A finales de la década de 1960, la Cooperativa Lechera SAM comenzó a mostrar síntomas que presagiaban la crisis de un modelo empresarial que no tuvo capacidad de adaptarse a los cambios que estaban produciéndose en el mercado de las industrias lácteas, que se aceleraron en los años posteriores
Hemos repasado en anteriores artículos cómo la Cooperativa SAM había surgido para ofrecer una alternativa al control del mercado lácteo que la Nestlé, desde su implantación en Cantabria, estaba ejerciendo. Pero también cómo su establecimiento constituyó una respuesta implícita para la defensa de los intereses de los viejos sectores socioeconómicos regionales, frente a las alternativas de clase propuestas por la Federación de Casas Campesinas, de la UGT. Con todo ello, lo que era la provincia de Santander se había convertido en uno de los puntos industriales de transformación agroalimentaria más importantes del país.
Hemos repasado también cómo, tras la victoria del bando franquista en la Guerra Civil, la SAM se convirtió en una empresa modelo para el régimen, síntesis de aquellos valores, que especialmente hasta los años 50 pretendieron inculcarse en toda la población. Pero, además, hasta bien mediados los 70, continuó erigiéndose en un importante activo de la industria láctea estatal.
Sin embargo, un análisis más detallado de las cifras que aparentaban un éxito perenne dejaba entrever que “La SAM era una tortilla sin huevos”, como reconocía el que fuera gerente de la Cooperativa, Alfonso Fuente. La secular falta de músculo financiero hacía que cada ampliación de las instalaciones, cada mejora técnica, cada desarrollo de nuevo producto, chocara con la falta de adaptación a la competencia “real” en un mundo capitalista que se abría ante ellos sin los mecanismos que el Estado había puesto a su disposición, hasta entonces, de forma relativamente sencilla.
Este desequilibrio financiero entre el volumen de la producción, la necesidad imperiosa de las ventas para poder disponer de efectivo y un exiguo capital social eran los huevos que faltaban en esa tortilla. Y no constituía una situación coyuntural, como ya se evidenció en la Asamblea de 1968. Aun así, las necesidades de inversión continuaban acumulándose, pero también acometiéndose. El crédito siempre había sido un recurso para la SAM a la hora de afrontar su crecimiento, desde el mismo momento de su fundación. Pero los tiempos cambiaban y el margen de maniobra era cada vez menor.
El diagnóstico en septiembre de 1975 dejaba entrever problemas relevantes: una importante recogida de litros de leche (60 millones anuales), una amplia gama de productos que, a pesar de la gran implantación en el mercado nacional como reconocida marca, era a todas luces excesiva. Una anticuada red comercial incapaz de enfrentarse a la agresiva competencia del sector, especialmente de parte de las multinacionales. Y aquí deberíamos abrir un paréntesis para recordar que en el ámbito de los dietéticos infantiles, en el que la SAM se había distinguido, tanto por el desarrollo de producto, como por el reconocimiento del mercado, es donde esta encarnizada competencia con las multinacionales era más patente. Si proseguimos con el diagnóstico, la ya referida falta de capitalización adecuada al volumen de actividad y una falta de objetivos estratégicos a largo plazo (fruto de tratar de sobrevivir día a día) hacían que realmente, no sólo la falta de huevos, sino la propia tortilla corriera el peligro de desaparecer.
La situación se revelaba tan grave, que en la junta extraordinaria del año siguiente se aprobó una ampliación de capital de 10.000 pesetas por cada uno de los 10.000 socios que en esos momentos contaba la Cooperativa. Sólo 1.019 de ellos lo hicieron. El fin se acercaba.
La falta de compromiso de los cooperativistas fue tan evidente que supone una prueba categórica de que, para entonces, su implicación había desaparecido. Puede que la forma societaria induzca a pensar en una participación colectiva, más o menos horizontal, en la gestión y en la toma de decisiones de la organización. Pero el devenir de tantos años ya demuestra que, desde el mismo momento de su creación, la gestión y los objetivos estaban más del lado de determinados sectores socioeconómicos y políticos que de resolver problemas de ganaderos de forma colectiva. Y esto no es una excepción. Las formas societarias a veces nos confunden, también en la actualidad, donde algunas cooperativas, especialmente las del sector primario, son vistas como empresas de servicios por sus propios cooperativistas y no como formas de autogestión ante los problemas comunes.
Es en esta coyuntura cuando entra en juego un nuevo, aunque viejo, agente: el INI. El Instituto Nacional de Industria había sido creado en el año 1941 como soporte para el proceso de industrialización que el franquismo se planteó tras su victoria. En líneas generales, tuvo un efecto decisivo en la transformación de la economía primaria de postguerra a la economía terciaria de los años 80. Su labor: gestionar y financiar empresas necesitadas de fuertes inversiones, con escasa rentabilidad o en bancarrota. Pero también, paradojas aparte, un instrumento de desindustrialización.
Lactaria Española (LESA), perteneciente al INI, fue quien se hizo cargo de la gestión de la cooperativa SAM y de la venta de sus productos a partir de 1977. Aparentemente comenzaba un nuevo periodo de esplendor: se implantó la botella de plástico de 1,5 litros, se instaló en Renedo de Piélagos la unidad de investigación y desarrollo para las 10 plantas de LESA en el Estado y comenzó la recogida de la leche en camiones cisterna (factor este que supuso el abandono definitivo de los puestos de recogida que todavía hoy podemos ver en estado ruinoso en algunos lugares de Cantabria).
