En artículos anteriores, Desmemoriados recogió ya varias historias de vida protagonizadas por los llamados niños de la guerra de nuestra región. Dos años después queremos dar a conocer de una forma más gráfica y con mayor extensión la odisea que vivieron aquellos niños y niñas a través de una exposición que inauguramos el próximo día 20 de octubre en la Biblioteca Central de la capital cántabra, bajo el título “Una Vida, Dos Países, Dos Guerras”.
Una de las razones principales que nos ha llevado a tomar esta iniciativa se debe al profundo desconocimiento que en torno a estos hechos se mantiene en nuestra región y también que somos la única autonomía del Cantábrico que carece de una asociación donde se agrupen los ya muy ancianos protagonistas de la salida de Cantabria y sus descendientes. De hecho, muchos de nuestros vecinos asturianos y vizcaínos ignoran que desde distintos puertos montañeses partieron cientos de niños y niñas buscando una seguridad que la guerra les había robado
Volviendo la vista atrás hay que señalar que el avance por el sur de los sublevados con el apoyo de los cuerpos de voluntarios italianos empujó hacia la costa a cientos de personas procedentes del sur de la entonces provincia de Santander, así como a cientos de refugiados del norte de Castilla, especialmente de las zonas mineras del norte palentino. A todas esas personas había que sumar el grupo más numeroso, que tras la caída del llamado cinturón de hierro bilbaíno y del hundimiento del frente vasco tomaron la iniciativa de huir hacia el oeste. Este bullir de gentes convirtió Santander en un hervidero donde más de 65.000 personas buscaban una salida marítima, teniendo en cuenta el terror que despertaba la represión que los sublevados iban dejando por doquier y que, como señala el profesor Julián Casanova en alguno de sus artículos de obligada lectura, la represión en Cantabria y en Castilla alcanzó unas de las más tristes cotas llevadas a cabo en el territorio conquistado por los facciosos.
Siguiendo con nuestros protagonistas, antes de ser embarcados, los niños y niñas fueron agrupados en distintos puntos de la geografía regional. Para ello el Gobierno de la Republica acondicionó distintos espacios que fueron utilizados como lugares de acogida, entre ellos la colonia infantil de Somo, diferentes colegios e incluso hasta el Hotel Real, lugares donde se tomaba nota de su nombre y apellidos así como el de sus progenitores. Otras organizaciones que ayudaron en tan ardua labor fueron Socorro Rojo Internacional y la organización republicana denominada “amigos de la escuela”. Los menores siempre estuvieron acompañados de personas adultas, maestros y maestras, que les protegieron ante la ausencia de sus familias.
Uno de los problemas más serios que nos hemos encontrado para la realización de este artículo es la disparidad entre las distintas fuentes sobre el número de chicos y chicas que partieron de Cantabria oscilando desde unos cientos hasta más de 3000. Fuere cual fuere la cifra exacta, la realidad es que los críos fueron embarcados en mercantes, pesqueros, lanchones, etc. en la mayoría de los casos. Pero también es reseñable que otros niños que habían alcanzado el País Vasco francés por vía marítima, volvieron hasta Cataluña atravesando los Pirineos. En cuanto a los países que fueron llevados dependía en alto grado de la política adoptada por los gobiernos europeos respecto al pacto de no intervención y al devenir de la guerra, pero está claro que Francia, Bélgica, Dinamarca, Suiza, el Reino Unido en menor medida y sobre todo la URSS fueron el destino final de la mayoría de ellos. No nos queremos olvidar de México, país de acogida para algunos de los niños que partieron desde Francia hacia el país azteca.
En general podemos asegurar que la acogida de los pequeños siempre fue positiva por parte de sus anfitriones evitando desde un principio su diseminación albergándolos en distintas casas donde pudieran permanecer juntos los grupos de hermanos, acompañados de educadores y educadoras españoles evitando de esa manera la pérdida de su idioma y de sus costumbres. El seguimiento de su estado de salud y de su escolarización fue un pilar básico en la atención prestada para todos ellos.
Desgraciadamente, el desenlace de la guerra civil y el inicio de la segunda guerra mundial frustraron el deseo albergado por muchos padres de que la ausencia de sus hijos no fuera excesivamente larga. La invasión nazi de gran parte de Europa supuso un duro golpe para ellos y tener que enfrentarse de nuevo a un conflicto bélico que conllevó volver a conocer la penuria de la guerra y el miedo al enemigo. Especialmente estremecedor es el caso de los niños refugiados en Leningrado que tuvieron que soportar uno de los episodios más duros de la Gran Guerra Patria, el sitio de la antigua San Petersburgo por parte alemana, el cual se cobró miles de vidas.
Otro aspecto escasamente resaltado en nuestra historiografía fue la participación de algunos de ellos en el conflicto, como es el caso de algunos jóvenes que se alistaron en el Ejército Rojo mientras que otros chicos y chicas prestaron su ayuda poniéndose a disposición con su trabajo en distintas fábricas, hospitales y hasta en koljoses contribuyendo a la victoria final sobre el nazismo.
Al finalizar la guerra mundial la vida de estos, ya hombres y mujeres, corrió diferentes y variadas suertes. Algunos volvieron a España y otros muchos hicieron su vida adulta lejos de su país. La ciudad de Toulouse fue un punto de referencia entre los asilados en Francia, los refugiados en Suiza volvieron antes al ser la Confederación Helvética un país neutral, mientras que en el caso soviético la inexistencia de relaciones entre la España franquista y las autoridades rusas prolongó la estancia de muchos de los niños y niñas allí recibidos, circunstancia que sirvió para que forjaran una nueva vida tanto en el ámbito universitario, en el mundo laboral y, cómo no, en el familiar. Tras la muerte de Stalin comenzaron las repatriaciones teniendo lugar la primera en septiembre de 1956, la cual chocó con la fría bienvenida de las autoridades del régimen franquista que siempre sospechó de ellos y puso todo tipo de trabas a las titulaciones académicas y profesionales obtenidas en la URSS. La vuelta a un país dirigido por el nacional-catolicismo, que recelaba de toda influencia extranjera y más si provenía del “paraíso” comunista, supuso un enorme choque cultural, especialmente en el papel de las mujeres, relegadas en la España franquista a un papel secundario limitado por la autoridad de sus maridos y por la influencia eclesiástica. En consecuencia, algunos de ellos de retornaron a su segunda patria o bien emigraron hacia otros países.
En la década de los 70 y tras la muerte del dictador el número de personas repatriadas aumentó, pero la edad avanzada de muchos de ellas supuso un obstáculo insalvable para su retorno, aunque su recuerdo permanece imborrable como es el caso del Centro Español de Moscú que sigue siendo punto de reunión de aquellos españolitos obligados a partir por la guerra y de sus descendientes.
Las familias de los niños de la guerra en Cantabria y Desmemoriados esperamos que la exposición sirva tanto de homenaje a aquellos niños y niñas como a profundizar en uno de los aspectos más tristes, silenciados y desconocidos de la guerra civil en Cantabria.