• En octubre de 1936, tres ferroviarios cántabros que volvían a casa desaparecieron tras ser capturado el barco en el que viajaban por la armada franquista
  • Sus descendientes han tardado más de ochenta años en conocer los sucesos que rodearon su muerte

Un accidente laboral premonitorio

El 19 de enero de 1936, Manuel Rivero Flor, capataz de la Brigada Número 20, para el mantenimiento de vías de la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España, sufrió un accidente de trabajo mientras revisaba las traviesas de la vía en el antiguo puente, otrora de hierro, sustituido por hormigón en la década de los años cuarenta del siglo pasado, que aún se puede ver cruzando el río Pas en la localidad de Renedo de Piélagos.

Manuel Rivero Flor había nacido el 14 de agosto de 1865 en la localidad de Guarnizo y probablemente tenía fijada su residencia en aquel tiempo, bien en Zurita o bien en Salcedo de Piélagos. El día reseñado, a pesar de sus 70 años más que cumplidos, aún se encontraba en activo.

Siendo un hombre alto y corpulento, al saltar sobre una de las traviesas situada en el puente, ésta cedió ante su peso, quedando incrustado en la vía a la altura del torso. A consecuencia de tal circunstancia y una vez rescatado del lugar se le apreció un número indeterminado de costillas rotas, que obligaron tiempo después, como consta en nota de su expediente laboral, a su traslado a la llamada entonces Casa de Salud (hospital) que la Compañía Ferroviaria había inaugurado en Madrid tres años antes en el Paseo del Rey número 8, y donde aún hoy en día RENFE y ADIF tienen centralizados sus servicios médicos.

En la ciudad de Madrid, Manuel Rivero pasa los siguientes meses ocupado en la recuperación de sus maltrechas costillas. De cuando en cuando lo visita en el hospital su hijo, Francisco Rivero Perales, de 34 años de edad, que al ser factor en la misma compañía ferroviaria tiene facilidad para desplazarse a la capital de España. Y es ahí donde a ambos les sorprende el Golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y con ello el comienzo de la guerra.

Desde esa fecha aciaga hasta el 30 de septiembre de ese año, momento en el que abandonan Madrid, ambos trabajan en el servicio de los ferrocarriles de la provincia castellana, dada la imposibilidad de volver a Santander al quedar aislada la Cornisa Cantábrica del resto de la zona republicana. Finalmente deciden regresar a casa dando un rodeo.

Monumento a los fusilados en el cementerio de Hernani

Caminos de hierro que rodean a la línea recta

Manuel Rivero, ante la evidente imposibilidad de cruzar la meseta castellana por encontrarse el territorio en poder de las tropas franquistas, viajó a principios de octubre junto a su hijo hasta Valencia y de allí a Barcelona. Poco se sabe de este periodo y de la estancia en ambas capitales mediterráneas de los dos ferroviarios, pero lo cierto es que desde Cataluña en algún momento cruzaron los Pirineos y se adentraron en Francia, arribando en una fecha imprecisa de la primera quincena del mes de octubre de 1936 a la ciudad de Bayona en la región vasco-francesa del departamento de los Pirineos Atlánticos, donde se les planteó la posibilidad de tomar un barco que les acercara hasta Bilbao ya de nuevo en zona republicana.

 

Un pesquero llamado Galerna

El Galerna era un barco de 70 metros de eslora, que desplazaba 1204 toneladas. Pertenecía a la empresa PYSBE que se dedicaba a la entonces más que floreciente pesca del bacalao y tenía su base en Pasajes de San Juan. Había sido construido en los astilleros escoceses de Hall Rusel en 1927.

Según se señala en el libro titulado “El otoño de 1936 en Guipúzcoa. Los fusilamientos de Hernani”, dirigido por Mikel Aizpuru, con la colaboración de Urko Apaolaza, Jesús Mari Gómez y Jon Odriozola, al comienzo de la guerra civil este bacaladero se encontraba en Bilbao a punto de salir hacia Terranova junto al resto de los barcos de la Compañía, y por esa razón el gobierno vasco lo había incorporado a la marina de guerra al servicio de la República. A principios de septiembre, cuando el ejército franquista tomó Irún, los bacaladeros de la empresa PYSBE sirvieron para evacuar hacia Bilbao desde la capital donostiarra y pueblos de alrededor a una gran cantidad de población civil presa del pánico. Posteriormente, el Galerna y el Vendaval (otro barco de las mismas características) se ocuparon del transporte de correo desde Bayona a Bilbao.

