¿DÓNDE ESTÁ CRISTO?[1]

Homilía predicada por el reverendo don Francisco Pérez Gutiérrez en la Parroquia de Santa Lucía de Santander, el domingo, 28 de enero de 1968, en la misa de doce, y que fue interrumpida

 

Falta en el texto el comienzo de la homilía, en el que se partía de los textos evangélicos: ¿Quién es este hombre? Los signos evangélicos son signos que valieron para los discípulos y para nosotros en la medida en que creemos. Pero, ¿qué signos dar a los que no creen todavía? Sólo uno, según el mismo Cristo: en esto conocerán…, etc.

 …Yo quiero aludir ahora a un contrasentido; a algunos puede ser que les moleste, pero cuando una cosa nos molesta no quiere decir que este forzosamente equivocada. En estos días ha habido una repercusión muy honda, que probablemente ha sido la que tiene que ser, respecto a un hecho. Ha sido el acto aparentemente irreverente, por lo menos así lo interpretamos los creyentes, de arrojar, de destruir una imagen religiosa. Probablemente la repercusión ante este hecho ha sido la que tiene que ser. Bien, pero ¿es la repercusión la que tiene que ser, ante otros hechos que sin embargo no la provocan? Si nos duele, si nos hiere profundamente, si nos escandaliza un acto irreverente hacia una imagen de Cristo, ¿no debería escandalizarnos, herirnos muchísimo más, este hecho que la prensa también nos comunica estos días: la expulsión, injusta según la prensa, de un trabajador de una cierta empresa muy cerca de nosotros, aquí en la provincia de Santander? Si el primer hecho nos duele, ¿no debería dolemos el segundo mucho más? ¿Dónde está Cristo presente con más realidad, en su imagen inanimada, pura señal, pura imagen, o en una persona? Los cristianos, ¿qué tenemos por más sagrado, la imagen de Cristo que rodeamos de devoción, o a Cristo mismo presente en el hombre, en una persona, en un hermano? Si ante esto último, un hermano injustamente perjudicado, no reaccionamos y sí en cambio ante lo primero, ¿esto no es un contrasentido? ¿En nuestra Fe no está ocurriendo algo que no debería ocurrir? ¿Cómo es posible que una cosa nos llene de inquietud y en el otro caso, aun en el supuesto de que fuera un caso aislado, un único caso, no nos impresione, permanezcamos indiferentes? ¿Y si este caso lo aumentamos por todas las personas sin trabajo, por todas las personas injustamente tratadas, por todo lo que es el mal, el sufrimiento en el mundo, esta realidad tan tremenda, entonces ¿qué ocurre con nuestro ser? ¿Qué pasa con nosotros? Al reaccionar de esta manera ¿no estamos creando ateísmo en nuestro alrededor? ¿No estamos haciendo que muchos se sientan totalmente alejados de una Iglesia r de una Fe que se toma más en serio una imagen inerte, por respetable que sea, que una persona, de la que Cristo ha dicho «lo que hagáis con él lo hacéis conmigo?» En el Evangelio no se habla para nada de las imágenes inertes; entre otras cosas, porque los judíos no las tenían, no admitían ninguna representación material de Dios y tardó mucho tiempo en haber imágenes de Cristo. Cristo no habló nunca de esas imágenes, pero Cristo dijo: lo que hacéis con los demás lo hacéis conmigo. Entonces, Cristo ¿dónde está? ¿Dónde está Cristo? Recordemos de nuevo lo que dice San Pablo. Cualquier mandamiento se resume en esta regla: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Si nos tomamos en serio nuestra Fe, esto se notará en algo, por lo menos en esto, en que esto nos lleve a exponernos por los demás. ¡Nadie quiere exponerse por nadie! ¡Nadie quiere perder nada de lo que tiene! Ni su dinero, ni su tiempo, ni su tranquilidad y, sin embargo, Cristo ha dicho: el amor consiste en dar la vida por los que se quiere, por los que se ama. ¿Cómo vamos a estar dispuestos a dar la vida si muchas veces, habitualmente, no estamos dispuestos a dar la cara, que es mucho menos que la vida? Entonces, ¿cómo podemos llevar la mirada levantada y aceptar y presentarnos como cristianos y decir que somos cristianos y sostener la farsa de que en España todos somos cristianos? Hay tantos cristianos que no se encuentra ninguno por ninguna parte; unos nos refugiamos entre otros y las cosas siguen girando a nuestro alrededor y sigue habiendo injusticias y sigue habiendo tantas cosas como hay, y ¿dónde estamos los cristianos para salir a la defensa de Cristo, de Cristo ultrajado, de Cristo perseguido, de Cristo olvidado? Porque a veces la forma peor del desamor no es el odio, no es el ultraje, no es la injusticia, es simplemente el olvido, es simplemente la indiferencia: los demás no significan nada para nosotros. No puede haber otro tema de reflexión, cuando celebramos la Eucaristía, que éste. Es curioso que cuando tocamos estos problemas reales y concretos que dejan al descubierto nuestra falta de Fe a veces se nos acusa de que hacemos política. ¿Entonces el Evangelio es lo mismo que la música celestial? ¿Entonces el anuncio del Evangelio consiste en decir cosas que a nadie le interesan, que a nadie impresionan, que a nadie le hacen darse por aludido y que a todos nos siguen permitiendo tenernos por buenos? La definición del fariseísmo que da el Evangelio es tenerse por buenos y despreciar a los demás, y despreciar a los demás es no quererse preocupar por ellos, no querer saber nada de lo que pasa a nuestro alrededor. Esta es la fuente responsable, culpable para nosotros, esta es la fuente del ateísmo, del ateísmo que hay a nuestro alrededor. España, una comunidad cristiana, está preparándose un futuro de ateísmo; unas generaciones jóvenes totalmente, en gran parte, en muy notable parte alejadas de Dios, de Cristo y de la Iglesia, y la culpa no la busquemos fuera de nosotros, está en nuestros contrasentidos, en nuestras contradicciones, en tomarnos en serio, más en serio una imagen de Cristo que a Cristo mismo presente en nuestros hermanos. Esto es así, si nos molesta y si nos escuece y si nos hace perder el sueño y sentirnos fastidiados a lo mejor hemos conseguido algo, a lo mejor hemos conseguido al menos…

