Los llamados genéricamente ateneos populares (ateneos del pueblo y para el pueblo) que podían tener diferentes nombres, compartían el objetivo común de hacer llegar la cultura a los colectivos de menor poder adquisitivo. Utilizaban para ello diferentes recursos: clases, lecturas, conferencias, excursiones, conciertos, recitales y representaciones teatrales; por eso, las primeras necesidades que tenían era conseguir un local en el que poder llevar a cabo esas actividades y organizar una biblioteca circulante, con el fin de que la lectura pudiera traspasar las paredes del ateneo y extenderse a los hogares.
El 12 de diciembre de 1937, las Centurias de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS desfilaron desde la zona marítima hasta el edificio que había sido sede del Ateneo Popular de Santander, en la esquina entre las calles Pedrueca y Gómez Oreña, para inaugurar en él su cuartel general.
Se cerraba así el movimiento ateneísta popular que había nacido en Santander en 1910 con la fundación de la Asociación Ateneo Popular, al que seguiría el Ateneo Popular de Santander, quince años después del anterior, y cuatro años más tarde el Ateneo Obrero de Santander abría sus puertas en el Centro Obrero, sede de la Federación Local de Sindicatos (CNT).
Inspirados por estas experiencias, tres pueblos del ayuntamiento santanderino abrirían también ateneos. El primero fue el Ateneo Popular de Monte, en julio de 1930. Al que siguieron el Ateneo de Divulgación Social de San Román de la Llanilla, en mayo de 1933, y el Ateneo Cultural de Cueto en diciembre del mismo año.
Se trata de un total de seis instituciones que se crearon para facilitar a las clases populares el acceso a la cultura, tal como la define el Diccionario de la Real Academia, conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. Y esa capacidad de formarse su propia opinión era precisamente lo que no gustaba a las autoridades económicas, religiosas y militares, por lo que pusieron todos los obstáculos posibles para entorpecer el normal progreso de estos ateneos.
En este sentido, el primero fue la excepción, debido a que su origen estaba en una burguesía paternalista que en esa época se había volcado en colectivos como los obreros industriales, los labradores o los pescadores, a través de los sindicatos católicos, las cooperativas agrarias o los pósitos pesqueros. La presencia burguesa en este primer ateneo, se puede comprobar repasando algunos nombres de la primera directiva: José Rioja, director de la Estación de Biología Marítima; el farmacéutico Ernesto del Castillo Bordenave, José del Río, Pick, poeta y periodista de prestigio, o el médico Javier de Hoyos Marforí. Sin embargo, la creación del burgués Ateneo de Santander, en 1914, fue inmediatamente reconocida por los ateneístas populares como un peligro para la subsistencia de su Asociación, que, efectivamente, fue apagándose paulatinamente hasta su liquidación a finales de 1917.
El paternalismo seguía vigente en 1925, cuando se fundó el Ateneo Popular de Santander, a pesar de lo cual, como en esta ocasión fue el Ateneo de Santander el que vio el peligro desde el principio, el nuevo Ateneo padeció durante los primeros meses el boicot y la difamación de algunos individuos, lo que obligó a su tercer presidente, el escritor Manuel Llano, a publicar un comunicado en el que desmentía los rumores y falsas noticias que circulaban por los mentideros de la ciudad. A partir de entonces hubo algunos roces con ciertos personajes de la ciudad, incluso crisis internas, pero llegó a realizar una labor pedagógica y social tan notable, que ha sido, sin lugar a dudas, la institución privada cultural de este tipo más importante que ha existido en Santander. La enseñanza de varias asignaturas, idiomas y habilidades, en cursos que se extendían de otoño a primavera, constituían la espina dorsal de su función educativa. Además, a lo largo del año se podían impartir cursillos intensivos de otras materias o ciclos de conferencias, ofrecidos por profesionales de diferentes ámbitos, que ampliaban el conocimiento de los asistentes. Por sus aulas pasaron, entre otros, el tipógrafo Gonzalo Bedia, la violinista María Dinten, la poetisa Mª Ascensión Fresnedo, el poeta José Hierro, el arquitecto Domingo Indalecio Lastra, el librero anarquista Urano Macho, el escultor Francisco Rodríguez Asensio, el periodista Ramón San Juan o el pintor y ceramista Miguel Vázquez.
