- El rock fue un vehículo contracultural que contribuyó a canalizar gustos e inquietudes de una juventud que cuestionaba los valores tradicionales presentes en la sociedad.
- Fue el primer gran espectáculo de rock en la historia nacional, aportó teatralidad, situándolo por primera vez al frente de la música popular moderna que se hacía en el país.
Aún faltaban cuatro años para la muerte de Franco, pero la dictadura mostraba ya algunas señales de agotamiento entreveradas con postreros y trágicos ramalazos de autoritarismo. En estas circunstancias, difíciles e inseguras, el 22 de mayo de 1971, con un intenso despliegue de la Guardia Civil, nació en el campo de fútbol de la localidad catalana de Granollers lo que vendría a ser el primer festival rockero estatal, siguiendo la estela de la corriente mundial que se había iniciado con el que tuvo lugar en la Isla de Wight, en Reino Unido, en 1968, o el famosísimo de Woodstock, en Estados Unidos, que congregó partir del 15 de agosto de 1969, y durante tres días, a un total aproximado de 400.000 personas.
El festival de Granollers se autodenominó Festival Internacional de Rock Progresivo. Ante la imposibilidad de contar con Pink Floyd por su elevado caché o con Pretty Things por razones similares, se programó como cabeza de cartel a Family, banda de Leicester que se había creado tres años antes y que había alcanzado bastante notoriedad mezclando folk, psicodelia, acid rock, jazz fusión y rock and roll. Además del grupo mencionado, completaron actuaciones entre otros Tucky Buzzard, antiguos The End, y los nacionales Smash, Máquina, Pan y Regaliz, Tapiman, Fusioon, Delirium Tremens, antiguos componentes de la mítica banda de rock progresivo denominada Cerebrum, y Jaume Sisa.
Siguiendo el mismo espíritu precursor que el de Granollers, el 5 de julio de 1975 se celebró en la plaza de toros de Burgos el festival “15 horas de Música Pop”, rebautizado como Festival de la Cochambre gracias al poco delicado titular, “La invasión de la Cochambre”, que le dedicó al día siguiente el diario afín al Movimiento, La Voz de Castilla. El cartel contó con la presencia de gloriosas figuras del panorama de la música nacional, como fueron Triana, Storm, Burning, Eva Rock, Compañía Eléctrica Dharma, Tílburi, Bloque, Hilario Camacho o Eduardo Bort. Este evento, cuya entrada costaba 200 pesetas, precio bastante caro para la época, no llegó a tener el éxito que los promotores esperaban, pero asentó los cimientos para la organización de futuros conciertos multitudinarios a lo largo de toda la geografía española.
Pocos días después, el 26 y 27 de julio, en medio de este despertar de la música al aire libre y precedido por las Seis Horas de la Canción, tuvo lugar el Festival Canet Rock al que acudieron 40.000 personas. Es digno de mención el hecho de que a última hora la actuación de Jaume Sisa fue prohibida por la autoridad gubernativa; aunque sí fue posible disfrutar la presencia de otros artistas y grupos invitados como la Orquesta Mirasol, la Orquesta Platería, Compañía Eléctrica Dharma, Molina (Lole y Manuel), Pau Riba o María del Mar Bonet.
Y casi un año después, el 26 de junio de 1976, se celebró el festival denominado Primer Enrollamiento Internacional del Rock Ciudad de León, con las actuaciones singulares de la cantante alemana Nico, ex de la Velvet Underground, el grupo vizcaíno Traidor Inconfeso y Mártir, los reyes del glam-rock donostiarra Brakaman, Pau Riba, Atila, además de Triana, Coz, Bloque y Asfalto, entre otros.
En este contexto de auge de los conciertos en grandes espacios y con vocación multitudinaria, y ya en plena Transición, surge la figura del famoso cantante granadino Miguel Ríos como aglutinador de una gira por todo el país que se realizaría entre febrero y agosto de 1978, y en la que se haría acompañar casi permanentemente por grupos tan conocidos como Triana, Salvador, Guadalquivir e Iceberg. A estas bandas se irían añadiendo según la localidad otros nombres como Ramoncín, Imán, Pau Riba, Tequila, Gualberto, Els Pavesos, Costa Blanca, Bloque o Azahar.