En ese momento -según relato de la agencia a «Europa Press»- un asistente interrumpe al sacerdote para decir: o Bueno, padre; en la casa de Dios usted dice que nadie da la cara; yo, como cristiano, como parte de la Iglesia, voy a darla. El tirar un crucifijo es un sacrilegio. Echar a un obrero, o echar a un dependiente, o a un funcionario, puede ser justo o injusto. Yo, como cristiano, no me gusta oír hablar tan despreciativamente y sin dar ninguna importancia al hecho horroroso de profanar la imagen de Dios, el crucifijo de Cristo». El sacerdote ruega a su interlocutor que suba a su lado para que todo el mundo le oiga bien. «Yo -responde el interlocutor- me oigo bien. Hemos venido a casa de Dios para escuchar la palabra de Dios, no para oír un mitin político y socialista.»

Las observaciones que ustedes han visto creo que son muy dignas de que todas las personas mediten sobre ellas. Aquí estamos para decir la verdad de Cristo. Si usted considera que esto no es interpretar la palabra de Dios(1), aquellas personas que piensen que lo que yo he dicho no interpreta adecuadamente las palabras del Evangelio están en su derecho y en su deber para no aceptarlas. Yo no soy infalible ni nadie lo es, pero las palabras de Cristo son éstas. Yo he pensado que ser sacerdote es tomarse en serio el Evangelio y decir que el mal está allí donde creemos que está. Si somos cristianos, si estamos dispuestos a amar a todos, también a nuestros enemigos, también a los no están de acuerdo con nosotros, también a los que piensan de otra manera, esto nos obliga a todos a pensar muy de verdad si nuestra Fe se puede tomar en serio o no, si nuestra Fe se encarna en nuestras palabras o no. Las personas que están en desacuerdo con lo que yo he dicho no podrán impedir una cosa: que yo las siga amando y pensando que son hermanos míos. Desearía que ellas también se tuvieran por hermanas mías y reflexionáramos todos en común si estamos siendo fieles al amor de Cristo o no. Lo que hacéis con los demás lo hacéis conmigo, y esta frase no tiene vuelta de hoja. Piensen todos sobre esto, pensemos sobre esto; somos cristianos si admitimos esto y no lo somos si no lo admitimos. San Agustín dijo, y con eso concluyo: «Tiene que haber en lo necesario, unidad; en lo discutible, libertad, y en todo, caridad».

  • (1) Lo dice a un señor que todavía sigue hablando.

[1] Sermón extractado del artículo “EN TORNO A UN CRUCIFIJO.” Revista El Ciervo, vol. 17, no. 169, 1968, pp. 10–11