La trova es un elemento de la tradición oral de Cantabria, vinculada en sus orígenes a la cultura agraria y rural, sobre todo del occidente de la región

►La huelga general revolucionaria paralizó durante 10 días la ciudad de Santander y otros núcleos de la provincia donde existía un fuerte tejido industrial, como Torrelavega, las villas marineras o Campoo

 

En marzo de 2019 el Gobierno de Cantabria declaró la trova montañesa como Bien de Interés Local Etnográfico Inmaterial. Pero, en este caso, ¿qué hay exactamente detrás de un título tan grandilocuente?

La trova es una manifestación poética de realización oral, generalmente cantada, propia sobre todo del occidente cántabro e inmersa, inicialmente, en la cultura agroganadera de los enclaves rurales. Habitualmente, al menos en sus raíces, no tiene autor individual, es decir, con nombre y apellidos, lo cual no quiere decir que no tenga autoría, solo que ésta es colectiva, igual que ocurre con la propiedad de las tierras comunales, que no es que carezca de propietario, es que la propiedad es compartida en mayor o menor medida por todos, caso de los praos conceju, cuyas parcelas, conocidas en Tudanca como brañas, se sortean cada año entre todos los vecinos por igual; o las mieses, cuyas parcelas, las jazas, se gestionan de forma colectiva a pesar de tener propietario fijo; lo mismo que las praerias y otras formas tradicionales de propiedad comunal progresivamente desaparecidas no por incapacidad propia sino por presión (muchas veces espuria) externa. La trova se suele componer entre varias personas atendiendo a las preocupaciones o intereses de cada momento. La versificación, la melodía coadyuvan en esta composición plural. Siempre ha habido personas especialmente dotadas para enjaretar versos, mujeres y hombres, pero tradicionalmente este papel suyo relevante no trascendía, a diferencia de hoy, que prácticamente solo quedan troveros individuales, algunos de mucha calidad, como José Manuel Cuesta, Rubén Gutiérrez y otros cuya labor como transmisores de la tradición es encomiable. Se ignora el origen de la trova. La más antigua que ha llegado hasta nosotros no tiene más de dos siglos. Sin embargo, no es difícil encontrar conexiones con los trovadores medievales y el conocido como Renacimiento del siglo XIII, que a su vez enlaza con el mundo grecolatino.

La trova cántabra se puede entender en sus inicios, y seguramente pecando de reduccionismo, como un mecanismo de control de la comunidad sobre el individuo. Esta presión es característica de las comunidades de aldea, en donde la supervivencia del conjunto de la población reside sobre todo en su cohesión. No es que la comunidad defienda el estatismo o la inacción, sino la acción coordinada de todos sus miembros. A aquellos que van por libre, a los que contravienen la dirección identificada de forma consensuada como la mejor posible, se les reconviene desde el común. Y es a esta reconversión, a esta reconversión por la supervivencia a la que se dedica esencialmente la trova cántabra.

Dentro de este direccionamiento de la experiencia de acuerdo con los intereses colectivos, sin embargo, no todo es coerción. Las trovas no son únicamente ofensivas. También se hacen eco de decisiones fallidas que sirven de contraste a la norma, trovas éstas que suelen presentar un fuerte componente irónico, en ocasiones muy afilado, que en el mundo de la trova (no por poco conocido, sobre todo en las ciudades, es menos rico) es muy preciado.

La que hoy se ofrece como documento, interpretada por el grupo “El Cantar de las Comadres”, al cual agradecemos su esfuerzo, cuenta con un valor especial; no solo por la trova en sí, sino también porque nos retrotrae a un periodo muy poco conocido, y que ha recibido diferentes denominaciones, como es el de la Revolución de 1934. La historiografía revisionista ha encontrado en este episodio el prólogo de la Guerra Civil, que tuvo lugar algo menos de dos años después. Gabriel Jackson o Santos Julia, por citar dos ejemplos de prestigiosos historiadores (ambos fallecidos en otoño de 2019), consideraban esta interpretación un claro ejemplo de falsificación de la historia, puesto que el argumentario desplegado tiene como objetivo principal la justificación y legitimación del golpe de estado de julio de 1936, la guerra y la dictadura.

