► ¿Qué relación puede tener un trabajador despedido de una fábrica de Torrelavega con un crucifijo defenestrado en la Universidad Central (Complutense)?
La lucha por los derechos civiles en EE.UU., la guerra de Vietnam, los tanques soviéticos en Praga, el mayo francés, la masacre de la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en Ciudad de México… Acontecimientos de gran alcance tuvieron lugar en 1968, lo que le ha convertido en un año especialmente significativo y trascendente, cuyas reminiscencias persisten transcurrido ya más de medio siglo.
Ciñéndonos la actualidad española, los medios de comunicación escrita reflejaron un considerable número de protestas en los ámbitos estudiantil y obrero que culminaban una fase de agitación creciente originada hacia la mitad de la década. Al año siguiente, los disturbios que siguieron a la muerte del estudiante Enrique Ruano llevarían al régimen franquista a declarar el estado de excepción.
El suceso que da pie a este texto tuvo lugar a comienzos de 1968; lo anticipábamos en el artículo publicado en mayo de 2020 sobre Vicente Puchol y la diócesis de Santander. ¿Qué provocó algo tan poco habitual como que un feligrés interrumpiera un sermón para cuestionar su contenido? El domingo, 28 de enero, una homilía del entonces sacerdote Francisco Pérez Gutiérrez (Guriezo, 1929 – Madrid, 2017), conocido popularmente como Paco Pérez, alcanzaba notoriedad mucho más allá de los muros de la iglesia de Santa Lucía, donde tuvo lugar e, incluso, de la ciudad. Desde La Vanguardia y variados medios de provincias, hasta Mundo Obrero, la prensa hizo referencias más o menos directas a lo ocurrido en una iglesia del ensanche burgués santanderino.
Sobre el incidente contamos con referencias en diarios, documentos orales y hasta un breve comentario que hace el propio Paco Pérez en su libro de memorias ‘Adiós a las almas’ [1]. Según se recoge en una amplia nota de la Agencia “Europa Press”, publicada en El Diario Montañés [2], la homilía fue grabada en una cinta magnetofónica por algún asistente a la misa y posteriormente transcrita y difundida por la ciudad en unas hojas que llamaban a una campaña contra los enemigos de España, firmadas por una autodenominada “Organización Antimarxista Santanderina” católica española (OAS) [3], guiño manifiesto a correligionarios franceses. De hecho, la nota de Europa Press se apoya en ese texto y lo reproduce -en buena parte- literalmente. Lo sucedido puede resumirse a modo de una representación en tres actos:
-1º. El sacerdote expone y compara dos hechos de distinta naturaleza y, a continuación, con relación a uno de ellos, advierte de la existencia de una actitud farisea que es fuente de ateísmo en la España del momento (planteamiento).
-2º. Un asistente a la misa interrumpe la plática, discrepa abiertamente de la valoración expuesta; el oficiante le invita a expresarse desde el púlpito para que pueda ser oído por los allí congregados; el interpelante declina la oferta y descalifica lo expuesto por el religioso por mitin político y socialista; momentos de desconcierto; vanse del templo algunas -pocas- personas airadas (nudo).
-3º. El celebrante recapitula sobre lo sucedido, lo valora apoyándose en el Evangelio y en padres de la Iglesia, como San Agustín, e invita a la reflexión (desenlace).
Los acontecimientos aludidos en la prédica habían ocurrido ese mismo mes de enero: el despido de un trabajador de la fábrica de SNIACE, ubicada en Torrelavega, y el lanzamiento por la ventana del crucifijo que presidia el aula 217 de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid (la actual Complutense) contra la policía.
El 30 de noviembre de 1967 la Delegación Provincial de Trabajo de Santander emitía un escrito en el que se desestimaba la tramitación de expediente de crisis por la empresa SNIACE de Torrelavega en el que se pretendía el despido de 235 trabajadores por no concurrir las causas necesarias para el mismo. Dicha información fue remitida a la prensa provincial por Manuel González Morante, perito industrial de la empresa, siendo publicada por el Diario Montañés el 9 de enero de 1968. Al día siguiente, el mismo medio publicaba una carta aclaratoria del Director de la factoría, Antonio Mira, en la que, con la supuesta intención de precisar que propiamente no se trataba de un expediente de crisis (tal y como recogía al pie de la letra la resolución del organismo oficial), sino de un expediente de reducción de plantilla, cuestionaba la licitud y prudencia de la divulgación del dictamen. En disconformidad con el fallo, la sociedad papelera recurrió a la Dirección General de Trabajo que, a finales del mes de febrero, corroboraría la resolución [4]. Tras serle abierto expediente con suspensión de empleo y sueldo, González Morante era formalmente despedido el día 15 bajo la acusación de “deslealtad y graves faltas de consideración para la empresa” y “no ajustarse a la verdad” en lo publicado en el Diario Montañés.
