- En 1969 Eraclio Catalín Rodríguez, “Horacio Guarany“, compuso “Si se calla el cantor” uno de los himnos emblemáticos que han acompañado las protestas y marchas de varias generaciones de latinoamericanos en los últimos 50 años.
- Como otros miles de argentinos en la década de 1970 se vio forzado a partir al exilio con su familia, tras ser amenazado de muerte por la organización terrorista Triple A.
- Durante más de un año, entre 1977 y 1978, “el cantor del pueblo” vivió su exilio en Castro Urdiales, acompañado de su familia y en ocasiones de grandes amigos, figuras del folclore y la poesía argentina tales como Armando Tejada Gómez, Hamlet Lima Quintana o Enrique Llopis, entre otros.
Eraclio Catalín Rodríguez Cereijo, podría haber sido uno más de los exiliados que buscaron refugio en España en los 70 huyendo de la represión de estado y sus aledaños que costó la vida a tantos miles de argentinos. Pero fue más, porque tuvo el privilegio de ser voz, verso y melodía que se alzó, desde muy pronto, contra la violencia y el silencio impuesto, lo que le convirtió en objetivo prioritario de la organización terrorista Triple A.
Apuntes para una crónica. Argentina 1973-1976, una isla democrática con resabios de dictadura
Entre 1973 y 1976 se sucedieron en la Argentina varios gobiernos de teórico carácter democrático que fueron como una isla entre dictaduras militares: De 1966 a 1970 la del general Juan Carlos Onganía, luego continuada a través de sendos golpes palaciegos por los también militares Roberto Marcelo Levingston (1970-1971) y Alejandro Lanusse (1971-1973), en lo que se dio en llamar Revolución Argentina. A partir de 1976, una Junta Militar depone a María Estela Martínez de Perón haciéndose con el poder hasta 1983 bajo la presidencia encadenada de los militares Jorge Rafael Videla, Roberto Eduardo Viola, Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone, en lo que supondría el más sangriento periodo de la historia reciente de Argentina.
No obstante, durante el periodo que transcurre entre mediados de 1973 y marzo de 1976 la vida política del país, lejos de ser un bálsamo democrático, continuará por diversos motivos siendo peligrosamente inestable.
El 25 de mayo de 1973 vuelve a gobernar el peronismo al alcanzar la presidencia del país Héctor José Cámpora, del Partido Justicialista, tras unas elecciones democráticas forzadas por un continuo estado insurreccional contra las dictaduras militares previas. Las algaradas callejeras y manifestaciones del movimiento sindical y estudiantil, así como la incesante serie de atentados de diversos grupos guerrilleros emergentes, entre los que alcanzarán una presencia destacable Montoneros o el Ejército Revolucionario del Pueblo (E.R.P.) propician el regreso a través de las urnas de los partidarios de Perón. No obstante, Héctor Cámpora permanecerá en el poder únicamente 49 días.
Raúl Lastiri, yerno de José López Rega (que será ministro con la mayoría de los presidentes de este periodo y tendrá una destacada presencia en el de María Estela Martínez de Perón), ocupará la presidencia de forma interina durante los siguientes 91 días, en tanto se celebran nuevas elecciones el 23 de septiembre de 1973, de las que saldrá victorioso Juan Domingo Perón, recién regresado de un exilio de 18 años.
Perón será presidente desde el 12 de octubre de 1973 hasta el 1 de julio de 1974, día de su fallecimiento, tras lo cual ocupará la presidencia su esposa, la ya mencionada María Estela Martínez de Perón (hasta entonces vicepresidenta). Martínez de Perón gobernará en Argentina hasta el 24 de marzo de 1976, fecha en la que una Junta Militar encabezada por Jorge Rafael Videla la depondrá de su puesto.
Pero precisamente será al inicio de esta titubeante etapa democrática, en 1973, durante la presidencia interina de Raúl Lastiri, cuando se cree y se desarrolle, desde lo más lóbrego del propio Estado, una organización clandestina denominada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), para reprimir y suprimir la contestación de la izquierda y que actuará como embrión de la masiva coerción que luego aplicará la dictadura militar.