Sin embargo, el 15 de octubre el Galerna fue capturado por bous franquistas artillados que habían salido del puerto de Pasajes en su busca cuando se encontraba navegando hacia Bilbao. La noticia del apresamiento del Galerna saltó a la gran mayoría de los periódicos franquistas como un gran triunfo y se sucedieron diversos relatos heroicos que el libro de Aizpuru ya reseñado pone en duda, puesto que no es muy comprensible que los bous, bastante peor armados, pudieran detener con tanta facilidad a un barco como el bacaladero que, además, solía ir protegido por otras naves republicanas. Siguiendo el relato de los hechos, el mismo libro apunta la tesis de que el capitán de circunstancias de aquella ocasión, un tal Jorge Martín Posadillo, primer oficial, que ya había sido denunciado en alguna ocasión por ciertas ideas fascistas, y dado que el capitán titular Germán Gómez, decidió quedarse en Bayona en esta ocasión, había arreglado las cosas para entregar el barco a los partidarios de Franco sin resistencia. Esta cuestión es aseverada también por Juan Pardo San Gil en su trabajo titulado “La flota de PYSBE durante la guerra civil (1936-1939)” cuando señala: “Al oscurecer, y contra todo sentido de precaución, el Galerna encendió las luces”. Adicionalmente, Xabier Portugal Arteaga en “Pasaia 1931-1939. La memoria de los vencidos” apunta que “el buque fue alcanzado por los bous nacionales a 17 millas del puerto pasaitarra, cuando tenían orden del Gobierno Vasco de navegar a 40 o 50 millas de la costa, para evitar, precisamente, un posible encuentro con los sublevados”. Al día siguiente la prensa franquista publicada en San Sebastián celebraba la captura.

En el Galerna iban aquel día aproximadamente 80 personas, veintiocho tripulantes y unos 50 pasajeros. Existen dos listas oficiales, la primera de ellas elaborada por el Consulado Español de Bayona y la segunda por el Gobierno de Euzkadi. Apenas hay diferencias entre ellas, más allá de que la segunda fue elaborada con cierta urgencia y existen errores ortográficos en los nombres.

En ambas relaciones figuran Manuel Rivero Flor y Francisco Rivero Perales, padre e hijo, ferroviarios. A ellos se une otro montañés, también ferroviario, llamado Joaquín Cartón Pajares, del cual desconocemos su itinerario. Relacionado con él únicamente figura en los datos que hemos podido recoger que, al igual que Manuel y Francisco, estaba afiliado al Sindicato Nacional Ferroviario del Norte, adscrito a UGT. Y también el nombre de una mujer, que suponemos hermana, Endosia (o Eudoxia) Cartón Pajares, relacionada en el Libro Blanco del exilio español en la URSS como fallecida en Tbilisi, capital de la antigua república soviética de Georgia.

La pequeña historia, como un tren, adentrándose en un túnel

El último rastro de Manuel, de Francisco, de Joaquín, se pierde más allá de los dos listados de pasajeros del Galerna. No hay más huellas porque nunca llegaron a su tierra. A partir del apresamiento del barco en ese desgraciado 15 de octubre de 1936 se entra en el oscuro y difícil, por resbaladizo, túnel de las conjeturas.

Sin embargo, se sabe por declaraciones de algún superviviente que, a los detenidos, una vez en tierra, se les esposó por parejas, siendo conducidos a continuación en dos autobuses a la cárcel de Ondarreta.

El 18 de octubre una veintena de arrestados del Galerna fueron trasladados en camiones a Hernani y ejecutados inmediatamente.

Dado que está comprobado que el cementerio de Hernani fue un lugar habitual de fusilamientos, como atestigua el monumento que a la entrada recuerda y significa ese hecho desde el año 2006, aunque no figuren en él los nombres de los ferroviarios montañeses, no es arriesgado afirmar que ese viaje hacia la muerte hubo de ser repetido en bastantes ocasiones más. No obstante, a pesar de las grandes probabilidades existentes, no es posible, a menos que aparecieran otras evidencias en el futuro, afirmar que se produjera precisamente en ese lugar el asesinato de los tres ferroviarios montañeses.

Durante aquel otoño de 1936, en la provincia de Guipúzcoa se produjeron numerosas ejecuciones. Solo en Hernani más de doscientas contando por lo bajo. Los estudios realizados indican que una gran parte -a falta de mayor concreción- de los pasajeros del Galerna lo fueron en unos lugares u otros. Unos, como el sacerdote José Ariztimuño por sus escritos nacionalistas, pero la mayoría sencillamente por encontrarse dentro del barco y por ello ser considerados desafectos al bando franquista sin más planteamientos, puesto que eran tiempos de urgencia y carentes de pensamiento.

De Joaquín Cartón Pajares no tenemos datos más allá de su afiliación sindicalista coincidente con la de Manuel Rivero Flor y la de su hijo Francisco Rivero Perales. De Manuel Rivero, aparte de lo anterior, se conoce por una relación escrita de trabajadores del ferrocarril que en alguna ocasión hizo aportaciones económicas a la subsistencia del Frente Popular. Pero es en el expediente posterior a la desaparición de Francisco Rivero, tras la finalización de la guerra y con el objeto de apartarle del servicio por desaparición y por tanto por ausencia del trabajo, donde la máquina burocrática del régimen franquista (la nueva España, decían) más se detiene en la filiación y la actividad política. Por su elocuencia, transcribimos aquí lo que de él averigua la Comandancia de la Guardia Civil de Santander con fecha 6 de mayo de 1941 para su remisión al Juez instructor de los Caminos del Hierro del Norte de España, encargado de la depuración. La misma nota se copia casi textualmente en otro documento de fecha 26 de junio de 1941 del Servicio de Información e Investigación de Falange Española Tradicionalista y de las JONS de Santander: “se ha tenido en conocimiento (sic) de que dicho individuo ha sido siempre de marcado matiz político izquierdista y gran entusiasta de las teorías comunistas, habiéndose destacado en sus ideas durante los sucesos revolucionarios del mes de octubre de 1934”, para luego añadir, “días antes de iniciado el Alzamiento Nacional, marchó a Madrid con permiso, donde se encontraba al estallar el Movimiento Nacional (…) Se ignora su actuación durante el Movimiento Salvador, pero dado (sic) su ideología izquierdista está conceptuado como sujeto desafecto a la Nueva España”.

