. De esta manera, soldados que ya habían efectuado la prestación militar tiempo antes y que en muchos casos ya tenían a su cargo familia, volvían a ser movilizados. Los incidentes que se produjeron en el embarque de Barcelona dieron lugar a la Semana Trágica, entre el 26 de julio y el 2 de agosto. En medio de aquellos días tuvo lugar el Desastre del Barranco del Lobo, una operación militar que dejó un resultado de 153 muertos y más de medio centenar de heridos de una unidad desplegada en las inmediaciones de Melilla.
Días antes de que se precipitaran los acontecimientos en Barcelona, tuvo lugar un mitin contra la guerra de Marruecos en el Centro Obrero de Santander, organizado por la Agrupación y la Juventud Socialista con el apoyo de la Federación Local de Sociedades Obreras. El Cantábrico del 19 de julio daba cuenta del acto, destacando la crítica a la intromisión armada de las tropas españolas por causa de “la defensa de unas minas, en las que está la burguesía interesada” y proponiendo -en caso de que se concretara la intervención- “que vayan tanto los hijos de los pobres como los hijos de los ricos “.
Encontramos aquí la reedición de la que fue la postura socialista ante la guerra de Cuba de finales del siglo XIX: “O todos o ninguno”. Un planteamiento que pone el acento en la injusticia en el reparto de la carga, propia del sistema de reclutamiento que estaba vigente, que posibilitaba la redención en metálico: en la práctica, que a filas solo se incorporasen quienes no pudieran pagar por no hacerlo.
La convulsión que provocó la Semana Trágica propició el abandono de la postura ortodoxa del PSOE, que rehuía cualquier atisbo de convergencia con partidos que tuvieran la menor traza burguesa. En noviembre de 1909 se creó la Conjunción Republicano-Socialista, alianza electoral estatal que con el objetivo de un cambio de régimen planteaba, en lo que más nos concierne, el servicio militar obligatorio y la oposición a la guerra de Marruecos.
El primer acto de la Conjunción en Santander que recogió la cuestión marroquí entre sus motivos fue el mitin y manifestación celebrados el domingo, 7 de mayo de 1911 dentro de una campaña nacional de la coalición para movilizar a la sociedad contra el gobierno y en apoyo de un programa político alternativo. La crónica del día siguiente subrayó el éxito de la convocatoria; entre las conclusiones que los participantes aprobaron (peticiones que se cursaban a la autoridad) figuraba “que no se intente una aventura guerrera en el imperio marroquí”. En Cantabria, ese mismo día hubo otros actos en Santoña y Castro Urdiales.
Poco más de tres meses después, a finales de agosto, la Conjunción celebró mítines en Santander y La Cavada “contra todo intento de guerra en Marruecos”. Al acto de Santander, celebrado en las boleras de la Cruz Blanca (junto a la plaza de Numancia) acudieron, según El Cantábrico, unas siete u ocho mil personas y contó con la presencia central del líder socialista Pablo Iglesias, diputado en las Cortes por Madrid desde 1910, y del también diputado republicano Rodrigo Soriano; además, Benito Pérez Galdós remitió un texto para su lectura. Unos días antes, según reseñaba El socialista, en Obregón y Cabárceno tuvieron lugar otros actos contra la intervención en Marruecos organizados por la sociedad de mineros y la Agrupación Socialista, respectivamente.
La existencia de la Conjunción fue mucho más efímera en Santander que en el resto de España. En 1913 puede darse por terminada su presencia activa tras una crisis motivada por pactos en el ayuntamiento de la ciudad. De hecho, la convocatoria en agosto de un mitin contra la guerra corrió a cargo de la Federación Local de Sociedades Obreras (que por aquel tiempo agrupaba a socialistas y anarquistas) de forma conjunta con la Agrupación y Juventud Socialista. Si bien entre los oradores concurrió el republicano Emilio Rodríguez, de nuevo fue Pablo Iglesias la figura política más relevante. De las demandas efectuadas al gobierno destacaban la del pronto fin de la guerra por ser lesiva en vidas y recursos económicos, así como la anulación del Tratado firmado con Francia en noviembre de 1912 por el que se instauraba el Protectorado español en las regiones del Rif y Yebala y en la sureña de Cabo Juby.
En la misma línea, en la primavera del año siguiente se anunciaron sendos mítines en Santander y Liaño dentro de una campaña contra la guerra y contra un informe del Consejo de Estado que declaraba la inexistencia de la contienda armada en Marruecos y la licenciatura de los soldados de cuota, figura derivada de un nuevo sistema de recluta promulgado por el gobierno Canalejas en 1912 tras la supresión de la redención en metálico. El privilegio de las clases pudientes quedaba entonces circunscrito a la reducción del tiempo de permanencia en el servicio militar. Se pretendía, además, conseguir un millón de firmas para presentar ante el gobierno en respaldo de estas reivindicaciones.