Tal como señala la socióloga argentina Julieta Rostica, la Triple A fue creada en el seno del Ministerio de Bienestar Social por el ministro José López Rega como una asociación clandestina e ilegal que, según el ex-militar e integrante de la misma Salvador Horacio Paino, nació para “combatir al terrorismo en su propio terreno, con sus mismas armas: con su falta de ética y moral. Lo que por sus reglamentos y leyes no pueden hacer las fuerzas armadas ni la policía”. Su financiación fue suministrada por José López Rega, Rodolfo Roballos (también ministro de Bienestar Social bajo el mandato de María Estela Martínez de Perón y segundo de López Rega en el ministerio en gobiernos anteriores) y la Logia Propaganda Due (también conocida como Logia P2, asociación masónica de corte fascista implicada con anterioridad en la Operación Gladio, potenciada por Estados Unidos y Reino Unido, para la resistencia armada contra el avance del comunismo en Europa durante la guerra fría, en atentados terroristas en Italia durante los llamados “años de plomo” de la década de los 70, así como en la quiebra del Banco Ambrosiano en el año 1982). El armamento se adquirió en Paraguay, de contrabando. Hasta tal punto fue la implicación del aparato estatal que las dependencias del Ministerio de Bienestar Social se utilizaron para guardar las armas y para la fabricación de coches bomba.
Entre el millar aproximado de víctimas que se atribuyen a esta organización terrorista destaca la presencia de “estudiantes, profesores universitarios, dirigentes obreros, abogados, periodistas, artistas, etc.”. Además, entre sus objetivos figuraban también los exiliados políticos de dictaduras de otros países del continente, lo que supone un notorio precursor del Plan Condor (acuerdo de coordinación y apoyo entre los gobiernos de las dictaduras de América del Sur, suscrito en 1975 en Chile, propiciado por el Departamento de Estado de EE.UU., para perseguir y eliminar a activistas de izquierda). Siguiendo el testimonio de Paino (que al principio fue testigo y acabó siendo imputado en los juicios contra la Triple A), recogido por Julieta Róstica ““se confeccionó una ‘lista negra’ de actores, actrices, músicos y periodistas, a los que se les comenzó a poner todo tipo de trabas en el trabajo. A través de diversos medios televisivos que fueron ocupados, la Triple A anunciaba los nombres de las futuras víctimas o enviaba comunicados para explicar algunos asesinatos…”
En este orden de cosas es cuando, en septiembre de 1974, a través de un periódico de Buenos Aires aparece una nota insoslayable según la cual se les da un plazo de 48 horas, bajo amenaza de muerte, para abandonar el país a los actores Héctor Alterio, Luis Brandoni y Norman Brisky, así como a los cantantes Nacha Guevara y Horacio Guarany.
Partir al exilio. Cantar y contarlo
Así pues, las amenazas de muerte de la organización terrorista paraestatal Triple A forzaron a Horacio Guarany y al resto de los artistas mencionados a tomar el camino del exilio, un adelanto de la guerra sucia que emprendieron los militares argentinos tras el golpe de estado de marzo de 1976. De hecho, entre 1974 y 1976, se puede determinar la existencia de un primer grupo de exiliados, mucho menor que el número que le sucedería tras esa fecha, cuyas víctimas responden a un perfil de escritores, periodistas, músicos y gentes del cine con proyección pública y significadas políticamente en el espacio de la izquierda. En el caso de Horacio Guarany, ya entonces afamado, cantor y folclorista, autor de composiciones inmemoriales como “Si se calla el cantor” o “Volver en vino”, tras declararse públicamente comunista en 1966[1], fue colocado en la diana y recibió todo tipo de amenazas, que en algún caso llegaron a materializarse. En marzo de 1974 un atentado con artefacto explosivo, causó la destrucción de su coche y daños en su residencia de “El templo del vino”, en Buenos Aires.
En cuanto a la respuesta de las personas amenazadas, sostiene Marina Franco que, “reconocer la capacidad de acción de estos sujetos frente al terror los devuelve del olvido como víctimas que, frente al horror, actuaron, actuaron decidiendo no vivir bajo el miedo o actuaron para salvar su vida. En definitiva, ante el terror variados actores generaron diversas estrategias y el exilio fue una de ellas”. Así lo manifiesta Horacio en la introducción de la canción “Volveré en un canto”[2].