Carné pensionista de la Compañía de Placida Perales Cubría

Todo lo que trae la ausencia

Existe un documento de la Compañía Ferroviaria en el expediente de Manuel Rivero Flor, fechado el día 6 de mayo de 1939, que a la vista de los hechos desvelados parece un sarcasmo, y en el que se realiza la propuesta de baja definitiva del mismo por “ausencia no autorizada mayor de 31 días”. Posteriormente el Jefe de la 4ª sección firma otro documento, con fecha 9 de diciembre de 1939, Año de la Victoria, en el que se propone la baja en la Compañía por fallecimiento de Manuel Rivero Flor. Ambas instancias son los prolegómenos administrativos del calvario por el que tuvo que pasar, tras la desaparición de su marido y de su hijo, Plácida Perales Cubría, viuda de Manuel.

Plácida por entonces contaba con 68 años, estaba jubilada como guardesa ferroviaria, trabajo mal remunerado que habitualmente se le concedía a las esposas de los trabajadores del ferrocarril y tenía siete hijos vivos, todos mayores de edad, además de Francisco (desaparecido en el Galerna junto a su padre) y otra hija muerta con 23 años por tuberculosis.

En la segunda mitad del año 1939, Plácida Perales se propone solicitar una pensión por fallecimiento de su marido. El aparato burocrático produce entonces una ingente cantidad de documentos de ida y vuelta entre diferentes departamentos de la Compañía Ferroviaria y de ésta con la viuda y otros estamentos de esa Nueva España triunfante. Tanto es así que la mencionada solicitud ha de ir acompañada, según consta, de actas de nacimiento y de fe de vida de la solicitante, certificados de conducta de ambos consortes (que serán expedidos por el alcalde de Piélagos), relación de familia según la cual todos los hijos son mayores de edad y de actas de casamiento y, por último, de defunción de Manuel, lo cual origina a su vez  otra serie de trámites burocráticos descritos en uno de los documentos que envía el 25 de septiembre de 1939 el Jefe del Servicio Contencioso al Ingeniero Jefe de Vía y Obras, y en el que informa del Decreto de 8 de noviembre de 1936, que viene a corregir los 30 años que el Código Civil de la época señala en casos de desaparición para tiempos y sucesos normales, como periodo necesario para llegar a la declaración de presunción de muerte. Dicho Decreto señala que es “tendente a facilitar la descripción de ausencias, desapariciones o fallecimientos” y que por tanto “dispone la inscripción de desaparición de personas ocurrida con motivo de la lucha nacional contra el marxismo, fueran o no combatientes (…) y que transcurridos cinco años desde la inscripción de los desaparecidos, el Juez declarará la presunción de muerte conforme a lo ordenado en el Código Civil”.  

 A consecuencia de las diversas gestiones realizadas a Plácida Perales, viuda de Manuel Rivero Flor, se le acaba concediendo, con fecha 25 de noviembre de 1939, una pensión anual de 1263,82 pesetas que podrá cobrar mensual, trimestral, semestral o anualmente, según se trasluzca de sus indicaciones.

Sin embargo, acontecimientos como el que se relata, tantos y tan dramáticamente variados cuando por un país pasa una guerra como un viento frío que todo lo arrasa, también deja sombras, ruinas y lazos desatados con difícil unión. En la familia ferroviaria de los Rivero, como en tantas otras, durante décadas han quedado muchas preguntas sin respuesta, muchos silencios impenetrables, y algunas historias que pretendían dulcificar el horror de sucesos escondidos o bien que no trascendieran fuera del círculo familiar. A Francisco y a Santiago Rivero Manzano, nietos y sobrinos de los desaparecidos, les contaron siendo niños, según nos indican, que Manuel y Francisco se ahogaron en el naufragio de un barco. Así, sin más detalles comprometedores. No estaban los tiempos para exhibir fusilados y menos si éstos eran de los que perdieron. Pero siempre se quedan preguntas en el aire a medida que los niños van creciendo y van siendo conscientes de que hay piezas que no encajan como debieran. Y muchas veces esas preguntas se transforman en deudas que se tienen con los muertos para procurar que, al menos entre tanta confusión, sus nombres no se olviden.

Agradecimientos

A los hermanos Rivero Perales, Paco y Santiago, por aportarnos el testimonio y la documentación.

A Reyes Bengoechea por ayudar a los Rivero a iluminar las sombras.

A Enrique Menéndez, por la información suministrada.

A Martín Alonso por abrirnos su casa.