El mitin de Santander fue nuevamente convocado por la Federación Local de Sociedades Obreras y contó con la intervención de políticos socialistas y republicanos. Por su parte, la organización del acto de Liaño recayó en la Sociedad de Mineros y Oficios Varios y el Casino republicano de Liaño. Al hilo de la campaña nacional, en ambas concentraciones se recuperó el viejo lema “¡O todos o ninguno!”, en respuesta a la reforma del sistema de quintas promovido por Canalejas.
El desarrollo de la Primera Guerra Mundial y un periodo en el que las acciones militares en el Rif y Yebala se redujeron considerablemente hicieron desaparecer del primer plano la oposición explícita al conflicto. La profusión en la prensa de noticias relacionadas con Marruecos había disminuido ostensiblemente. La crisis del sistema de la Restauración se manifestaba entonces con nitidez ante cuestiones de naturaleza económica y social.
Llegamos así a finales de 1920. El general Fernández Silvestre reactivó la expansión militar ocupando distintas posiciones entre Alhucemas y Melilla sin aparente dificultad, pero fortificándolas de forma deficiente. La estrategia se demostraría funesta. En junio de 1921 empieza la pérdida de reductos. A finales de julio, la catástrofe. La cifra de los soldados muertos en la desbandada camino a Melilla supera los ocho mil. La localidad de Annual quedará en la historia unida para siempre al sustantivo desastre. La reacción de la opinión pública española transitó inicialmente desde la incredulidad a la indignación para continuar en un afán de revancha que vino envuelto en una ola de patriotismo.
Los muelles de Santander y su estación de tren fueron puntos desde los que se produjeron salidas de unidades militares (Regimiento de Valencia, Regimiento de Andalucía, Batallón de los Montañeses) con destino al norte de Marruecos. La prensa santanderina fue unánime a la hora de hacer referencia a las multitudes que se congregaron en agosto y septiembre para despedir a las tropas, que contaron hasta con la bendición del obispo. Las fotografías que tomó Samot evidencian lo descrito en las crónicas.
La trascendencia de los sucesos no pudo solaparse por mucho tiempo. Tempranamente, en agosto de 1921, se encomendó al general Juan Picasso que instruyera un expediente para aclarar lo ocurrido en el ámbito militar. En el terreno político, sin embargo, hubo que esperar más tiempo. A nivel estatal, los socialistas fueron la fuerza que protagonizó con mayor firmeza la petición de responsabilidades tanto en la calle como en las Cortes.
No obstante, la campaña popular en Santander culminó en una manifestación celebrada el 12 de diciembre de 1922 organizada por partidos del espacio republicano, como el Federal y el Reformista y asociaciones cívicas, con la convocatoria a los afiliados de la Casa del Pueblo. Acudieron unos cinco mil manifestantes que transitaron entre la Alameda de Jesús de Monasterio y la sede del Gobierno Civil, en el Paseo de la Ribera, “personas de todas las clases sociales, predominando la clase media y los elementos obreros”, según reseñaba el diario La Atalaya.
Al término de la manifestación se leyeron las conclusiones que se remitirían al gobierno, planteando que “el pueblo de Santander expone su deseo firme de que sean exigidas las responsabilidades de toda clase que se deriven del expediente instruido por el ilustre general Picasso, como también aquellas responsabilidades en las cuales puedan incurrir en lo futuro los que rigen los destinos de España”. La presencia entre las organizaciones convocantes de agrupaciones como la Asociación de Inquilinos de Santander y el contenido más aséptico de lo formulado apunta a que el alcance del Desastre de Annual interpeló, una vez pasados los primeros momentos de respuesta emocional colectiva, al conjunto de la sociedad por encima de afinidades ideológicas.
La demanda de responsabilidades políticas no se llegaría a concretar. En el verano de 1922 comenzaron a desarrollarse iniciativas en ese sentido en las Cortes españolas. La historiadora María Rosa de Madariaga valora que “El debate en torno a las responsabilidades por el Desastre de Annual cobró tales dimensiones que adquiría ya los caracteres de un proceso al régimen”. El golpe de estado de Primo de Rivera en septiembre de 1923 acabó con toda posibilidad de llevar a término ese proceso. Precisamente suele destacarse como uno de los factores que motivaron el pronunciamiento, al estar Alfonso XIII señalado abiertamente por lo sucedido (el diputado socialista Indalecio Prieto destacó en el empeño), si bien no existen documentos que lo prueben. Las hipótesis quedan abiertas.