El exilio es la venganza de los inútiles. Yo lo padecí en silencio porque para mí no era un castigo. Era un honor recibirlo por defender a mi pueblo. Pero escribí, documenté mi sentimiento, mi dolor, mi vergüenza de que el hombre acuda a esos métodos por discrepancias ideológicas. Aquí están mis documentos. No estuve inútil lejos de mi tierra, sino que estuve contándole al mundo lo que aquí desgraciadamente pasaba. Aquí están mis canciones.
A comienzos de la primavera austral de 1974 Horacio ya ha abandonado definitivamente Argentina, asentándose en primer lugar y por un breve tiempo en Caracas, para después partir hacia México, donde se reuniría con su familia, según nos cuenta su hijo Horacio Rodríguez.
“Iban a hacer una gira por Latinoamérica que la tenían pospuesta. Eso fue en julio de 1974 y en noviembre nosotros fuimos a México, que terminó la gira ahí.”
Su estancia en México se prolongó algunos meses en los que conoció el éxito de público en la capital y la intrascendencia por el resto del país.
En México tuve un gran éxito. En el teatro ¡Uy qué teatro el Hidalgo!, hermoso, mucha gente, Pero luego salí a recorrer los caminos de México: no me conocía nadie. Nadie venía a escucharme, algunos turistas desprevenidos… (Horacio Guarany. Introducción a “Cuando nadie”)
Horacio Rodríguez expresa las razones que llevaron al núcleo familiar a elegir España, en abril de 1975, como siguiente destino:
“El primer tema es el habla. Luego, el argentino tiene más en relación con el español o el italiano que con México. A Uruguay no podían ir y a Latinoamérica también en esa época estaba duro. Toda Latinoamérica era muy difícil. México era una pseudo-democracia. Luego el tema monetario. Entonces no es como ahora por el pasaporte comunitario. Entonces teníamos acceso rápido. También muchos argentinos fueron a Suecia con el tema de la ACNUR, a Finlandia, Noruega (mi padre hizo una gira por allí), a Francia… Pero, sobre todo, a España. Además, la madre de mi viejo era española [de León]. Y los padres de mi mamá eran del lugar de Orense, por allá, de Galicia.”
Los años en Madrid
El destino preferente de los exiliados políticos argentinos fue México, seguido de España, Italia y Francia, ya en Europa. A la hora de decidir qué rumbo tomar, los factores más determinantes fueron la presencia previa de familiares o amigos, el idioma, la cultura y la facilidad de adquirir la nacionalidad del país de acogida por vínculos familiares. No hay que dejar de lado que, con carácter general, la música latinoamericana de raíz experimentó una creciente difusión y popularidad en Europa a partir de finales de la década de 1960, lo que propició a cantores y grupos musicales la posibilidad de realizar giras y contratar actuaciones.
Sin embargo, hubo quienes cuestionaron la postura adoptada por las personas que decidieron tomar el camino del exilio y no resistir en el propio país. En su caso, en la introducción a “Desde esta larga andadura”, Horacio Guarany reflexionaba:
Ya estaba en España y me llegó la noticia de que mis amigos, algunos compatriotas queridos, decían: “No. No se tenía que haber ido. Se tenía que haber quedado”. ¿A qué? ¿Cómo va a pelear un cantor contra miles de fusiles? Por eso escribí esta canción, donde les digo: hermano que renegaste cuando mi tierra dejé, hoy llorarías mi muerte, como otras muertes lloré.
La controversia sobre la decisión y efectos de partir al exilio, como recoge Silvina Jensen en su tesis doctoral, se volvió mucho más áspera después de pasado el tiempo, a finales de la década de 1990, con motivo del trámite parlamentario del proyecto de reparación económica al exilio: Régimen de beneficios para aquellas personas argentinas, nativas o por opción y extranjeros residentes en el país, que hayan estado exiliadas por razones políticas entre el 6/11/1974 y el 10/12/1983. Esta tipología de desencuentro no es original; de hecho, no tenemos que ir muy lejos para constatar interpretaciones discordantes entre perseguidos políticos de adentro y de afuera.
