Para poder reconstruir los acontecimientos y sensaciones durante estos años 1965-1971 debo comenzar por pensar en una niña de posguerra. Nací en 1936, año en el que Francisco Franco emprendía la Guerra Civil contra el gobierno de la República Española. Mi nacimiento tuvo lugar en la calle del Sol de Santander, donde más tarde nacieron mis cuatro hijos y yo sigo viviendo. La calle en la que pasé mi infancia y que está unida a mis primeros recuerdos. Era una calle muy poblada, de gente humilde con vínculos muy fuertes de ayuda y solidaridad. Era la posguerra civil, las carencias estaban presentes en todo lo que nos rodeaba.
En mi familia todos se esforzaban y colaboraban para paliar el desastre con optimismo. En nuestra casa casi siempre vivieron otros familiares con nosotros que precisaban ayuda inmediata por orfandad o circunstancias desgraciadas. Mis padres tenían las puertas literalmente abiertas para todos los que necesitasen ayuda.
Primeros pasos para la toma de conciencia
En 1964-65 cuando tenía 29 años (casada y embaraza de mi tercer hijo), hice el Cursillo de 1er. Grado de la HOAC. Eran los primeros momentos de formación, reflexión, lecturas, debates, y todo esto creo en mí una firme conciencia de clase. Tenía ya una nueva visión de la situación política en la que antes no había reparado. Después del Cursillo se llevaban a cabo una serie de experiencias de toma de contacto y conciencia social. Se denominaba Plan Cíclico. Nos entregaban un Manual con una serie de encuestas, para analizar casos prácticos de nuestro entorno e interpretar las posibles soluciones a través de la “luz del evangelio”, según la doctrina del Nuevo testamento y las Encíclicas de Juan XXIII.
Premisas: Ver, Juzgar y Actuar. Un ejemplo: en las “Casucas” de la Albericia se daban graves condiciones de pobreza y marginación. Nosotras (un grupo formado dos maestras y yo) planteamos una serie de reuniones informativas con las mujeres del barrio, para orientarles sobre los cambios que era necesario realizar (en cuestiones sanitarias, educativas, etc.). Estas y otras acciones (como ir a la iglesia sin velo, o intentar comulgar tomando la Forma por nosotras mismas) alteraban gravemente el orden de la iglesia, por lo que el cura párroco de mentalidad claramente preconciliar y contrario a nuestras acciones nos echó.
A mi alrededor la gente subsistía en condiciones mínimas, eran personas sin derechos. Por otro lado al emprender las acciones con mi grupo de la HOAC desde un primer momento nos vimos abocados a “combatir” contra todas las autoridades (civiles y religiosas) que encontrábamos en nuestro camino. Sentí una necesidad imperiosa de tratar de cambiar la cosas para que mis hijos e hijas, mis vecinos, toda la sociedad pudiéramos vivir en libertad. De esta forma tomé conciencia de que mi pensamiento de izquierda llenaba todo mi ser. Siempre había sido de izquierdas, siempre entre mi gente. Ahora me lanzaría a lo que entonces se llamaba el “compromiso temporal”.
MAYO del 68 en Santander: nuestros ideales frente a las balas
El primero de Mayo de 1968 fue para mí el primer acto que podría tener graves consecuencias.
En años anteriores nos movíamos en la clandestinidad. Habíamos apoyado a los obreros en sus huelgas, ocupamos el Sindicato Vertical, repartíamos octavillas llamando a la insurrección. Este 1º de de Mayo supuso el enfrentamiento consciente. Nos habíamos reunido en los Pinares del Sardinero en pequeñas comisiones obreras. Yo era la encargada de informar sobre el sistema de sanidad necesario para la clase trabajadora. En pocos momentos nos rodeó la policía, pero pudimos escapar de allí y nos dirigimos tremendamente emocionados al centro de la ciudad para llevar a cabo la siguiente acción. Ese mismo día, en la plaza de Farolas a las 12 h. del mediodía más de 100 personas, mujeres y hombres nos enlazaríamos de los brazos y resistiríamos el ataque policial.·
Una mezcla de miedo y firmeza nos hizo mantenernos en pie todo lo que fuimos capaces. Aquellos crueles policías, tras dar tres avisos de dispersión, cargaron sin piedad contra nosotros, disparando a los rostros de los manifestantes con balas de fogueo. Llevaron detenido a un grupo de militantes, pero otro grupo mucho más numeroso entró tras ellos en Comisaria con la intención de presionar para pedir su libertad de viva voz ante las autoridades.
