“Tenía 20 años y había terminado mis estudios de COU. Había trabajado algunos veranos en la hostelería. Mi vida por aquella época era coger olas por el día y juerga los fines de semana. Mi padre, harto de esa situación, me dijo que me iba a meter a trabajar en el desescombro del hotel. Se había enterado de que necesitaban peones y pensó en mí. Cuando yo empecé, el trabajo ya estaba en marcha. No recuerdo el tiempo que hacía que habían empezado. Si no recuerdo mal yo solamente estuve trabajando 3 días. Creo que empecé un miércoles y acabé la semana el viernes. Al lunes siguiente a primera hora ocurrió el desastre. 

El recuerdo que tengo de los días que estuve trabajando es que éramos un grupo de unos 40 peones y el encargado. Trabajábamos todos juntos de 8 a 17 con una hora para comer (de esto no estoy seguro pero creo que era así). El encargado era un hombre serio y estricto, pero muy correcto en el trato con nosotros. Todas las mañanas, a primera hora, cuando nos estábamos cambiando, nos recordaba la obligación de hacer uso de los EPI`S que nos proporcionaba la empresa, botas de seguridad, buzo, guantes y casco. Como viera a alguien sin casco…

El viernes, creo que a primera hora de la mañana, nos comunicó que a partir del lunes trabajaríamos en dos turnos. La mitad desde las seis a las dos de la tarde y la otra mitad de las dos a las diez de la noche. Como yo había sido el último en llegar, quedé englobado en el grupo de tarde. Creo que el plan era ir alternando semanalmente mañana y tarde. El trabajo que hacíamos allí era de desescombro. Había que dejar las plantas del hotel totalmente diáfanas, respetando la fachada y los pilares. Cuando yo empecé, ya no había ni decoración, ni lámparas, ni suelos, solamente tabiques. Unos operarios tiraban los tabiques,  y otros, entre ellos yo, cargábamos el escombro con palas de mano en carretillas y lo trasportábamos hasta unos tubos de desescombro que unían la planta en la que estábamos trabajando con el nivel de la calle, donde los residuos quedaban depositados dentro de unas bañeras.

Creo recordar que se comentó, que alguno de los que se salvaron usó esos tubos para descender desde la planta hasta la calle. Con 20 años y allí metido, hacía mi trabajo lo mejor que podía y me iba para casa. No escuché nunca nada que me hiciera imaginar que la cosa estaba mal. En tres días solamente entablé relación con dos compañeros que estaban conmigo. Como anécdota, la mañana del derrumbe, yo estaba en la cama porque no entraba hasta las 14 horas. Una de mis hermanas, no recuerdo quien de las dos, al oír la noticia por la radio, entró en mi habitación a oscuras y se tiró sobre la cama para comprobar si yo estaba allí o me había ido a trabajar. Luego me vestí y bajé hasta el hotel con la intención de ayudar, como todos mis compañeros, pero no nos dejaron ni acercarnos por seguridad”. (Testimonio de FH, trabajador de ASCÁN, empresa constructora que desarrollaba las labores de reforma del Hotel Bahía, en enero de 1992).

Acaba de cumplirse otro aniversario. El 27 de enero de 1992, un año que se presentaba decisivo para la proyección internacional de España con acontecimientos como los Juegos Olímpicos de Barcelona o la Exposición Internacional de Sevilla, Santander despertó con un terremoto que no quedaría registrado en el Observatorio de Toledo, pero cuya magnitud se hizo patente en los testimonios de algunos vecinos, recogidos por los medios de comunicación regionales. El Hotel Bahía, una de las esquinas más privilegiadas de la ciudad, que llevaba dos meses cerrado y donde había comenzado una reforma integral, se vino abajo casi totalmente.

El hotel estaba siendo sometido a una gran remodelación que iba a durar un año y medio. Una veintena de hombres se encontraban derribando paredes en la planta octava cuando la estructura de las fachadas se derrumbó. La ciudad fue conociendo el suceso a lo largo de la mañana y muchos de sus vecinos no antes de las noticias de la radio y la televisión al mediodía. A la zona acordonada por la policía acudieron centenares de ciudadanos.

