El domingo 10 de febrero de 2019, Pedro Sánchez visitó la ciudad de Santander para presentar la candidatura socialista a las elecciones municipales que se celebrarán el último fin de semana del mes de mayo. Este hecho, habitual en el arranque de procesos electorales, puede recordar a la gente mayor el inicio de la precampaña socialista en marzo de 1977, con un PSOE recién legalizado apenas un mes antes y en un contexto muy fluido en el que las condiciones políticas cambiaban cada día.

Por aquella fecha no existían muchas certidumbres. Se sabía que habría elecciones, pero no cuándo, ni cuáles serían las condiciones marcadas por el poder que basaba su legitimidad en las instituciones de la dictadura. Tampoco se sabía quiénes podrían participar en la contienda. Existía una pugna entre quienes creían que aquellas elecciones carecerían de reconocimiento internacional si no se permitía la presencia del Partido Comunista (PCE) y quienes –la Guerra Fría mandaba– aspiraban a mantener al margen de la legalidad política a los comunistas.  Por supuesto que tampoco estaba claro en qué momento serían legalizados los sindicatos de clase. Nadie cuestionaba que eso acabaría ocurriendo, pero el plazo para hacerlo se iba dilatando. Definitivamente, el gobierno de Suárez, que todavía no había sido capaz de organizar su propio partido para concurrir a las elecciones, tenía la iniciativa en sus manos y jugaba con ventaja para garantizar que la partida no se le fuera de las manos. De ahí que las Cortes resultantes de las elecciones celebradas el 15 de junio, finalmente, no supieran si iban a ser ordinarias o constituyentes.

En este contexto, el PSOE (renovado, se decía entonces para diferenciarlo tanto de los históricos del exilio como de los seguidores del Partido Socialista Popular (PSP) dirigido por el profesor Tierno Galván) se dispuso a iniciar de inmediato su presentación en sociedad y lanzarse a la conquista de las masas. Para ello organizó lo que fue el primer acto político de la izquierda desde la entrada de las tropas franquistas en la ciudad, en agosto de 1937. La convocatoria contó con la presencia de Felipe González, Secretario General, y facilitó la primera campaña pública de propaganda, con coches que, al son de la Internacional (socialista, eso sí) recorrieron durante los días previos las calles de la ciudad. En palabras de la Hoja del Lunes, el Cara al Sol había perdido el monopolio que tenía hasta entonces.

El mitin se celebró, como el de Pedro Sánchez, en las instalaciones universitarias; concretamente en el Paraninfo de Las Llamas, al final de una avenida que acababa bruscamente a la altura de la Facultad de Físicas. El lleno estaba cantado, con presencia de gente de múltiples procedencias y estratos sociales: jóvenes, mujeres, miembros de clases medias, viejos militantes emocionados y jóvenes sindicalistas.

En el acto intervinieron Jaime Blanco, José Luis Cos, Pilar Quintanal, Tino Brugos y Felipe González. Al finalizar, el público se agolpó a la salida entre cánticos reivindicativos y una Internacional cuya letra era conocida por muy poca gente todavía. Los organizadores marcharon a un restaurante del barrio Pesquero de Santander a celebrar una comida de fraternidad. La primera del postfranquismo.

 

Los partidos políticos cambiaron el paisaje a mitad de los setenta

En realidad, el acto que acabamos de comentar, se puede inscribir en un contexto más amplio: el de la lucha por parte de las fuerzas opositoras por salir a la luz pública en el momento final de la dictadura tras la muerte de Franco en noviembre de 1975. Se abrió entonces una batalla política entre quienes defendían la necesidad de una ruptura democrática que diera paso a un nuevo periodo y quienes defendían la reforma de las instituciones heredadas de la dictadura hasta transformarlas en democráticas. Una tercera opción, la de los inmovilistas, conocidos como el bunker, contaba con muy pocos adeptos entonces, al menos que se manifestaran públicamente.

Los historiadores denominan tardofranquismo a una fase difusa de la época de la dictadura. Para algunos ese periodo de inicia al comienzo de los años sesenta con el relanzamiento de las movilizaciones obreras a partir de las grandes huelgas de la minería asturiana. Otros, sin embargo, prefieren aplicar esta denominación a la última época, que iría desde los años 1968-1969 hasta la muerte del dictador, un periodo marcado por el creciente endurecimiento de la represión sobre las fuerzas políticas opositoras.

Durante este tiempo, las organizaciones clandestinas lucharon por ampliar su campo de actuación, a pesar de las dificultades que imponía la represión oficial. En Cantabria, aunque con un desarrollo menor que en otras zonas del Estado, estas organizaciones existían también y lucharon por la defensa de los intereses de la clase trabajadora, impulsaron la petición de amnistía para los presos políticos, contribuyeron de forma decisiva a organizar incipientes núcleos de acción y resistencia obrera, vecinal, juvenil, estudiantil y feminista, etc.