Dado que, en general, las trovas no solían escribirse, sino que, como se ha dicho, eran compuestas en la cabeza para ser después recuperadas sirviéndose de la naturaleza del verso como recurso mnemotécnico, que hoy podamos manejar esta trova y disfrutarla se debe a la excepcionalidad que, en algunos casos, se produjo en zonas de contacto con la cultura del libro, bien diferente de la cultura de la oralidad. Esta trova, concretamente, está recogida por Antonio Zavala en el libro titulado “En la reserva del Saja” (Sendoa, 2000) y fue compuesta por dos obreros cabuérnigos de los que se levantaron en octubre de 1934 en la fábrica de albarcas del pueblo de Saja. Muchos de esos obreros fueron detenidos por la Guardia Civil y conducidos posteriormente al barco Alfonso Pérez en Santander, que por primera vez cumpliría el desempeño de cárcel para la represión de los trabajadores alzados en esos días.

En la trova los presos de Cabuérniga relatan del siguiente modo los pormenores de su cautiverio:

El veinticinco de octubre / subieron a detenernos [al pueblo de Saja]: / por orden del señor juez / que en Valle [capital del municipio de Cabuérniga y por extensión centro neurálgico del valle entero, donde se encuentra el cuartel de la Guardia Civil] nos presentemos. // Nos metieron en la cárcel / entre fusiles por cierto, / y allí estuvimos diez horas / no con muy buen pensamiento. // Otro día a la mañana [“al amanecer”, montañesismo]/ al juzgado nos subieron, / nos piden nuestras conductas / para firmar el proceso. // Por no ir de cárcel en cárcel / en un camión nos pusieron, / y nos dieron la noticia / que a Santander vamos presos. // Nos conducen a la cárcel / como a los grandes bandidos, / y después de declarar / a la celda de castigo. // A eso de la medianoche / nos avisan que salgamos, / que nos van a conducir / las camionetas de asalto. // Nos hacen subir al coche / y nos colocan de a cuatro, / y a toda velocidad / nos conducen hasta el barco. // Cuando llegamos a bordo, / lo primero que alcontramos [montañesismo] / era un oficial de guardia, / que nos estaba esperando. // Lo primero que nos dan: / manta, petate y un plato; / y nos dice el oficial: / “Ahora ya tenéis pa rato”. // Me levanto de mañana / con los huesos doloridos, / de dormir encima chapa / sin tener ropa de abrigo. // Tomas el rico café, / que es tinta de calamares; / y luego vas al retrete / a hacer tus necesidades. // Cuando vuelves ya te alcuentras / formados los camaradas, / y empieza a pasar revista / el oficial de semana. // Nos dice con mucha guasa / que si queremos comer; / y nosotros le decimos: / “Si no, ¿qué vamos a hacer?” // Bajan el cesto los chuscos / que es un pan de munición, / y le metemos el diente / como si fuera turrón. // El primer plato que dan / de garbanzos con patatas, / y luego nos dan detrás / un cacho de carne mala. // Por la noche ya varía: / unas alubias sin grasa, / con un cacho de chorizo / que no lo comen las ratas. // De postre nos suelen dar, / para hacer la digestión, / un guardia civil de asalto [un tipo de pan] / con un fuerte y gran chichón. // Éste es el trato que han dado, / camaradas, en el barco: / a ese chulo de Gil Robles [político derechista] / tenemos que afusilarlo.”

Poco se ha escrito sobre el desarrollo que la llamada revolución de octubre de 1934 tuvo en Cantabria, empalidecida tal vez por los tremendos acontecimientos que se produjeron al tiempo en la región vecina de Asturias.

Lo cierto es que el movimiento insurreccional obrero se inició de forma general en toda España el día 6 de octubre de 1934 en un clima político muy radicalizado tras las elecciones generales de noviembre de 1933, que la coalición de republicanos y socialistas, gobernante hasta el momento, había perdido a manos de las fuerzas de la derecha.

En esas elecciones la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), de la que José María Gil Robles era el máximo representante, había obtenido un apoyo mayoritario, que sin embargo no serviría para que su dirigente consiguiera alcanzar la presidencia del gobierno.