El viernes, 26 de enero, Manuel López Coterillo, histórico militante comunista, se preguntaba en una carta remitida al Diario Montañés si el Consejo Provincial Sindical de Trabajadores, cuyo presidente, Francisco Torralbo Expósito, se jactaba de haber conseguido la anulación del expediente de crisis de SNIACE [5], iba a permitir que González Morante perdiera su empleo a cambio de una pequeña indemnización.
Así las cosas, González Morante presentó una demanda ante la Magistratura de Trabajo de Santander por despido injustificado, solicitando su readmisión. En vísperas de la celebración del juicio, la agencia de noticias Fiel difundió el 8 de febrero la existencia de “un plante de comedores en la factoría de Sniace en Torrelavega y otros plantes similares en solidaridad… en otras fábricas de esta ciudad para protestar por el despido de don Manuel González Morante”. El Jurado de Empresa (órgano compuesto por la dirección y una representación de los grupos profesionales que componían la plantilla) se apresuró a desmentir dicha información [6].
Con gran expectación y afluencia masiva de público, el juicio se celebraba el 12 de febrero. González Morante rechazó una oferta previa de indemnización asociada al despido presentada por la dirección de SNIACE. La parte demandante, ejercida por el conocido abogado Mario García Oliva, mantuvo la tesis de improcedencia del despido por no concurrir ninguna animosidad contra la empresa, sino únicamente interés por divulgar una información trascendente, y la consiguiente readmisión. La postura de la fábrica se centró en la deslealtad y falta de consideración hacia la dirección, admitiendo, no obstante, un desempeño ejemplar del técnico en su trabajo. Una vez que el juicio quedó visto para sentencia, las personas congregadas en la zona de la calle Castelar, junto a Magistratura de Trabajo (según El Diario Montañés, compañeros de SNIACE y de otras fábricas, fundamentalmente, y “media docena de sacerdotes”) que totalizaban algunos centenares, según el mismo medio [7], o unas cincuenta, según Alerta [8], marcharon pacíficamente hasta la Plaza de los Remedios, al lado de la sede de la Delegación Provincial de Sindicatos, donde, a requerimiento de la Policía Armada, se disolvieron. Como único incidente reseñable, las ruedas del automóvil que traslado a González Morante hasta Magistratura aparecieron acuchilladas [9].
La sentencia se hizo pública el 1 de marzo. El despido se declaraba improcedente puesto que no concurrían los supuestos de desobediencia ni deslealtad aducidos por la empresa; además desvinculaba un supuesto ánimo de producir descrédito a la compañía del hecho de la difusión del dictamen de la Delegación Provincial de Trabajo de Santander sobre la pretensión de SNIACE de despedir a 235 obreros. La papelera era condenada a la readmisión o al pago de una indemnización fijada por el juez, debiendo ser el trabajador quien eligiera la opción que considerará más adecuada.
Noticia del fallo de Magistratura publicada en la portada de El Diario Montañés, el 2 de marzo de 1968
Manuel González Morante no volvió a trabajar en SNIACE, la dirección se negó rotundamente a su readmisión argumentando que, habida cuenta de su categoría laboral y funciones (técnico -perito industrial- y jefe de sección), su puesto era asimilable a personal de confianza, atributo que consideraba quebrantado. Antonio Mira, director de la empresa, era un entusiasta del cine (presidía el jurado de un Certamen de Cine Amateur, “Gran Premio SNIACE”); quizá una cierta interpretación de “La ley del silencio” (Elia Kazan, 1954) fuera fuente de inspiración de su modelo de relaciones laborales.
El otro suceso aludido en el sermón, el lanzamiento del crucifijo por la ventana, tuvo lugar el sábado, 20 de enero en la Universidad Complutense. A modo de introducción y contexto puede afirmarse que a partir de 1956 el colectivo universitario venía dando muestras de un mayor grado de oposición al régimen franquista, en la segunda mitad de los años 60 las movilizaciones alcanzaron un notable grado de intensidad. La posición autoritaria del régimen, la inadaptación manifiesta de la institución universitaria a los tiempos y las demandas crecientes de libertad confluyeron en un escenario abierto de confrontación y revueltas.