Ocho de aquellos veinte trabajadores consiguieron ponerse a salvo, siete más resultaron heridos, algunos de gravedad de hecho, uno de ellos murió en Valdecilla pocos días después. Los otros cinco nunca salieron del edificio con vida. Hubo que esperar hasta el viernes para localizar dos cadáveres, aunque se supo que habían fallecido en el momento del colapso del edificio.

Jesús Delgado, probablemente quien informaba con más libertad de todo lo que sucedía en Cantabria en aquellos años de Hormaechea, la UPCA y Sultán, afirmaba en El País del martes 28, que ”Técnicos municipales y sindicatos achacan el desplome al mal estado del hormigón”. Añadía Jesús Delgado que el aparejador municipal había dicho que “miembros de la empresa contratista de las obras, habían manifestado en el Ayuntamiento su desconcierto ante el hallazgo en el interior del Bahía de muestras de hormigón mezclado con hierro en, aparentemente, no muy buen estado de conservación, por lo que decidieron encargar análisis a un laboratorio especializado”.

José María García Moncó, ingeniero asesor de la empresa ASCAN, responsable de la reforma, atribuyó el derrumbamiento a la rotura de uno o varios pilares de las plantas superiores. «Hace10 días advertimos que había deficiencias en el hormigón. No pensamos en suspender las obras y sí en tomar medidas para evitar cualquier contingencia». Y agregó: “Un pilar nunca avisa de que se vaya a colapsar. Así que creo que en estos años pudo haber un riesgo potencial de que el hotel se hundiese a pleno funcionamiento».

En el 25 aniversario, ahora hace dos años, algún reportaje en la prensa regional afirmaba que los empleados de ASCAN, a los que se había encargado la demolición, habían contado a toro pasado que el edificio se había construido al final de los años 40, con materiales de baja calidad.

No podemos poner eso en duda. Sin embargo, todo el centro urbano de Santander fue renovado tras el incendio de 1941, numerosos edificios de esa época han visto recrecimientos, dentro o fuera de normativa, y no ha sucedido nada parecido. De hecho, el testimonio del obrero que encabeza este texto,  recuerda la insistencia del encargado en que se utilizaran los equipos de protección individual, pero no que recibieran ninguna información sobre estas deficiencias de la construcción, ni tan siquiera que se comentara entre los compañeros. De hecho, ese lunes iba a empezar a trabajar a dos turnos, y a él, por ser nuevo, le había correspondido el turno de tarde. El que no querían los más veteranos.

El caso del Hotel Bahía se puede resumir en tres fechas, que se repitieron en las publicaciones del 25 aniversario:

27 de enero 1992. A primera hora de la mañana se derrumban dos fachadas del hotel. Había 20 operarios trabajando dentro. Seis de ellos fallecieron.

 16 de diciembre 1996. La Audiencia Provincial encuentra dos culpables de imprudencia temeraria: el propietario Armando Álvarez y el aparejador Antonio Gómez Peña. Condenas mínimas. Imprudencia temeraria (un año y ocho meses respectivamente)

 17 de septiembre 1999. Se inaugura el nuevo hotel tras dos años de construcción de otro edificio en el mismo solar.

Si el derrumbe trajo, lógicamente, una larga secuela de dimes y diretes, la larga tradición de las infografías en esta ciudad tuvo una gloriosa con uno de los proyectos que intentaron abrirse paso tras el desastre. Un edificio singular, extraordinariamente alto para los usos locales, que podría haber albergado, además del hotel, un centro comercial que acabó construyéndose en los terrenos de los viejos altos hornos de Nueva Montaña. Los comerciantes del centro no querían ese centro comercial en medio de la ciudad. Ya se habían opuesto a otros emplazamientos. También han tenido tiempo de arrepentirse al ver la animación que esos grandes almacenes han procurado a los alrededores de su emplazamiento periférico.

