La planificación de los pueblos y las ciudades en las que vivimos es tema de debate constante. Qué debe hacerse, dónde, y de qué manera suele suscitar enconadas controversias.
Al final de la década de los 80 del pasado siglo, la vaguada de Las Llamas, en el límite entre Cueto y Santander, acaparó buena parte de este tipo de debates. Entonces, como bien podríamos decir ahora, se mezclaron múltiples factores en diferentes dosis: luchas políticas, encontronazos institucionales, previsiones a largo plazo (y/o ausencia de ellas), y entre todas, una que nos interesa destacar especialmente, dado nuestro leitmotiv como colectivo: la participación (lucha) de la ciudadanía en ese debate.
Esta vaguada que lleva directamente a la segunda playa del Sardinero, siempre había sido, especialmente para la población de Cueto, un espacio poco aprovechable, desde el punto de vista ganadero; aventurero, desde el punto de vista de los niños y niñas (a los padres no les hacía ninguna gracia esas incursiones); o poco atractivo para vivir, dada la humedad del espacio casi lacustre. Pero alguien pensó que era el sitio ideal para construir una vía de acceso, una autovía, evidentemente para coches, que llevara directamente a la playa, justo por el medio. Lo que seguro no imaginó ese alguien fue la respuesta de la ciudadanía.
El proyecto suscitó debate, y con ello, el análisis del problema. Los actores sociales que no habían participado en la idea, tales como asociaciones vecinales, de consumidores, padres y madres de colegios, la propia Universidad, etc. evidenciaron con su trabajo que quizá lo que se planteaba no respondía a sus necesidades. Que quizá lo que habría que hacer sería otra cosa. Que quizá, era el momento de usar la oportunidad para pensar a largo plazo y acometer planificaciones que mejoraran la calidad de vida de las personas que en Santander vivían.
De esta manera, el concepto de conservación apareció en primera instancia: un parque agreste. La necesidad de preservar un espacio natural, y convertirlo, sin que perdiera esas características, en un pulmón para la ciudadanía de Santander, integrándolo como espacio natural y social: una opción muy europeísta. Pero también se analizaron la forma en la que se usaba, la forma en la que se accedía desde la ciudad, las necesidades sociales de equipamiento de la población. En definitiva, se usó una visión integradora de planificación. Es decir, las personas organizadas a través de sus diferentes intereses: ecologistas, consumidores, comunidad educativa, investigadores, vecinos, eran capaces de pensar y aportar a largo plazo en la planificación urbana, pero nadie les había convocado a hacerlo. Eran (y son) capaces de aportar y debatir sobre sus necesidades y la forma de resolverlas, pero la única herramienta de participación que encontraron fue la movilización.
La Plataforma de colectivos que aglutinó aquella participación tenía muy claras las razones para oponerse al proyecto, y hay algunas que son de tan rabiosa actualidad en la vida de Santander, que no nos resistimos a mencionarlas: los problemas de movilidad no eran de acceso a la playa, sino de acceso al resto de la ciudad desde los barrios, la autovía se convertía en una división y suponía una pérdida de identidad de varios barrios, una infraestructura que sólo se usaría en épocas concretas del año. Además, se desvelaba una clara sospecha de que la actuación respondía a otras urgencias, tales como la especulación urbanística o la necesidad de convertir a Santander en un destino turístico de élite (capital turística del Norte defendía en Fitur el alcalde de entonces, Manuel Huerta).
Pero la plataforma también denunciaba lo que son habituales falacias que se repiten hasta convertirlas en verdad en esto de la planificación urbana: que el crecimiento de la población de Santander era imparable, que estamos obligados a atender a “la masa turística” del verano, que usar de forma retorcida el lenguaje (a la autovía se la denominaba alameda) no facilita la comprensión exacta y es tendenciosa, … Y tras todo eso, algo que no es habitual en los debates: la contrapropuesta. Es decir, una posición propositiva para oponerse a un planteamiento falto de planificación.
Así, proponían medidas concretas de movilidad, para redistribuir la carga de tráfico y favorecer el transporte público. Proponían equipamientos para los barrios. El mantenimiento de un “parque agreste”. La inclusión del Campus universitario en la zona. Etc. (ver documento completo: Comunicado a la opinión pública sobre penetración de la autovía en la ciudad de Santander a través de la Vaguada de Las Llamas).
Todas y cada una de estas medidas, más de 30 años después, siguen formando parte del debate del devenir de la ciudad. Puede que porque los problemas se enquistan y siguen sin resolverse de forma real. Y si no se resuelven, empeoran y hacen más difícil su solución. Mientras el contexto social, normativo, etc. sigue su evolución, y la falta de soluciones continúa agrandando los problemas. Y puede que las herramientas de participación ciudadana, tan oficiales hoy en día, sigan sin servir a la necesidad real de incidir en la toma de decisiones de los vecinos de Santander, por ser este el caso que nos ocupa, pero que podríamos extrapolar a muchas de las ciudades y pueblos de la Comunidad y de fuera de ella.
Otro elemento que se repite constantemente es la batalla política que, usando estos debates como pretexto, desencadena una guerra sin prisioneros en la que partidarios y detractores hacen de sus propuestas trincheras inexpugnables al debate o al consenso. Convertidos en enemigos, no habrá tregua para los traidores, aunque sean del mismo partido. Y las instituciones que ocupan, de forma temporal, aunque parece que no lo recuerden si atendemos a sus actuaciones, son usadas para fines no tan evidentes como debería ser, por ejemplo, la búsqueda del bien común.
Ese año 1988 y el siguiente, estuvieron plagados de intervenciones en los medios, acuerdos políticos, trámites administrativos. Palabras como centro comercial, desarrollo urbanístico, autovía, especulación, participación ciudadana, formarían parte de esa nube de palabras, tan actual en las redes sociales. Pero ¿qué se consiguió?
En las dos imágenes que adjuntamos obtenidas del visualizador de información geográfica del Gobierno de Cantabria, una correspondiente a la actualidad y la otra a los años referidos puede establecerse claramente la respuesta. Que podríamos resumir en un sí, pero no.
La ejecución del parque corresponde ya a los primeros años del siglo XXI. También resultó ser objeto de debate todo el proceso. El desplazamiento de la autovía hacia la ladera Norte liberó la zona central de la vaguada. Y se reservó y acondicionó una parcela para el parque propiamente dicho, rodeado de viales, equipamientos, el campus universitario y parcelas pendiente de uso. ¿Suficiente? ¿Soportará la presión urbanística? ¿Qué futuro tendrá la vaguada en el contexto de cambio climático?
La distancia entre el objetivo a alcanzar y lo logrado, en este como en tantos otros casos a los que solemos hacer referencia, depende de la intensidad de la participación de las personas implicadas, tanto en número, como en la calidad de sus aportaciones. Y la resolución de tantas preguntas, encontrará otras nuevas en su camino. Y lo deseable sería que fueran respondidas desde la participación y el consenso.