La mañana del incidente tenía lugar una asamblea de estudiantes en el vestíbulo de la facultad de Filosofía y Letras. El primer trimestre del curso académico 1967-68 ya había finalizado con huelgas, disturbios con la policía armada, detenciones, expedientes, etc. dentro de una espiral movilización-represión. A la vuelta de las vacaciones navideñas, la tensión y los altercados continuaron. En esta dinámica, la mañana del sábado, 20 de enero, se celebraba una asamblea de estudiantes en el vestíbulo de la facultad de Filosofía y Letras.
La policía armada hizo acto de presencia y exhortó la disolución de los presentes; comenzaron los enfrentamientos: mangueras de agua teñida, carreras, lanzamiento de mobiliario y objetos desde la segunda y tercera planta… En plena refriega un alumno descolgó el crucifijo del aula 217 y lo arrojo por la ventana contra la policía. La prensa dio la noticia al día siguiente.
Los sectores más incondicionales del nacionalcatolicismo reaccionaron promoviendo una campaña de misas de desagravio ante lo que juzgaban como un acto sacrílego, pero ni siquiera dentro de la propia iglesia española la respuesta fue unánime, ya que, por ejemplo, el rector de la iglesia de la Ciudad Universitaria de Madrid no permitió que se celebrara allí ningún oficio al respecto, teniendo este que trasladarse a la de San Francisco el Grande. Igualmente, el Arzobispado de Barcelona desautorizó la celebración de un acto previsto en la parroquia de San Agustín.
La autoría de la defenestración del cristo corresponde, según confesión propia, a Antonio Pérez, miembro de un heterogéneo grupo de estudiantes conocidos como los ácratas, que fueron los agitadores más significados de los disturbios que tuvieron lugar en el campus madrileño en los cursos 1967 y 68. La facultad fue temporalmente clausurada; se practicaron detenciones y los activistas más destacados fueron detenidos, juzgados y condenados con severidad extrema [10].
Retomando el incidente promotor de este artículo, volvemos ahora la mirada sobre quién o quiénes fueron las personas que interrumpieron la homilía. Paco Pérez en sus memorias señala que “fui interpelado ásperamente por dos ‘falangistas’ que, por cierto, no estaba muy claro que pintaban allí, como no fueran espías o para tener algo de qué protestar…”. Más concreto, Arriba, diario oficial del régimen franquista, relataba que “Entonces, uno de los fieles, el señor Solar Espiauba, cuyos padres fueron asesinados durante la guerra, corto la plática, diciendo que él levantaba la voz para protestar por ese horrendo, y añadió que él había ido a la iglesia a escuchar el Evangelio, no a un mitin revolucionario socialista” [11]. La identificación, aunque no es correcta del todo, facilita una búsqueda más refinada y nos lleva hasta una necrológica publicada en ABC, el 9 de mayo de 2013: “José Manuel Soler-Espiauba y Mirones nació el 24 de marzo de 1936 en Cartagena y ha muerto el 6 de mayo de 2013 en Madrid. Vivió casi toda su vida en Santander, donde era conocida su militancia carlista de la línea más tradicionalista y afín a las ideas de monseñor Marcel Lefebvre… fue un apasionado defensor de la tradición católica anterior al Concilio Vaticano II. Escribió extensamente contra los cambios que representó aquel momento de inflexión en la vida de la Iglesia Católica y contra los que siguieron después.”
Así pues, el enojo que generó Paco Pérez con su homilía radicó no sólo en situar en una misma escala el lanzamiento del crucifijo y el despido ilícito de un trabajador, sino, yendo más lejos, en afirmar que, conforme a su interpretación del Evangelio, había mayor gravedad en el acto injusto que en el irreverente. Tal y como lo expresó en dicha homilía:
“Si nos duele, si nos hiere profundamente, si nos escandaliza un acto irreverente hacia una imagen de Cristo, ¿no debería escandalizarnos, herirnos muchísimo más, este hecho que la prensa también nos comunica estos días: la expulsión, injusta según la prensa, de un trabajador de una cierta empresa muy cerca de nosotros, aquí en la provincia de Santander?… ¿Dónde está Cristo presente con más realidad, en su imagen inanimada, pura señal, pura imagen, o en una persona?…
Si ante esto último, un hermano injustamente perjudicado, no reaccionamos y sí en cambio ante lo primero, ¿esto no es un contrasentido?”
De fondo, se perfilan con nitidez dos tendencias que convivían en la iglesia española del momento: una acorde con los valores de renovación emanados del Concilio Vaticano II y otra frontalmente contraria al aperturismo, inmovilista.
El día después del episodio, la autoridad eclesiástica, percibiendo la trascendencia de lo ocurrido, se dirigió al oficiante, según revela el propio Paco Pérez en su libro de memorias [12].