La realidad es que muchas de las denominadas fuerzas vivas se posicionaron en contra, no solo los comerciantes. La asociación Cantabria Nuestra y el Colegio de Arquitectos no vieron la torre con buenos ojos. El argumento más tierno se relacionaba con la torre de la Catedral, que se podría ver “disminuida” con ese edificio singular… La campaña en el Diario Montañés contra una rompedora torre cilíndrica de 66 metros hizo que el Ayuntamiento finalizara cambiando su posición favorable. El alcalde, Manuel Huerta, que el día del accidente se encontraba en Valencia en un acto del PP, se había mostrado personalmente partidario. Tanta polémica y la demora consiguiente, hicieron que el propietario, Armando Álvarez, acabara cediendo. El resultado está a la vista y esa esquina histórica, como se cita más arriba, que puede adivinarse en la imagen de 1575 del Civitates Orbis Terrarum, merecía algo mejor.

Tras la explosión del vapor Cabo Machichaco y el relleno de la dársena para dar lugar a los Jardines de Pereda, la esquina ya estaba entre las más privilegiadas de la ciudad. Hay imágenes anteriores al incendio de 1941 en las que se aprecia el mismo uso funcional, el Hotel Europa. El viejo hotel Bahía, desaparecido en 1992, tenía un acabado menos discutible en cuanto a su relación con el entorno. Quizá era también, en una ciudad más pequeña y provinciana, uno de sus principales pilares sociales.

Santander ha vivido varias catástrofes del mismo tipo en  un tiempo relativamente corto. Tres derrumbes en quince años arrojan un balance de trece muertos. El antiguo edificio de Traumatología del Hospital Valdecilla, el 2 de noviembre de 1999, y el de la Cuesta del Hospital del 8 de diciembre de 2007, se unen al que estamos analizando. Un nexo entre los tres es que las responsabilidades han quedado zanjadas en condenas desproporcionadamente leves. La Justicia no ha encontrado causa que pudiera merecer una pena acorde con la magnitud de los daños. En estos casos, evidentemente, los cuantiosos daños materiales no pueden compararse con el balance de víctimas mortales.

En el mes de febrero del año 2006 se desplomó el Palacio del Mueble, en el arranque de la calle Alta, cuando aún no se habían iniciado las obras de reforma que convertirían al edificio en la sede de la Consejería de Obras Públicas. Un posterior informe de investigación apuntó a una concatenación de factores entre los que sobresalen la mala calidad del hormigón utilizado en la construcción de sus pilares (el edificio databa de la década de 1970) junto al temporal que se desencadenó esa noche como causantes del siniestro. En menos de tres años se habían venido abajo cuatro inmuebles de la zona del Cabildo de Arriba.

Mucho más recientemente, en julio de 2017, el edificio situado en la esquina suroeste del túnel de Puertochico colapsó. La causa, en principio, la misma que en el caso de la Cuesta del Hospital. Unas obras en un bajo comercial dañaron la estructura del edificio y un tercio del mismo se desplomó. Lo único positivo, indudablemente, es que no hubo víctimas mortales ni tan solo heridos. Lo demás, todo lo demás, muy confuso: licencias, intervención de la policía local, relaciones de los propietarios del local con políticos municipales…demasiado pronto para analizar con alguna perspectiva histórica. La realidad, que se deja ver hace unas semanas, es que el tercio del edificio derrumbado no parece que vaya a ser reedificado y que el tercio evacuado por precaución y vacío durante más de quince meses ha sido vuelto a ocupar por sus vecinos. La vista exterior ofrece una singular fotografía: una especie de arbotante, más propio de un templo gótico, como los de la iglesia de Santa María de la Asunción, en Castro Urdiales, actúa como elemento sustentante de la estructura. Una solución constructiva que no precisó la catedral de Santander y que ya se puede añadir al acervo artístico de la ciudad.