Mario García-Oliva, mi padre: abogado frente al Franquismo

Foto tomada el 12 de febrero de 1975 en el Colegio Oficial de Abogados. En ella aparecen tres de los abogados que asumieron la defensa de los opositores al Franquismo. De pie, el 3º por la derecha Benito Huerta, el 55 Mario García-Oliva y 6º Jose Manuel Martínez de la Pedraja.

Cuando Franco murió yo tenía 12 años. En casa de mis padres siempre se hablo de política (en voz baja) y de ello nos enterábamos incluso los que entonces éramos niños.

Tengo muchos recuerdos de mi padre del año 1969 en adelante, vinculados a la actividad política “casera”.

Recuerdo perfectamente que por las noches utilizaba una vieja “Grundig” para sintonizar “Radio París” y “Radio Francia Internacional” porque, según él, era el único modo de enterarse de lo que realmente estaba pasando en España y eludir la censura que amordazaba cualquier información libre o cualquier opinión “aperturista”.

También recuerdo con cierta nitidez que en mi casa se vivieron días de tensión en 1975, cuando había una gran incertidumbre respecto a si Franco se atrevería o no a fusilar a algunos miembros del FRAP y de ETA. Mi padre y mi hermano Alfonso, este último unos años mayor que yo, se pasaban la noche literalmente pegados a la radio, comentando con enorme preocupación la evolución de los acontecimientos. Mi padre, que era católico practicante, tuvo siempre el firme convencimiento de que la petición de clemencia cursada por el Papa Pablo VI a Franco, haría efecto. Pero no fue así, y cinco de los condenados fueron finalmente fusilados.

En la década de los años 60 y 70 en Santander apenas había abogados que asumieran el riesgo de defender a presos políticos. La tarea era arriesgada, porque el régimen dictatorial entendía que quien asumía la defensa de un comunista era porque también él era comunista; es lo que tienen las dictaduras, que ni siquiera en sentido abstracto son capaces de comprender el legítimo derecho de defensa de los ciudadanos.

Mario García-Oliva Pérez (1928-2008) fue el abogado de Santander que en más ocasiones intervino en defensa de trabajadores y sindicalistas perseguidos por el franquismo, ante el siniestro Tribunal de Orden Público (TOP).

Dicho Tribunal no se andaba con contemplaciones: por pertenecer al Partido Comunista o por difundir panfletos “subversivos” te caía una condena de 15 años de prisión. Y todo ello después de· juicios plagados de irregularidades y arbitrariedades, en los que, en muchas ocasiones, la sentencia estaba ya decidida de antemano.

Asumir la defensa de presos políticos en 1968, 1970 o 1972 significaba para el abogado defensor ser calificado como “rojo” con las consecuencias peligrosas que ello conllevaba.

Quizás el recuerdo mas inquietante de mi infancia se refiere a una época (debió ser entre 1970-1974) en la que mi padre recibió numerosos anónimos de ultraderechistas en los que, por carta y por teléfono, le insultaban y le amenazaban. En una ocasión uno de esos· valientes fascistas mandó a nuestra casa un anónimo en el que· le decían a mi padre que iban a secuestrar a alguno de sus hijos, que sabían que cursábamos estudios en el colegio de Los Agustinos (lo cual, era cierto) y que tuviera cuidado porque cualquier día se quedaba sin un hijo.

Esa fue la única ocasión, en la que vi en el rostro· de mi padre el reflejo de una preocupación sería y un indisimulado nerviosismo cuando le preguntó a mi madre, en mi presencia, “¿tú crees que nos harán algo?”.

Pero en Santander, hubo otros abogados que con valentía asumieron ese reto de defender a los que nadie quería defender: Luís Campos Santos, José Manuel Martínez de la Pedraja y Emilio de Mier (este último en Torrelavega) también intervinieron ante el TOP en defensa de muchos miembros de Comisiones Obreras y del Partido Comunista. Hubo algunos abogados más que tambien asumieron ese riesgo, y es injusto no citarlos por sus nombres y apellidos, como homenaje a su valentía, pero yo solo recuerdo el nombre de los que he citado, quizás por la íntima amistad que mi padre mantuvo con ellos.

Quiero cerrar estas notas mencionando una anécdota sin importancia, pero que viene bien saberlo ahora que vivimos inmersos en una sociedad absolutamente materialista, en la que uno vale en función del dinero o las propiedades que posee y en la que valores como solidaridad y compromiso no están de moda.

La defensa de los presos perseguidos por el franquismo se realizaba por mi padre, en la mayoría de las ocasiones, “gratis et amore”; es decir, no solo no se cobraba nada al trabajador sino que, en ocasiones, el propio abogado ponía dinero de su bolsillo para costear los gastos de desplazarse a Madrid para intervenir ante el Tribunal de Orden Público. Mi padre lo hacía así porque el dinero le importaba bien poco, y porque la mayoría de sus clientes eran obreros con limitados recursos económicos. Sin embargo, en 1969 mi padre sufrió una grave enfermedad que le tuvo postrado tres meses en la cama. Por aquel entonces, tenía ya 8 hijos, todos de corta edad, y el no tener ingresos durante 3 meses le provocó una situación crítica desde el punto de vista económico. Enterados los miembros del Partido Comunista, de Comisiones Obreras, de Izquierda Democrática, de la HOAC, de la situación en que se encontraba “su abogado” hicieron una colecta entre todos, y fue el inolvidable Ramón Peredo quien acudió a casa de mi padre a entregarle el dinero recaudado: “tú nos has ayudado cuando nos metieron en la cárcel, cuando nos golpeaban en la comisaría, y ahora es el momento de que nosotros te ayudemos a ti” le dijo Ramón.

Tiempos de solidaridad; tiempos de compromiso, tiempos de valentía, tiempos de lucha, hombres íntegros, cabales, honestos, decentes, luchadores por la libertad, un ejemplo para nuestros hijos, para nosotros mismos, un orgullo para este país de desmemoriados, una luz de dignidad en nuestra memoria colectiva que jamás debemos dejar apagarse.

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Publicado el

11 de mayo de 2014