La legislación franquista no contemplaba el derecho de asilo político, que comenzó a asegurarse a partir de la aprobación de la Constitución. En aquel tiempo, la venida de refugiados políticos (no sólo provenientes de Argentina, sino también de otros países latinoamericanos bajo regímenes dictatoriales) se benefició de la existencia de vacíos legales, de la inesperada dimensión numérica de la partida y de una normativa que prácticamente equiparaba al hispanoamericano con el español. La condición básica para permanecer tranquilos tenía que ver con eso tan propio de aquel tiempo de no meterse en política.
Apenas se asentó en Madrid, el azar quiso que en la primera vivienda que alquiló la familia para su residencia, Horacio encontrara un objeto que para los oriundos de la Pampa es mucho más que un simple recipiente: un viejo mate. La historia que le relata la propietaria de la casa, la de un trabajador republicano forzado a expatriarse tras la derrota en la Guerra Civil española, es evocadora de esos exilios de ida y vuelta, que la historia registra:
…En España me quede un tiempo largo. Alquilé una casa. Me dieron los muebles necesarios. Y encuentro un viejo amigo entre los muebles. Un mate. –“Qué hace este mate aquí”. –“Era de mi abuelo, dijo la señora, que luego de la Guerra Civil española fue a Argentina, trabajó en el campo, se acostumbró al mate y cuando estaba por morir, viejito, volvió a España con su mate. Y acá está el recuerdo del abuelo que ahora se fue para siempre. (Horacio Guarany. Introducción a “Mi viejo mate español”)
En esa misma línea de evocación del exilio transita la canción “El mundo es un pañuelo”, compuesta con su amigo, el escritor y poeta Armando Tejada, y dedicada a la estancia de Rafael Alberti en Argentina tras la Guerra Civil.
“Por allá andaba, por Europa, ¡cuándo no!, eterno caminante, Armando Tejada Gómez. Nos encontramos en el exilio. Nos abrazábamos y recordamos que, como andábamos nosotros ahora, anduvieron muchas veces los españoles o los italianos, los europeos buscando refugio en nuestra tierra. Por eso escribimos juntos que el mundo, el mundo es un pañuelo.” (Horacio Guarany. Introducción a “El mundo es un pañuelo”)
Horacio Rodríguez recuerda los complicados comienzos en España.
“Nos lleva el representante de María Dolores Pradera [Pepe Caturla], que era un productor de allá. Iban a armar una gira y empezó. Pero mi viejo se fue solo con la familia, nos fuimos todos, pero sin el conjunto. Así que allá se tuvo que armar un conjunto con argentinos… Todo el grupo eran cantantes de peña que actuaban solos. Grandes guitarristas y grandes cantores… Solo había uno que no era peñero. Y mi viejo les pagaba por actuación. Entonces ellos eran más o menos seis los que tocaban con mi viejo… En Argentina eran dos guitarras y un bombo y allá [España] pusieron tres guitarras y un bombo. Entonces se iban turnando. Los meses de junio, julio y agosto eran los meses fuertes.
…En Madrid a mi viejo lo conocían como autor, pero no como cantante. Entonces tuvo que empezar todo de cero… Pasó una vez [finales de agosto de 1975] que Iñigo (el del bigote grande que falleció hace poco), que tenía un programa [Directísimo] lo lleva porque había un argentino famoso… y le dice: “Vamos a llevar a un argentino que este acá lo conoce o no lo conoce y se lo presentamos”. Y se lo llevaron. No sé cómo fue que caímos nosotros, porque podría haber caído otro argentino… No sabíamos quién era el que estaba. Entonces cuando abren la cortina y dicen: “Acá está…” El invitado estaba enfrente, con Iñigo, sentado. Mi viejo empieza a cantar y el invitado lo ve a mi viejo y mi viejo al invitado y se va el invitado cortando, y cortan en medio la grabación. Era Juan Manuel Fangio, un gran amigo de mi padre. Te podés imaginar que en esa época Fangio abría las puertas como Maradona, como Messi, donde si vos sos amigos de ese, sos amigo del campeón. Y ahí se abrió la puerta muy grande en la parte de Televisión Española. Era un programa muy famoso y lo veía todo el país. A partir de ahí, creció, creció y creció.”
Como cualquier escritor o artista padeció la censura que operaba bajo el franquismo que, aunque fue relajándose con el paso del tiempo, no resultó eliminada definitivamente hasta el año 1977.