El ejemplo de esta tarea pedagógica, fue la que llevó a la creación de los siguientes ateneos santanderinos. El primero de ellos, el Ateneo Obrero de Santander, fue fundado, entre otros, por socios del Popular con mayor conciencia de clase, y ofrecía una instrucción con más sentido proletario. Establecido en el interior del Centro Obrero, brindaba su apoyo a diferentes iniciativas en defensa de los derechos de los trabajadores, de la justicia social o de la libertad de expresión, opinión o conciencia; logrando como recompensa habitual la clausura de su local en distintas ocasiones. A pesar de su relación estrecha con el mundo anarcosindicalista local, no se le puede considerar realmente de ese ámbito, ya que, a pesar de que una de las principales características de estos, como de todas las organizaciones libertarias, era la estructura horizontal, lo que incluía a los órganos de gestión, han trascendido algunos nombres de sus gestores que no pertenecían a ese ámbito.
Puede que estuviera más relacionado con el anarquismo el Ateneo de Divulgación Social de San Román de la Llanilla, ya que la expresión «de Divulgación Social» se usó en los primeros ateneos libertarios para tratar de evitar las dificultades que planteaban las autoridades y las fuerzas vivas del conservadurismo. En el caso de San Román, se dio la circunstancia de que uno de los vecinos más activos en cuestiones educativas y sociales, el delegado de la Federación Comarcal del Norte, de la CNT, José Gutiérrez Cayón, es posible que fuera también responsable de la creación del ateneo. Por eso, la creación de este Ateneo supuso la aparición de un nuevo objetivo de los ataques del clero y los antirrepublicanos, que ya padecía la Escuela del pueblo por la evolución que había supuesto para la enseñanza primaria la política educativa republicana. No hay que olvidar que uno de los sobrenombres que se ha dado a la II República española, fue el de República de los maestros.
Los ateneos de los pueblos reprodujeron el interés en la creación de bibliotecas circulantes, como forma de propagar el crecimiento personal de sus socios. También asumieron responsabilidades que deberían haberse resuelto desde las instituciones políticas. Del mismo modo que el Ateneo Popular, al llegar la II República cedió sus aulas para instalar en ellas tres módulos de párvulos que carecían de locales adecuados, el Ateneo Popular de Monte creó una «Asociación de Amigos del Niño» para que los derechos de la infancia en el pueblo fueran una realidad, y posteriormente una «Cantina Escolar», para garantizar una adecuada alimentación en las primeras etapas del crecimiento. Su sola creación fue motivo para la oposición frontal del cura del pueblo, que inició una campaña de descrédito. Los directivos del Ateneo pretendieron aproximar posturas invitando a dos sacerdotes, Jesús Carvallo y Pedro Santiago Camporredondo, a que dieran unas conferencias, pero una orden del obispo José Eguino y Trecu (apodado El Bueno) se lo impidió. No contento con ello, el párroco también prohibió a los alumnos del Ateneo asistir a misa, pero esa medida no asustó a los vecinos, y al final de enero de 1931, seis meses después de su fundación, tenía 110 socios.
Por un artículo de Urano Macho, sabemos que en febrero de 1936 el Ateneo Cultural de Cueto tenía 300 socios, entre hombres y mujeres, una biblioteca circulante con unos mil ejemplares y se impartía clase de Estudios Primarios. Precisamente la llegada a Cueto de tres maestros republicanos: Eulalia Nistal, Miguel Morán y Emiliano G. Barriuso, poco después de la fundación del Ateneo, sumado a la existencia en el pueblo de una Sociedad de Amigos de la Escuela y de la Instrucción Popular, muy comprometida con su labor, pero con buenas relaciones con los religiosos de la zona, facilitó la convivencia. Meses después, cuando la Guerra Civil había interrumpido el normal desarrollo de sus actividades, este ateneo supo reinventarse y realizar una labor social prioritaria en aquellas circunstancias, como ceder sus instalaciones para labores de beneficencia o las visitas de su Cuadro Artístico a los Bancos de Sangre de la ciudad, para aliviar las penas de los que estaban allí ingresados.
El inicio de la Guerra Civil en julio de 1936 supuso el fin de la actividad en todos estos ateneos. Muchos socios se incorporaron a las milicias, la vida civil cambió y se fueron vaciando las sedes ateneístas. En algunos casos siguieron funcionando los Cuadros Artísticos (grupos de teatro) que extendieron su actividad por varios ayuntamientos contribuyendo decisivamente a alejar de la mente de los vecinos las penas de la guerra.
Tras la caía de Santander, el franquismo trató de borrar el recuerdo de estos ateneos. A sus socios se les catalogó como enemigos del nuevo régimen. Las bibliotecas fueron incautadas, saqueadas o incendiadas. Y sus sedes fueron dedicadas a actividades más propias del nacional-catolicismo.