Estos acontecimientos me impresionaron enormemente. Sentía que mi “fe cristiana” se iba apartando de mis pensamientos tan razonados. Nuevos motivos iban llenando el lugar que dejaba la fe. El compromiso social-religioso era la primera parte del camino. Yo sentía que tenía que avanzar. Estaba muy confusa. Años después comprendí que en lo único que creía es en el ser humano.
Después de este 1 de mayo de 1968 me sentí más fuerte, el final del Régimen de Franco era el objetivo, era factible y nosotros éramos capaces y estábamos preparados. El Gobierno y la policía de Franco abusaban de su poder y el acoso contra nuestro grupo era lo cotidiano. El fascismo les protegía. Para mi eran ridículas marionetas en un escenario miserable que no podía tolerarse por más tiempo. Yo tenía tanta certeza en nuestra lucha contra ellos que no les temía. Nosotros pensábamos que teníamos las armas para combatirles y que lo íbamos a conseguir. El temor se disipaba y dejaba paso al valor porque teníamos un objetivo muy claro: acabar con el Régimen.
La conciencia del riesgo que corría era permanente, cuando nos enfrentábamos a la policía o llevábamos las acciones a cabo con el grupo una sensación eléctrica recorría mi cuerpo. Eran días tensos y en cualquier momento podía suceder algo imprevisto. Debajo de la cama se encontraba permanentemente el saco de dormir, en previsión de posibles detenciones.
Nuestra lucha contra el sistema franquista.
Primero había que conseguir las libertades fundamentales: reunión, huelga, manifestación, y que desapareciera de las leyes la pena de muerte. Había que hacer la revolución, y esto implicaba reuniones, discusiones, manifestaciones. Se prepararon acciones que indudablemente conducirían al calabozo, a la cárcel y al Tribunal de Orden Público. El poder judicial estaba sometido a las decisiones policiales y militares, era un muro a derribar. Nosotros con nuestra firmeza teníamos la razón y un sentimiento de que nada podía detenernos nos hacía sentirnos invencibles. Fueron años de mucha tensión: detenciones preventivas de 72 horas, requerimientos constantes a declarar en el Juzgado, nuestros domicilios vigilados permanentemente por policías, llamadas anónimas con amenazas, cartas con insultos. Se nos acusaba de ser “compañeros de viaje “· de los comunistas. En el año 1970 a raíz del llamado Juicio de Burgos, cuando nos manifestamos contra la pena de muerte se nos acusó de ser simpatizantes de ETA.
Apoyo a los detenidos en la cárcel provincial.
La cárcel Provincial de Santander albergaba a gran número de presos políticos, principalmente pertenecientes al Partido Comunista y de la HOAC. Los presos comunistas fueron especialmente torturados y represaliados, ya que el anticomunismo era un fenómeno general y aceptado tanto por las fuerzas políticas como por la sociedad española de entonces. El estigma de ser, pertenecer o ser amigo de comunistas estaba latente y se utilizaba como acusación e insulto. En el propio seno de nuestros grupos las tensiones sobre la aceptación de éstos como militantes y la imposible compatibilidad de “cristianos” y “comunistas” generaba discusiones constantes.
En las visitas a la cárcel, introducíamos cartas a través de las rejas. En ocasiones se organizaban concentraciones a las puertas de la cárcel para apoyar o protestar por la situación de los presos. Ellos hacían huelgas de hambre e intentaban denunciar desde dentro la situación insostenible en que vivían. Nuestras protestas duraban hasta que la policía nos disolvía.
La campaña “NO A LA PENA DE MUERTE”
Habíamos formado un grupo de mujeres y hombres unidos por corrientes vivas de afecto y confianza, y con un ideal común. Queríamos ser parte de la sociedad en la que vivíamos, pero pensábamos y actuábamos plenamente en contra del sistema franquista que nos rodeaba. Si la policía irrumpía en las vidas cotidianas de las personas de nuestro grupo, a mi me parecía injusto. Nos encarcelaban por manifestarnos y se nos acusaba de Injurias al Jefe del Estado.
Eran los tiempos del “Juicio de Burgos” y nos manifestábamos contra la pena de muerte. Un domingo fuimos al campo de fútbol, al partido Racing-Betis con pancartas. Más adelante, pegamos en nuestras ropas letras adhesivas con ese mismo lema. El sábado siguiente, un grupo de personas fuimos a misa a los Carmelitas y entramos dos encartelados. Fuimos desalojados por un cura que previamente había avisado a la policía, que nos esperaba a la puerta de la iglesia. Entre empujones nos condujeron a la comisaria que estaba en frente de la iglesia. Esta vez la detención duró 72 horas en el calabozo y a continuación nos llevaron ante el juez.
