El hojaldre del que está hecha Ma Sol Oreña es tan firme como dulce. Ha aguantado intacto el paso del tiempo, el rigor de la lucha y de la militancia, los vaivenes del amor, el letargo del deber ser o el desgaste de la terca dignidad de mujer para mantener en su rostro una sonrisa apacible y en su voz un látigo contra el indolente analgésico de nuestro tiempo.
Nació en 1937 en la ciudad que se recrea ahora en una triste cofradía del hojaldre para olvidar una historia de lucha obrera y resistencia a los designios de terceros. Pero el Milhojas de Ma Sol se hace con otra receta, de la que se cocinó en la trastienda de la dictadura, ese momento en que todo lo que hoy parece normal era la excepción. Recuerda Ma Sol, con picardía y añoranza, una noche de principios de los años 60, cuando su militancia clandestina en el movimiento obrero encontraba complicidad en las despobladas madrugadas de Torrelavega. Recuerda, recuerda Ma Sol, que al inicio de una de esas noches en las que “gastaban el miedo que sobraba”, salió con 1.000 hojas impresas dispuesta a sembrar conciencia. Entrando al barrio Covadonga la vio un compañero de Sniace que utilizó la bicicleta como el vehículo indigno de su cobardía para avisar a comisaría de que esta mujer bajita, hermosa, peleona, andaba al abrigo de la oscuridad pegando su mensaje dulce y revoltoso en paredes y puertas. Toda una madrugada para repartir su Milhojas colectivo y colectivizante, hasta terminar en la calle Santander cuando la mañana avisaba del fin de la protección. Un desayuno y a la fábrica a trabajar para que, a eso de las 12 le avisaran que la policía la esperaba en la puerta. “Cuando me llevaron a la comisaría y entré… allí estaban las 1.000 hojas, encima de una mesa”.
- “¡Qué noche nos has dado!”
Qué cabreo, que cansancio infinito, que rabia la de Ma Sol al ver que su dulce receta solidaria había sido despegada, una a una, por los agentes del régimen, por los pobres censores que no lograron frenar a trabajadores y trabajadores en su lucha por la libertad y por los derechos.
Ma Sol ha compartido celda con otras mujeres que, como ella, tomaron conciencia política en el seno de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) para luego hacer el tránsito a la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores). Ma Sol ha sabido lo que es querer ser libre cuando la triste y dura España de los años cincuenta y sesenta sólo ofrecía a las mujeres ser hijas, esposas, rezanderas de la nada… Aún con 17 años, sus anhelos preñados de viajes, mundo y sorpresas fueron cambiados por el puesto de trabajo de su madre en Sniace ante el anuncio de la llegada de un nuevo hermano. Los siguientes 19 años serían de politización, activismo y militancia clandestina. También fueron años en los que intentó conjugar su particular forma de entender la igualdad o la libertad: querer tener un hijo sin pasar por la vicaría, salir a vivir la noche y la amistad hasta que la sirena de la fábrica anunciara el fin del paréntesis, pensar y leer libros prohibidos… Después, el silencio consciente por el que han pasado muchas mujeres durante el matrimonio. Un patriarcado tan “amoroso” como impositivo, un aplazamiento de la lucha, un malestar interior difícil de contar tantos años después…. Y cuando termina, un regreso, un integrarse al Sindicato Unitario, un saber que en el sindicato “te sientes arropada y, por eso, lo das todo”
Ma Sol Oreña es, hoy, con 79 años, una militante convencida que empuja al resto a militar. “Es una obligación casi moral, además de que es una necesidad, sobre todo para la juventud… de alguna manera tenemos que animarlos a que salgan a la calle, que se den cuenta de que tienen una obligación con los demás, con la sociedad”.