“No sabés lo que era con Franco… Teníamos que mandar todo el recital todas las canciones por quintuplicado, escrito a máquina; no había computadoras, y yo hacía eso… Algunas desaprobaban. Suponé qué mandabas 30 y te decían 23 y la mandaban al lugar. Vos tenías que llevar antes una copia, ellos se quedaban con dos. Y tenía que estar sellado por el Ministerio del Interior. Y ahí era muy engorroso porque era todo hecho con tiempo, no era de la noche a la mañana. Así que yo hacía quintuplicado y quintuplicado porque lo teníamos que mandar siempre. Cada actuación había que hacer lo mismo. A cada pueblo, a cada lugar había que hacer lo mismo.”
Las actuaciones se sucedieron no sólo por distintos teatros, salas y plazas españolas, sino que se alternaron con giras por diferentes países. En Madrid obtuvo notables éxitos de crítica y público en el Teatro de la Comedia (“Cantos con verdad”), en el Monumental, donde actuó junto a Mercedes Sosa, en el Bellas Artes, con Los cantores de Quilla Huasi, en el Barceló…
El cantor en Castro Urdiales
En octubre de 1977, en un momento en que las ofertas de contratación de actuaciones abundaban, Horacio Guarany tomó una decisión que a la postre resultaría decisiva para afrontar su futuro: trasladar su residencia a la localidad costera cántabra de Castro Urdiales. No están muy claras las razones que la motivaron, quizá fuera que, simplemente, como le decía en una nota a su amigo Juan Cruz “Fierro” Guillén, en diciembre de 1977: “siempre fue mi sueño vivir en el mar”. Por su parte, Horacio Rodríguez apunta:
“En verdad todavía no sé muy bien qué pasó, porque mi viejo nunca me lo contó… Uno de los integrantes del conjunto Cataldo Carmisano “Lalo”, tenía una novia, una señora, que era de Castro Urdiales y lo invitó a mi viejo. Y hablando y hablando, así fue que llegamos a Castro, culpa de ella, aunque ella no vivía allí. A mi viejo, no sé por qué se le metió.”
La familia, entonces formada por su primera mujer, Juanita “la Colorada”, y sus hijos Horacio y Virginia se instaló en un tercer piso de la Casa de Los Chelines, en la actual Plaza de la Constitución, junto a la dársena vieja, en un privilegiado mirador al Mar Cantábrico desde el que contemplaban las labores de amarre y salida a faenar de los pesqueros, así como el laboreo de las rederas o adobadoras.
“Nos contaba lo que le agrada estar en su mirador y ver llegar los botes y motoras con su pescado a bordo y contemplar a las esposas esperando ver a sus ‘marineros’ con sus cestas subiendo las escalerillas del muelle y también andar en los supermercados y la plaza del Pescado y del Mercado, viendo las lecheras con sus burros y sus carros vendiendo las hortalizas y las frutas.” [3]
Entre los exiliados se tejían otro tipo de redes: solidarias, de acogida y amistad. Si en Madrid fueron vecinos de Héctor Alterio y su familia, Castro Urdiales se convirtió durante el año y dos meses que permanecieron allí en una parada de artistas de diferentes disciplinas que disfrutaron de una cordial hospitalidad.
El carácter de Horacio facilitó que se integrara rápidamente en una de las expresiones de sociabilidad más genuina de la zona: la cuadrilla. Según nos contaba Horacio Rodríguez:
“Mi viejo tenía esos amigos, que eran cuatro o cinco. Tenía un médico que se llamaba [Benigno] Elordi, que cantaba maravillosamente. Un tipazo. Mi viejo la pasaba muy bien allá. Iba al mediodía… ¡Qué manera de comer y tomar ustedes! Comen y beben a cada rato. Mi viejo, como era el extraño, todos le festejaban lo que hacía. El médico de Bilbao y otro más que ahora no recuerdo su nombre eran sus mayores amigos. Luego estaba la gente de los bares…”
Un amigo de aquella época, Carlos Tellechea, cantautor uruguayo, de Montevideo, hoy productor y representante de artistas, añade:
“En Castro Urdiales íbamos a su casa los amigos y ahí nos reuníamos y allí hacíamos una guitarreadas… Aquí disfrutamos muchísimo, hicimos muchos asados, hicimos muchas cosas… Horacio estaba encantado de la vida que hacía en Castro porque la gente lo trataba con un gran cariño. Él salía a pasear, a caminar por Castro y todo el mundo y ya lo conocía. Lo trataban con mucho cariño. Era imposible que pasara desapercibido. Era un tío que no era muy alto, pero estaba muy fuerte, con una gran barba y con una voz muy potente… Se hacía oír y tenía una fuerza y personalidad que, indudablemente, avasallaba. Cuando aparecía él, no podía pasar desapercibido con la gente, tanto en el escenario como en la vida. Era un tipo desbordante. Una figura inolvidable.”