Hacia el año 1983 la SAM había perdido el escaso control que la entrada de LESA había supuesto. Su mayoría mantenida hasta entonces por el 65% de participación quedó reducida al 35% ante otra oportunidad perdida para afrontar una ampliación de capital. Este tipo de maniobras de agrandar el capital social para quitarse de en medio a socios a través de su incapacidad financiera eran una práctica habitual. Y lo siguen siendo. El caso es que ese año y esta situación constituyó un nuevo punto de inflexión en la deriva de la SAM. Su “expulsión” final de la gestión suponía una refundación de objetivos, volviendo la mirada a los ganaderos, en lugar de a su producto, para desplegar una gama de servicios especializados: piensos, control veterinario, medicinas, ayuda en instalaciones de los asociados, etc.
Además, en el año 1983 sucedió otro acontecimiento que es necesario recordar: las inundaciones que en el mes de agosto asolaron el Norte peninsular. Los ríos Pas y el Nervión y algunos de sus afluentes se desbordaron de forma tan intensa que se cobraron su peaje en vidas humanas. En Renedo fueron tres: Joaquín Diego Trueba, Gumersindo Lujúa Quevedo y Celedonio Gómez Solórzano. Las instalaciones de la SAM fueron arrasadas por el agua, como tantas otras infraestructuras de la localidad. Vecindad y personal de aquella SAM jamás lo olvidarán.
A partir de 1985 daba comienzo un periplo que llega hasta nuestros días, en el que la SAM ya nada tiene que ver con la leche, salvo que sus socios son ganaderos. La mayoría de ellos, además, se fueron orientando hacia al sector cárnico, abandonando la producción lechera. La entrada de España en la Comunidad Económica Europea de entonces propició cambios significativos que, entre otros, afectaron a la relación institucional de los gobiernos en su participación a pérdidas en las empresas estratégicas, siendo otro agente más en todo este complicado proceso de desindustrialización de los años 90.
“En octubre de este año 1992 se hace pública la noticia de que España ha de pagar 28.500 millones de pesetas a la Comunidad Europea por haber pasado la cuota establecida. Se acaban de este modo los amagos de sanciones por la falta de aplicación de las cuotas lácteas en España desde 1986 hasta 1992.” (Espejo, C., 1996, p. 4)
Cayetano Espejo, en un artículo publicado en 1996 en una revista especializada radiografía perfectamente la situación: “A pesar de constituirse en una de las de mayor relevancia en la industria agroalimentaria de nuestro país, con una facturación que se acerca al billón de pesetas para el año 1996, está afectada por una profunda crisis como consecuencia de la falta de una estructuración ordenada desde la producción a la comercialización. Fuerte endeudamiento, minifundismo industrial, subvenciones por parte de las Administraciones y la participación agresiva del capital de las multinacionales, son unos de los rasgos estructurales que acarrea este sector.”
El divorcio de la SAM con el sector lácteo se consumó, por tanto, como parte de un proceso mucho más profundo, en el que tenía pocas capacidades de supervivencia. Salvo el giro estratégico de “abandono” del sector, su reconversión como organización supuso, en cierto modo, volver a sus orígenes ganaderos.
A partir de aquí se desarrollaron dos caminos paralelos. Por un lado, y siguiendo al mencionado Cayetano Espejo, en diciembre de 1995 se produjo la venta de Lactaria Española (LESA) tras la oferta presentada por el grupo cooperativo gallego Leyma, en coordinación con la sociedad también cooperativa Iparlat, en el País Vasco y Navarra. La Administración buscó para LESA una salida que implicara un sólo adquiriente. La falta de un comprador nacional con capacidad para absorber en solitario el potencial de LESA ha determinado que, aunque la compra sea solamente de Leyma, posteriormente la firma se fragmente, pasando una parte, los centros de Vizcaya, Cantabria y la Rioja para Iparlat.
De forma paralela, la “Nueva SAM” generaba nuevas instalaciones específicas para piensos y recibía ayudas del gobierno regional, abandonando así la participación que todavía mantenía en LESA. Además, ha participado en la creación de SERGECAN, una cooperativa de segundo grado que agrupa, al tiempo que la nueva SAM, a la Cooperativa Siete Valles, Cooperativas de Soba, Ruiseñada, cuenca del Besaya y Virgen de Valvanuz.
Es difícil de comprender, y por ende de explicar, cómo esta, como otras industrias de reconocida solvencia técnica, capacidad de desarrollo de producto y clara posición en los mercados, así como una evidente vinculación territorial con sus gentes trabajadoras han sufrido idénticos procesos de desmantelamiento, mientras otras, transnacionales, no han hecho más que seguir creciendo y aumentando cuotas de mercado, de poder. Un siglo prácticamente completo ha visto cómo la SAM se constituyó en referente industrial en el sector agroalimentario, y cómo ha compartido el destino de tantas otras que en mayor o menor medida también lo fueron, aquí y en territorios cercanos. Este proceso de concentración de poder en favor de las transnacionales, que evidencia una pérdida clara del poder de los Estados y una sumisa aceptación del mercado como paradigma, debería ser algún día explicado por quienes lo propiciaron.
Mientras, la SAM seguirá prendida en la memoria de los que hemos bebido leche en Cantabria, seguro que por unos cuantos años más.