Esta oposición democrática participó en la formación de la primera Comisión Obrera provincial de Santander, contando con la presencia de comunistas y cristianos de HOAC, JOC y AST, que al inicio de los setenta se convertiría en la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT). Durante estos años de tardofranquismo intentó hacer presencia pública durante la celebración de los 1º de mayo, padeciendo represión y detenciones. Al igual que en otros lugares, hubo redadas policiales para desmantelar las incipientes estructuras clandestinas que afectaron a cristianos de la HOAC, militantes del PCE y de Juventudes Comunistas. Los juicios y condenas sucesivas que se soportaron con la convicción moral de luchar por un modelo político más justo, con una pulsión igualitaria.

Concentración de asistentes a la salida del  mitin del Paraninfo de la UIMP. Colección Tino Brugos/Desmemoriados

A partir de la desaparición de Carrero Blanco las previsiones del régimen franquista empezaron a tambalearse, al tiempo que se acentuaba la presión social por el cambio, en un intento por alcanzar dicho objetivo antes de que se produjera el hecho biológico, eufemismo que hacía referencia a la inminente desaparición física del dictador. Precisamente por esto, los partidos clandestinos comenzaron a organizarse para el futuro inmediato. Así, el PCE impulsó la creación de la Junta Democrática y, tiempo después, el PSOE creó la Plataforma de Convergencia Democrática.

En la Junta Democrática coincidía el Partido Comunista con otras organizaciones menores y un programa abierto a la incorporación de fuerzas sociales representativas de las clases medias y profesionales. El objetivo principal era organizar el postfranquismo por medio de un Gobierno Provisional que sería el encargado de poner en marcha el proceso de democratización que la sociedad demandaba. La preocupación principal pasaba por lograr una imagen de responsabilidad y moderación como paso previo para ampliar sus fuerzas entre otros grupos de referencias ideológicas interclasistas.

Al mismo tiempo se incorporaba en esos años al accionar político en Cantabria el PCE (internacional), pronto conocido como Partido del Trabajo (PTE), caracterizado por un fuerte activismo callejero en medios juveniles y estudiantiles a través de su organización juvenil la Joven Guardia Roja (JGR). Muy pronto sus principales dirigentes, Isabel Tejerina y Charo Quintana, fueron personas conocidas en el mundo del activismo ciudadano y antifascista debido a su presencia permanente en cuantas movilizaciones tenían lugar. Por supuesto que esto tuvo su precio, con diversas detenciones policiales que a partir de la primavera de 1976 pasaron a ser simples retenciones.

También comienzan a aparecer quienes tienen planteamientos más radicales. Así, la Liga Comunista (LC), con presencia en banca y en el movimiento estudiantil, contraria a los pactos y alianzas como la Junta Democrática, fue haciendo agitación política denunciando la maniobra reformista oficial y el escaso empuje de la oposición democrática.

Los partidos políticos estaban cambiando el paisaje urbano: las pintadas, pegadas masivas de carteles, panfletadas, mesas de propaganda en las calles tiempo antes de que llegaran las legalizaciones se fueron convirtiendo en un fenómeno habitual. Entonces, la gente compraba la prensa política para leerla e, incluso, se agachaba para recoger los panfletos del suelo.

De la actividad de la Junta Democrática de Santander han llegado algunos documentos hasta nuestros días, como prueba de activismo democrático. Por su parte, la Plataforma de Convergencia, dirigida por el PSOE, no llegó a concretarse en Cantabria, pero sí lo hizo Coordinación Democrática, la unión entre Junta y Plataforma. Para ese momento, primavera de 1976, las cosas, aun estando poco claras, se movían en un sentido de salida progresista a la crisis de la dictadura tras la desaparición física del dictador. Comenzaban a ser públicos los pisos, todavía no locales oficiales, en los que se reunían los partidos, así como las cafeterías.

Así, el PSOE abrió su primera sede en la calle Hernán Cortés, con tan mala suerte que un mes después ocurrió un incendio en el tejado del edificio que afectó al propio local ya que el fuego se originó en la cubierta del inmueble y la oficina socialista estaba situada en el tercer piso. El PCE se reunía en un discreto piso de la calle San José. Incluso los partidos más radicales fueron abriendo sedes antes de las primeras elecciones de junio de 1977; el PTE en la cuesta del Hospital o la Liga Comunista en Garmendia. Definitivamente, los tiempos estaban cambiando, aunque no al gusto de todos. Los resultados electorales mostrarían claramente los límites sociológicos de la oposición democrática en Cantabria.