En los primeros meses de 1978 Horacio Guarany y su grupo estuvieron de gira por las principales ciudades de Estados Unidos y Canadá. Así mismo, en España actuaron fundamentalmente por la zona norte: Santiago de Compostela, Oviedo, Santander, en el mismo Castro Urdiales, Bilbao, San Sebastián, etc., pero la carga de trabajo fue menor que en los años anteriores.
Entre las visitas que llegaron a Castro Urdiales destacan las de otros amigos argentinos que también se vieron empujados a expatriarse, como Armando Tejada Gómez, Hamlet Lima Quintana, Enrique Llopis o Carlos Alonso. Una extraordinaria asamblea de talento y compromiso. Los dos primeros estuvieron entre los impulsores del Manifiesto del Nuevo Cancionero, movimiento de naturaleza musical y literaria surgido en Mendoza en 1963 que propugnaba la renovación de formas y contenidos de la canción popular argentina desde el respeto a sus raíces.
De estos encuentros surgen composiciones como “Rederas de Castro Urdiales”, que no llegó a ser grabada en ningún disco, y de la que únicamente figura en Internet una versión cantada por el coro Autrigon`s, “El libro del viento” o la mencionada “El mundo es un pañuelo”, con Armando Tejada.
El artista Carlos Alonso realizó un retrato de Horacio que posteriormente sería la portada de un disco y que dio pie a una pequeña anécdota, relatada por Horacio Rodríguez:
“Estuvo también un gran pintor que se llama Carlos Alonso, que tiene una tapa de un disco que se llama “Memorias del viento”, que él lo pintó. Y lo ve mi viejo y le dice -¿Por qué me hiciste tan gris? -Porque estabas gris, dice Carlos Alonso.”
Hamlet Lima y Enrique Llopis compondrán e interpretaran tiempo después “Canción para Carlos Alonso”, en la que rememoran aquella estancia que compartieron en Castro con el pintor mendocino, y que comienza
Muchas veces recuerdo Castro Urdiales,
esa breve bahía que en España
ponía verdes, amarillos, rojos,
azules a porfía en las barcas pesqueras del Cantábrico.
Allí llegué en una mañana
a la casa de Horacio Guarany
para encontrarme con Armando
y este Carlos Alonso del dibujo y el color alucinados.
Eso fue ya hace tiempo, por el 78…
Pero recuerdo, dolorido,
que Carlos hablaba de Paloma, su hija,
que integra esas listas de los que no regresan…
Por allí también pasaron y tuvieron relación otros músicos latinoamericanos afincados en aquellos momentos en Cantabria: el mencionado Carlos Tellechea, el marplatense Edgardo Islas, que fue en integrante del grupo “Las voces del Fortín 8” o Carlos Córdoba, otro cantante argentino.
Recapitulando, y tal como refiere Enrique Llopis:
“Con Horacio compartimos amistades que nos unen y momentos de dolores y alegrías, de distancias y regresos. Cómo olvidar, por ejemplo, Castro Urdiales, esa mágica bahía de pescadores en el norte español, paso obligado de todos los que andábamos recorriendo con nuestras canciones aquella geografía. Y allí, como en otros tantos sitios donde nos cruzó el destino, la solidaridad era un hecho concreto que Horacio practicaba cotidianamente.”