Para la financiación de la gira Miguel Ríos contó con la colaboración del publicista Rafael Baladés, autor tiempo antes de la letra de “Libertad sin ira”, canción de éxito del grupo Jarcha, que logró que la marca de vaqueros Red Box contribuyera económicamente. El músico granadino participaría con un 40% y su oficina sería la encargada de la producción y la comandancia del proyecto, participando con el otro 60% la empresa textil. Esto hizo posible viajar al Reino Unido con el objeto de adquirir un equipo de sonido moderno comparable con los medios técnicos que poseía la industria musical anglosajona.
Con estos mimbres y la colaboración en los servicios de seguridad de la Joven Guardia Roja, rama juvenil del maoísta Partido del Trabajo, se pondría en marcha la gira bautizada con el perturbador nombre de La Noche Roja, que daría lugar en el verano de 1978 a doce exitosos y masivos conciertos a lo largo de todo el país. Como pondera F. García Poblet, “La Noche Roja le aportó al rock español la componente de teatralidad y de gran espectáculo que el propio género estaba demandando, situándolo por primera vez al frente de la música popular moderna que se hacía en el país. Fue el primer gran espectáculo de rock en la historia nacional”[1].
La Noche Roja de Laredo se celebró el 5 de agosto de 1978, faltaban aún cuatro meses para el referéndum que aprobaría la Constitución, y fue uno de los últimos conciertos de la gira, tras los de Usera, en Madrid, Barcelona, Benidorm, Valencia, Málaga y Alicante, entre otros. Para que el proyecto se materializara hubo que contar con varios factores. Por un lado, el peso en la balanza que para el consistorio laredano tenían los probables beneficios económicos para la hostelería de la localidad, en tiempos en los aún la crisis del 73 daba coletazos, ante los prejuicios que suponían impredecibles actos de vandalismo que no llegaron a hacerse realidad. Por otro lado, el papel de Chuma Basurko, que ejerció de eficaz enlace entre el Ayuntamiento de Laredo y la productora representada en esta ocasión por los locutores santanderinos, Charlie Charlón, Juan Cagigas y Javier Bello. Otro factor definitivo fue, sin duda, que se desechara la realización del concierto en la vecina Euskadi por el miedo a que se pudieran producir problemas de orden público de más difícil solución.
Desde tempranas horas del día de autos, el tardojipismo norteño fue arribando en masa a la estación ferroviaria de Treto, la parada local de autobuses o los distintos aparcamientos para vehículos propios. Los pelos largos y los aromas a drogas blandas (la desoladora heroína iba anunciando ya su pronta entrada triunfal) se confundían con los pobladores locales y los veraneantes vascos y castellanos. A las nueve de la noche, el campo de futbol de San Lorenzo, acogía a once mil espectadores que habían pagado la cantidad de 300 pesetas por una entrada. Luego se produjo la incursión de otros cuatro mil más sin previo abono. Mientras, otros cientos divisaban también el evento desde El Risco o sobre los muros aledaños.
Unos 15.000 vatios de sonido y 100.000 vatios de luz, el estreno ibérico del rayo láser (disparado por tres cañones), los ya mencionados servicios de seguridad de La Joven Guardia Roja (asociación debida, según dicen, a ciertas veleidades juveniles de Miguel Ríos), los encargados del control de acceso y aledaños, la estrategia de combatir el tedio en los interludios entre bandas con las narraciones habladas sobre la era acuario con la voz de Vicente ”Mariskal” Romero, el faquir Ramakalin deglutiendo sables y arrojando fuego o el show circense de La Troupe del Mayo Rojo, se constituían en los pilares básicos para la ejecución de “Más de 6 horas de rock y rollo”, que proclamaba el mayúsculo cartel anunciador.
