Lée y difunde. La propaganda.

La propaganda, el ¡lee y difunde! ha sido siempre uno de los elementos fundamentales de cualquier acción política que se quisiera trasladar a la opinión pública. En los tiempos de la dictadura franquista en la década de los sesenta no era tarea fácil. No solo por el coste económico que suponía todo lo referente a la edición de periódicos, folletos, octavillas, panfletos en general. No solo por el riesgo físico que suponía dicha acción al realizarse en condiciones de clandestinidad y por ello con acoso constante de policías, soplones…, gentes del régimen que se decía. También, aunque parezca mentira en los tiempos actuales, por la dificultad de hacerse con los materiales necesarios para la edición de la propaganda. No hablemos de máquinas, de las famosas multicopistas. Esas eran palabras mayores: imposibles de encontrar en el mercado si no se tenía una coartada industrial/societaria para ello, aparte del dinero. De ahí el uso que se hacía de locales sociales de cualquier institución que se prestara a ello, como la JOC/HOAC u otros centros casi todos relacionados con la Iglesia, que tenían aparatos de reproducción legales, y aprovechando las circunstancias políticas del momento el personal “clandestino” pudo en muchos de estos lugares utilizar. Otro material aparentemente sencillo como el papel, ¡sí, sí el simple y casi blanco papel! Simplemente no había. Un paquete de A4, entonces folio, no era usual que nadie lo comprase así como así. ¡Quién lo necesitaba! Salvo las oficinas o similares nadie, por lo tanto si se iba a una papelería a por uno…., mosqueo. Por no citar la dificultas intrínseca que tenía la adquisición del material técnico por excelencia: el cliché y la tinta…

Todo ello obligaba a buscar soluciones a salto de mata, como cada situación lo permitiera. Los centros sociales, tanto de la Iglesia como de otras instituciones más o menos permisivas, fueron los lugares preferidos para editar muchos de estos materiales: en ellos había maquinaria, papel y sobre todo una cierta “seguridad”. Cuando esto fallaba había que organizar el aparato de manera autónoma: en casas particulares y con material más precario, menos preciso y mucho menos rápido.

Para la reproducción de los periódicos y octavillas se solía utilizar un pequeño y casero aparato conocido con el nombre de “vietnamita”, o limógrafo en los ambientes educativos. Ante la ausencia de la Auxmar, Gestetner, Romeo… a manivela o motor, la vietnamita suplía con dignidad y hasta con eficacia la impresión del material propagandístico.

Su construcción no revestía grandes dificultades: una base de madera a la que se acoplaba con unas bisagras un marco del mismo material con una tela fina grapada al marco.

La impresión tenía dos partes complementarias. La primera consistía en picar el cliché, artilugio compuesto de dos láminas, la primera era una especie de parafina y la otra de papel grueso. En esta operación lo que se hacía no era ni más ni menos que “una especie de surco” (con los tipos de la máquina de escribir, sin cinta impresora) en la parafina para que pasara la tinta por ellos. La segunda parte que podía desarrollarse en otro “local” era la reproducción propiamente dicha, y para ello se empezaba sujetando a la tela de la vietnamita el cliché ya picado, para seguir colocando los papeles blancos debajo y por encima de la tela se impregnaba de tinta de multicopista y se extendía con un rodillo, ¡y a secar los papeles! porque la tinta manchaba…

Ahí terminaba el aparato reproductor de la propaganda. A partir de ese momento empezaba la distribución, el reparto calle por calle, buzón por buzón, en mano a las salidas de las fábricas… ¡Como se podía! Hay que recordar que las penas por el simple reparto de propaganda “subversiva” eran muy altas, cuando no el peligro de caer por una “bala perdida”. De esta parte se solía “tirar” del personal simpatizante; si eran de la zona el reparto se hacía personalmente, si eran de otras localidades, se solía enviar el material por Lista de Correos. Una vez en poder de cada “compañero” se quedaba en una fecha y a poder ser en una hora concreta para realizar el reparto al mismo tiempo, cuestión de seguridad muchas veces.

En algunas ocasiones y sobre todo algunas organizaciones, las que contaban con más medios, la fase de impresión se realizaba en pisos francos, ¡o en el extranjero! con multicopistas de verdad e incluso con clichés electrónicos, por liberados que posteriormente hacían llegar el material por medios más cómodos: coches, tren…, pero al final el reparto era siempre igual, ¡y el riesgo el mismo!

Enrique

Habilidades

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Publicado el

11 de abril de 2013