Pero el día a día iba pesando en el grupo familiar; en palabras de Horacio Rodríguez:
“Fue muy duro ese invierno [el del año de llegada], pero también el verano siguiente. Creo que estuvimos un año y piquito. Era un lugar de veraneo, pero se acabó el verano y se fundió el pueblo… Para mí fue un lugar muy lindo, muy distante. Pero no era lo mismo que Madrid porque habíamos perdido también la ilación, porque hay que ubicarse en el tiempo de ese lugar; Castro no es como ahora, no existían un montón de cosas… Ahí es donde él empezó una congoja. En Madrid él también sufría el exilio y todas esas cosas, pero en Castro sufrió mucho… Mi viejo se fue apagando, apagando. No era la gente que venía de Argentina siempre, todos los días. En Madrid era otra cosa, en cambio, allá en Castro fue apagándose y la añoranza se fue agigantado.”
O como evocaba el mismo Horacio Guarany:
“Caminaba en Castro Urdiales, en el puerto de Castro Urdiales, cerca de Santander, caminaba, miraba el mar, el río. Y llamaba por teléfono a cada rato. Y lloraba, no me avergüenza decir que lloraba. Y me decían: ‘no llores, cara… caramba, no llores’…” (Introducción a “Porque me has visto llorar”)
Así pues, el paso del tiempo y el mayor aislamiento que suponía vivir en el Castro Urdiales de aquellos años contribuyeron a que se agrandara la añoranza del terruño y las ansias de volver.
“Ya era demasiado. Mi vieja le dijo, yo también le dije que “Esto no da para más”. Yo salía todas las noches y mi viejo me decía “No quiero que salgas más”, pero yo decía “¿Qué querés, que me quede a llorar con ustedes?”. Él se dio cuenta. Yo añoraba a mis compañeros de colegio, a mis primos, a mis parientes. Mi viejo añoraba más y mi vieja más…Es muy difícil ser famoso y al otro día no ser nada.” (Horacio Rodríguez)
En la introducción de la canción “Con la raíz afuera”, escrita en su estancia en Castro, Horacio Guarany hace memoria de los sentimientos que albergaba por entonces:
“El hombre es como un árbol. Es un árbol más en la tierra. Y al árbol, si lo sacan afuera de la tierra, si dejan su raíz al aire, se va secando. Así me sentía yo, con la raíz afuera. Tuve miedo de secarme y un día por eso dije: “me vuelvo. Pase lo que pase”. Y volví porque temía volverme allá un árbol seco. Volví a mi tierra. Me metieron otra bomba. Pero, bueno, la vida es así: momentos lindos, momentos tristes…”
Finalmente, a principios de diciembre de 1978, la familia emprendió el viaje de vuelta. En aquellos momentos Argentina se encontraba en plena pesadilla. Habían transcurrido más de dos años y medio desde el golpe militar que hizo del terrorismo de estado y de la violación permanente de los derechos humanos sus rasgos más reconocibles. La infamia aún se prolongaría otros cinco años. En el siguiente fragmento, Horacio Guarany explica la partida de Castro y su actitud ante la vuelta.
“El 5 de diciembre del 78 me largué, con una gran osadía, a mi tierra. Volví. Me decían que no, que no había seguridad, pero yo tenía miedo de morirme de tristeza o, porque no decirlo, con una tremenda cirrosis, porque la única forma de calmar tanto dolor era mamándome con los pescadores en Castro Urdiales, el pueblito querido donde viví dos años. Pero llegué acá y no agaché la cabeza. Les dije aquí estoy, de nuevo, frente a frente, copándole a la vida su coraje. Acá está mi tiempo, de vuelta, con este poema que se lo dejé para que no se crean que venía pidiendo perdón.” (Introducción a “Frente a frente”)
En un clima generalizado de miedo y de supresión de libertades, Horacio Guarany, como otros artistas, optó por mantener un perfil bajo y actuar en pequeñas localidades del interior del país.
“Pues, de pronto, un comisario o el intendente… llegábamos al lugar de actuación y no nos dejaban actuar. Entonces “El Chúcaro”, un gran artista argentino, bailarín, le dijo a mi viejo “Vos pueblead, haced pueblos. No hagás grandes ciudades”. Y así fue, hacíamos pueblo a pueblo. Y fue muy duro, muy duro… Teníamos que tener mucha vista y cuidarnos entre nosotros, porque en cualquier momento nos podían matar.” (Horacio Rodríguez)
Hubo que esperar a finales de 1983 para que la instauración de la democracia tras la victoria electoral de la Unión Cívica Radical, encabezada por Raúl Alfonsín, propiciara, con grandes dificultades, la recuperación de la esperanza, la luz y la alegría y que el cantor pudiera plantarse con su grito.