La histórica y mitificada noche pejina fue inaugurada -todavía con luz solar- por Salvador Domínguez “Salvador” (Blue Bar, Cerebrum, Pekenikes, Canarios, Banzai, Tarzen). El “guitar hero” y escritor-rock madrileño, criado en Caracas y Miami, presentó con clase su primer disco solista “Bananas”, cuyo single “Es una broma” sonaba en la FM habitualmente (“Pincha el disco” seria su otro hit comercial en su siguiente trabajo).
Con la noche acechando, la banda sevillana Guadalquivir, liderada por el legendario “Manglis”, otorgó una excelsa fusión de jazz-rock, prog-rock y música andalusí, bien representada en su homónimo larga duración, publicado ese mismo año. En una entrevista concedida un cuarto de siglo después por el guitarrista Andrés Olaegui, este señalaba lo que sigue: “Aquello fue fantástico, fue un gran acontecimiento para la época; era emocionante subirte al escenario y ver tanta gente en el público para oír rock nacional y compartir la experiencia con los demás músicos que iban en la gira”.
Bloque jugaba en casa, y se hizo notar con un concierto memorable que encandiló a la audiencia con temas como “La Libre Creación”, “Abelardo y Eloísa” o ese himno de hard psicodélico que es la esplendorosa “El Silencio de las Esferas”. Juanjo Respuela, Luis Pastor, Sixto Ruiz, Paco Baños y Juan Carlos Gutiérrez también repetirían tiempo después en el Drink de Laredo, con la presencia entre el público de un adolescente Fito Cabrales, o en el polideportivo municipal.
El misticismo sonoro continuó con el mitológico combo sevillano Triana. Los andaluces, que ya habían pasado por la villa, tocando en la discoteca Oliver años ha, desplegaron profesionales varias maravillas contenidas en sus dos primeros álbumes, “El Patio” e “Hijos del Agobio”, tales como “Sr. Troncoso”, “En el Lago”, “Abre la puerta” o “Sentimiento de Amor”. Cinco años después, su líder, Jesús De La Rosa, fallecía en un accidente de tráfico regresando de un concierto benéfico en San Sebastián por las inundaciones de 1983. Juan José Palacios “Tele”, el batería, seguiría mismo camino casi veinte años después.
El broche final lo puso Miguel Ríos que, acompañado de los músicos de Guadalquivir como banda de apoyo, supo ganarse al público, tarea ardua puesto que se le conocía mayoritariamente por “El Himno a la Alegría” o algunas versiones (covers) de rock de los cincuenta trasladadas al castellano, desconociéndose sus precedentes y estupendos discos “Memorias de un Ser Humano”, “La Huerta Atómica” y “Al Ándalus”. Cuatro años más tarde, cuando se convirtió en el rockero absoluto del Reino, presentó su superventas “Rock & Ríos” en el Polideportivo que más tarde se denominaría Emilio Amavisca, aunque el concierto no se correspondía taxativamente con la gira del mismo nombre que el doble vinilo. Pero esto es ya otra historia compleja a ampliar. No tanto como los partidos de futbol que el músico granadino disputó en la playa Salvé junto a compañeros de reparto y balompédicos pejinos y vascos.
Eran ya las 3:30h de la madrugada cuando los miles de visitantes procedieron a proseguir la jarana o a dormir en la playa, aceras, parques, portales, bancos y zonas silvestres de acampada (área de Las Vegas y La Pesquera). La escasez de incidentes (solo se recuerdan desperfectos por algunos bárbaros en el bar de lo que hoy es la Cruz Roja), los grandes ingresos económicos para la villa marinera y la leyenda del más importante festival musical realizado en la localidad costera priman en el recuerdo de los naturales de Laredo. Si bien con carácter general el rock fue un vehículo contracultural que contribuyó a canalizar gustos e inquietudes de una juventud que cuestionaba los valores tradicionales presentes en la sociedad española de los años sesenta y setenta, sin embargo, no hay indicios o al menos no ha quedado cierto poso de un sentir común que rememore aquel evento popular como un significado acto de ruptura contra un contexto reaccionario y retrógrado que acompañaba entonces la evolución de este país.
[1] García Poblet, F. ‘El Heavy Metal en España, 1978-1985: fases de formación, cristalización y crecimiento’ (tesis doctoral). Madrid, 2016, p. 194.