 

El hecho de que ningún partido llegara a disponer de mayoría absoluta, unido a la desconfianza por parte de Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, de que alguien como Gil Robles, que con sus discursos incendiarios había dejado bastante patente su poca inclinación a la democracia y a la propia República, hizo que se le ofreciera la presidencia de gobierno a Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical apoyado, eso sí, en la CEDA.

La pretensión de Alcalá Zamora era llegar a un término medio: por un lado, templar los ánimos insurrectos de la izquierda más radical y por otro, no abandonar la República en manos de una derecha con tintes reaccionarios.

Obviamente, el tiro le salió mal, debido en parte a que la política emprendida por la coalición de centro-derecha tuvo bastante de revisionista en materia social y por la colocación en cargos decisivos de militares con un sesgo nítidamente derechista y tendencia anti-republicana.

No obstante, el acontecimiento que desencadenó todo lo que vendría después se produjo a principios de octubre del 34, cuando la CEDA retiraba la confianza a Lerroux y exigía entrar en el gobierno.

A las fuerzas de izquierda, que habían visto llegar al poder a Adolf Hitler por medios democráticos, unido a las prácticas violentas que nuevos partidos de ultraderecha, como Falange, empleaban, se les saltaron todas las alarmas y una parte de ellas decidió apostar por la vía insurreccional como medio de conjurar el peligro de avance del fascismo y defender determinadas conquistas logradas en el primer bienio republicano. Para los insurgentes estaba en juego tanto la frustración de sus expectativas como la propia idea de República.

 

Como ya hemos apuntado con anterioridad, y pese a que no sea el objeto de este artículo, fue en Asturias, único territorio donde el movimiento obrero encabezado por socialistas y anarcosindicalistas se presentó unido, donde los sucesos que transcurrieron entre los días 6 y 19 de octubre de 1934 tuvieron mayor repercusión y encarnizamiento, aunque también resulta digna de mención la proclamación del Estado Catalán dentro de una República Federada Española que el presidente de la Generalitat, Lluis Companys, hizo el mismo 6 de octubre.

 

En el resto de las regiones españolas la pauta en la izquierda fue la habitual: estrategias dispares, desavenencias y falta completa de unidad de acción. Así,

la rebelión obrera no llegó en ningún momento a alcanzar el extremo grado de intensidad de Asturias, ni en los combates, ni en la posterior represión militar. El movimiento insurreccional, por lo tanto, no contó en el enfoque y, tampoco, en su posterior desarrollo con unas mínimas posibilidades de éxito.

 

En la entonces provincia de Santander, según manifiesta el historiador Miguel Ángel Solla en su libro “La última Revolución. Octubre de 1934 en Cantabria” (Librucos, 2016), hubo un total de 15 muertos, entre ellos un guardia civil.

 

La huelga general revolucionaria paralizó durante 10 días la ciudad de Santander y otros núcleos de la provincia donde existía un fuerte tejido industrial, como Torrelavega, las villas marineras o Campoo, con continuos enfrentamientos con la Guardia Civil y la Guardia de Asalto o el Ejército en algunos casos, además de cortes de agua y electricidad o voladuras de puentes. De las zonas rurales, sometidas a mayor control, apenas sí nos han llegado noticias, pero las que lo han hecho ha sido con fuerza, como la sublevación de varios núcleos lebaniegos, incluido Potes, descrita por el periodista Mathieu Corman o esta misma trova.

 

El periodista belga pregunta a un lebaniego el porqué de esta revolución, a lo que éste responde: “Era una oportunidad para dar cuenta de un régimen odioso que, oprimiendo a España para mayor beneficio de unos privilegiados, impide a los trabajadores organizar el nuevo régimen social que permita a todos vivir dignamente. ¡Esa oportunidad no podíamos dejarla pasar!” (En el magnífico libro Incendiarios de ídolos publicado por la editorial asturiana Cambalache en 2009).

 

Entre los días 15 y 18 de octubre los obreros se reincorporarán a sus trabajos en toda la provincia con el triste convencimiento del fracaso del movimiento revolucionario. A partir de ese momento se iniciará una severa represión en toda la provincia con despidos o pérdidas salariales y masivos encarcelamientos en el barco prisión Alfonso Pérez.