“Se me acercó para hacerme notar que ‘había que tener cuidado con lo que se decía’… (!) Precisamente por ello, había dicho yo lo que dije, sin hacer caso del consejo que me había dado en cierta ocasión un prócer católico: había que decir las cosas sin que nadie pudiera darse por aludido; para lo cual, le respondí yo, no merecía la pena abrir la boca.”
A modo de epílogo añadimos unos fragmentos del texto leído por Avelino Seco Muñoz, sacerdote ordenado en 1965, en el acto de Homenaje a Paco Pérez, celebrado en el Ateneo de Santander el 21 de julio de 2017:
“Paco Pérez era una persona emblemática para un número significativo de curas, fundamentalmente jóvenes, que queríamos estar abiertos a una cultura humanista, una cultura que dejase atrás el juramento antimodernista, que oficialmente, todavía, se seguía haciendo.
Su nombre, junto al de Ángel Alonso, aparecían con frecuencia unidos, haciendo un dúo con una música que a nosotros, curas jóvenes, nos sonaba bien. Eran curas prestigiosos, cultos y prototipos de una nueva manera de ser sacerdotes, en la que era posible compaginar, en una misma persona, espiritualidad y cultura, lecturas de los salmos y, a la vez, de Bernanos, Ortega o Sartre.
Paco tuvo mucha influencia en jóvenes de la década de los sesenta, jóvenes que buscaban la unión vital entre ser modernos y creyentes. Era un acompañante espiritual y cultural de muchos jóvenes, algunos del seminario, donde él daba clase y otros de los ambientes inquietos de Santander, que buscaban su orientación. Él no era un prototipo de los que patean mucho la calle, eso ya lo hacía el también fallecido Cesar de la Campa. En Paco buscaban contacto sabio y respetuoso muchas personas con necesidad de oxígeno humano y cultural, en una sociedad que quería mantenerse con las ventanas cerradas
Fue muy importante la década de los sesenta, época esperanzada y en búsqueda de nuevos planteamientos de vida; época que, a nivel eclesial, hizo posible un Concilio abierto a los nuevos tiempos y, después, la vivencia de unos años de ebullición y cierta ingenuidad en la etapa postconciliar recién nacida. Época de gran auge del clero inquieto de Santander, temido en ámbitos conservadores de toda España. Coincidió Paco con algún otro cura muy significativo, como Miguel Bravo, también sabio, pero menos académico y cercano al mundo obrero y a movimientos sociales de izquierdas.
Una homilía de nuestro recordado Paco, pronunciada en la parroquia de Santa Lucía, mostró a las claras su humanismo cristiano y su capacidad de sacar consecuencias a pasajes claves del evangelio, como el que nos recuerda “cada vez que hacéis algo a uno de estos a mí me lo hacéis” (Mateo)
Se había tirado un crucifijo por la ventana de la facultad de Filosofía de Madrid, había habido fuertes represiones y la prensa franquista había puesto el grito en el cielo. Paco Pérez recuerda y advierte, en su homilía de la misa de doce, que, cuando maltratamos o tiramos a cualquier persona por los suelos, estamos maltratando a Jesucristo y esto nos deja indiferentes y hasta aprobamos, mientras que clamamos con gran escándalo ante un signo de Cristo, pero de madera, que no se respeta y se tira.
Los ecos de esta homilía llegaron inmediatamente a los ámbitos políticos y religiosos como una gran provocación, muy preocupados por la postura que unos sectores minoritarios, pero muy pujantes de la Iglesia, iban tomando, dejando sin cobertura moral los desmanes de un régimen franquista que se agrietaba y comenzaba a estar seriamente preocupado por la actitud de ciertos sectores de la Iglesia.”
Notas
[1] Pérez Gutiérrez, F. (2012) Adiós a las almas. Santander. Ediciones La Bahía
[2] El Diario Montañés, 3 de febrero de 1968
[3] “En torno a un crucifijo.” El Ciervo, vol. 17, no. 169, 1968, pp. 10-11
[4] El Diario Montañés, 25 de febrero de 1968
[5] El Diario Montañés, 21 de enero de 1968
[6] El Diario Montañés, 11 de febrero de 1968
[7] El Diario Montañés, 13 de febrero de 1968
[8] Alerta, 13 de febrero de 1968
[9] El Diario Montañés, 15 de febrero de 1968
[10] Una crónica detallada de aquellos sucesos y sus consecuencias puede leerse en Amorós, M. (2014) 1968 El año sublime de la acracia. Bilbao. Muturreko burutazioak
[11] Arriba, 31 de enero de 1968
[12] Pérez Gutiérrez, F. Op. cit. pp. 263-264