Si se calla el cantor. Un himno contra el silencio y para mantener la esperanza
Pocas canciones, como esta de Horacio Guarany, tienen el privilegio de que su mensaje permanezca vivo durante más de cincuenta años y continúen sirviendo para lanzar una llamada de atención que nos alerte de la necesidad de cambiar el rumbo. Nacida del folclore es parte de la música popular que trasciende clases sociales y latitudes para mantener imperecedero su poder reivindicativo.
Horacio “Pueblo” Guarany la escribió en 1969 y fue de las composiciones que se les atragantaron a los “milicos” que tiranizaban en aquella época la vida de los argentinos. Por ella y algunas más, Horacio tuvo que emprender el siempre doloroso camino del exilio.
Desde su estreno no hubo marcha, protesta, encierro, manifestación o acto reivindicativo en el que no se entonara cono himno en favor de la libertad de expresión, el hermanamiento en la lucha y la esperanza de una sociedad más justa.
Popularizada por Mercedes Sosa en 1973, año en el que también tuvo su película, esta melodía ha sido entonada por una interminable lista de cantores latinoamericanos, trascendiendo además las barreras del idioma con versiones en ruso, hebreo o japonés entre otros, y es que, sin duda, es de esas canciones que llegan al corazón y ya no pueden salir nunca de él.
Contaba Horacio Guarany en una entrevista para el canal televisivo argentino “Encuentro” que escribió “Si se calla el cantor” de un tirón, de principio a fin, sin titubeos, una vez que había fijado el objetivo: denunciar la represión y el silencio que imponía el gobierno militar allá a finales de los años sesenta, años en los que se acuñó en la sociedad argentina ese acobardado consejo dicho en voz baja del “no te metás”.
El tema, además de suponer un enorme hallazgo poético, es un hito de anticipación, premonitorio de lo que iba a suceder no solo en Argentina sino en toda Latinoamérica, y resulta pionero del movimiento de canción protesta y testimonial de toda una generación de poetas y cantores comprometidos con la libertad. Horacio tuvo el privilegio de ser voz, verso y melodía que se alzó, desde muy pronto, contra el silencio impuesto y el ejercicio de la violencia.
Cincuenta años después, en 2020, el grupo Ciudad Jara ha realizado en España una versión colaborativa de “Si se calla el cantor”. Junto a una treintena de artistas de la escena musical independiente, lanzan el tema para defender al sector cultural frente a la pandemia.
Pablo Sánchez, de Ciudad Jara, se planteó el objetivo de alertar de la situación de extrema precariedad actual de la cultura, concretamente la del colectivo musical. Entre los artistas que se sumaron a la iniciativa encontramos a Amaral, Delaporte, Rayden, Sara Socas, Zoo, Antílopez, Luis y Pedro Pastor y a la cántabra Ariadna Rubio (Café Canela) que participa en la grabación desde Costa Quebrada.
El líder de Ciudad Jara explica que con esta iniciativa se pretende advertir del peligro de convertir la cultura en un lujo prescindible. Situación que ya denunció Gabriel Celaya y que cantó Paco Ibáñez entonando los versos de “La poesía es un arma cargada de futuro”, que hablaban de maldecir “la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales.”
Pero no solo las obligadas restricciones debidas a la pandemia en los ámbitos culturales han acabado convirtiéndose en una sordina para la libertad de expresión, sino que, aún más peligroso si cabe, la legislación española permite aún la aplicación de una llamada “Ley Mordaza”, que está provocando el enjuiciamiento, el exilio o la entrada en prisión de diferentes artistas y comediantes. Algo más propio de épocas pretéritas que, esas sí, deseamos dejar en el olvido.
[1] Tejada, Armando (1976): “Horacio Guarany”. Ed. Júcar. Madrid, p. 96
[2] Gracias, País. Vol. I. Canciones del Exilio. Universal Music Argentina, 2005
[3] Entrevista a Horacio Guarany en el semanario “La Ilustración de Castro”, 30/10/1977, p. 2