El juez no vio causa de prisión, y nos dejó en libertad. Al salir yo me sentía contenta por volver a mi casa, pero en la puerta nos esperaban los mismos policías y el mismo furgón que nos había trasladado hasta allí. Nos dijeron que el Gobernador Civil quería hablarnos. En Comisaria habían recibido una orden por escrito de que nos condujeran la Prisión Provincial. El país estaba en Estado de Excepción. Esta maniobra fue un miserable engaño y suponía una sustitución de la decisión judicial por una imposición policial.
Interrogatorios y estancias en los calabozos de comisaria.
Para los interrogatorios me llevaban esposada desde el calabozo hasta el despacho del Comisario. Todo su empeño era hacerme cambiar de pensamiento, quería que volviera a mis deberes exclusivos como ama de casa, esposa y madre. Me acusaba de destruir el orden familiar y desequilibrar a mi familia, me daba detalles de los horarios de mis hijos y sus costumbres, la vigilancia era completa, me decía todo lo que podía dolerme. Cuando se daba cuenta de que no conseguía nada, me espetaba que era una obstinada. Yo esperaba que terminasen las 72 horas para volver con los míos. Agotada y asustada pero con mis convicciones intactas. La dureza de todas estas situaciones contribuyó a conseguir una madurez plena en mi desarrollo como mujer y militante.·
En el apestoso calabozo era frecuente que entraran una pareja de “grises” gritando y soltando improperios. Una tarde entraron cuatro policías y uno de ellos me empujó por lo hombros tirándome en el camastro. Yo le tenía encima de mí, insultándome y su saliva salpicaba mi cara. Cada vez estaba más agresivo. Yo con la cara ladeada pensaba en las violaciones en las cárceles de América Latina. Al cabo de unos momentos los compañeros le dijeron que se detuviese y se lo llevaron. Estuve temblando un largo rato. En el calabozo si tenías alguna necesidad se aporreaba la puerta o se gritaba a través del ventanuco enrejado. Tardaban mucho en acudir y salvo acompañarte al WC, que era una especie de cloaca que carecía de cualquier condición higiénica, no atendían a ninguna otra petición.
En una ocasión, al tercer día de reclusión y a consecuencia de una gran debilidad ya que no había podido ingerir alimento alguno, puesto que la comida que traían de la prisión provincial en ollas era incomestible. Tuve que esforzarme en recordar una serie de “Consejos en caso de detención” que era un escueto informe para utilizar en casos difíciles como el mío, y pedí que me visitara un médico. Cuando llegó me tomó el pulso y me dijo: “estarás embarazada” y se fue.· Todo el acoso físico y los ataques contra mí se basaban en mi condición de mujer. Un machismo descarnado muy propio de la Dictadura de Franco.
Ya en la cárcel fui trasladada al pabellón de mujeres, regentado por monjas que sólo querían tranquilidad. Si estar en el calabozo me parecía una injusticia, la estancia en la cárcel como presa política me parecía absurda y me llenaba de indignación. Si lo hacían para que cambiara de conducta no lo iban a conseguir. Esa privación de libertad me reafirmaba en seguir luchando para poder conseguir todas aquellas libertades y derechos que faltaban en España. La cárcel, las torturas, los interrogatorios, son vejaciones, humillaciones con las que era preciso convivir pero que en nuestras mentes no tenían cabida.
Las visitas de nuestros familiares me llenaban de tristeza y aumentaban mis ansias de terminar con el régimen dictatorial de Franco. Las noches frías en aquel pabellón desolado estaban cargadas de insomnio. Unos ventanales enrejados que daban a una galería exterior nos mostraban la tremenda silueta del Guardia Civil haciendo guardia con su tricornio y su fusil. Al salir de la cárcel la lucha continuaba en la calle: nos manifestábamos, hacíamos pintadas, lanzábamos octavillas…
Más tarde me juzgaron en el Tribunal de Orden Publico en Madrid .Era el máximo exponente de la represión oficial contra los disidentes. Nos defendieron abogados afines a la causa antifranquista, que hicieron alegatos a la libertad de expresión e intentaron todo lo posible para que la condena no fuese muy dura. Nos condenaron a cuatro años por lanzar una hoja informativa denunciando la falta de libertades.
En mi memoria, aquella época la recuerdo como un periodo de mi vida apasionante. Lo mejor fue la capacidad de ir desarrollando firmes convicciones. Asentar en mi conciencia unos principios inalterables de solidaridad con nuestra clase, sin tener que obedecer órdenes de nadie, sin tener que ser una heroína, simplemente con ser consecuente con lo que sentía. Esos deseos y sentimientos de entonces permanecen en mí. La necesidad de seguir y luchando hasta conseguir el bien para toda la Humanidad.