• Durante los últimos años del franquismo y los primeros de la Democracia el teatro independiente tuvo una presencia destacada dentro del movimiento político y cultural
  • La representación de la obra teatral La pancarta ilustra el encuentro de la cultura y la política con una orientación pedagógica

En las elecciones generales de 1977, recién iniciada la Transición, una obra de teatro apoyó la campaña de la Agrupación Electoral de Fuerzas Democráticas, candidatura progresista encabezada por Tomás González Quijano, Benito Huerta y Eduardo Obregón. La iniciativa fue fruto del acuerdo de partidos (PSOE, Izquierda Democrática, PCE…), movimientos e independientes por la circunscripción de Santander y llevó por lema “Otra política, otra gente”. Obtuvo un parlamentario.

La obra en cuestión era La Pancarta, de Jorge Díaz, puesta en escena por un joven grupo de teatro, de nombre Caroca, cuyos componentes llevaban varios años sobre las tablas con distintas denominaciones y sobre la que volveremos posteriormente de la mano de Román Calleja, partícipe directo de aquella experiencia. En esos momentos, la aparición de una serie de agrupaciones conformó un heterogéneo movimiento teatral digno de ser recordado tanto por su valor intrínseco como por su aportación consciente al proceso democrático en Cantabria.

 

La difícil acotación del movimiento teatral independiente

En situaciones en las que las libertades políticas están severamente restringidas, para desbordar los límites impuestos se recurre a los medios más diversos. Como ocurrió, en la fase final de la dictadura franquista, las artes escénicas fueron un vehículo recurrente para difundir mensajes críticos y esperanzas de libertad, si bien con frecuencia empleando mensajes no explícitos

El marco temporal que abarca este movimiento en España ocupa aproximadamente dos décadas, desde los primeros sesenta hasta el inicio de los años ochenta.

Fue con la muerte de Franco y el comienzo de la Transición, cuando el teatro independiente cobró un gran protagonismo en todo el país. Entre sus características definitorias destaca la vocación de representar un teatro para el pueblo (con una intencionalidad política marcada), sin renunciar a contenidos y utilizando frecuentemente estéticas de vanguardia, a pesar de la carencia de salas y de circuitos culturales establecidos.

Algunos de los rasgos de este complejo movimiento teatral, apuntados por el profesor Alberto Fernández Torres, fueron: la escasez de recursos, la materialidad radical de sus espectáculos, el uso diferente de los espacios escénicos, el establecimiento de relaciones directas con el público, la utilización de las diferentes lenguas del Estado, la autoorganización y el cooperativismo, la apuesta irrenunciable por la profesionalidad, el impulso de festivales y encuentros, etc.

Su propia complejidad dificulta la precisión de los márgenes temporales y, las peculiaridades regionales, su caracterización. Así, en Cantabria, el teatro independiente apareció de forma tardía, hacía 1977, de la mano de compañías como Caroca o, posteriormente, Abrego. Con anterioridad, existieron agrupaciones, alguna de las cuales podía presentar características de este movimiento, pero no se les puede considerar parte de él en toda su acepción; sí de su génesis. Con matices, podríamos estar más cerca de una concepción de teatro aficionado.

Cartel de 1975 en el que se anunciaba la actuación de dos grupos teatrales (CRAC y TIS) en el salón de actos del Colegio Ángeles Custodios de Santander.

La génesis del teatro independiente en Cantabria

Desde inicios de 1970, a los Certámenes Provinciales de Teatro convocados por la Delegación Provincial del Ministerio de Información y Turismo concurrían grupos en los que los actores aficionados median sus fuerzas con obras de diferentes formatos y temáticas, con el denominador común de la ilusión y la vocación interpretativa. Al tiempo, pubs, bares y discotecas, como La Belle Époque, el York Club o el Royal 70 albergaban el Certamen de Café Teatro, lo que revela una importante, para entonces, actividad escénica.

En 1975, el Premio Foro 75 del III Certamen Provincial de Café Teatro recayó en el Grupo CRAC del Circulo Roldán Losada, dirigido por José Antonio Domenech, con una dotación de 10.000 pts. La obra que presentaban era Asamblea General, de Pilar Enciso y Lauro Olmo, uno de los guiones más representados de la época, cuyo título es evocador de su contenido. Mariano Monedero, fundador del TIS (Teatro Independiente de Santander), ganó el premio al mejor actor. En esa misma edición participaría también el grupo ATES, embrión de lo que después sería el grupo Caroca.

En ese mismo periodo, al I Certamen de Café Teatro del Royal 70 se apuntaron seis grupos de Santander, otro indicador de la sólida afición existente en la ciudad. Otros colectivos del momento son Boheme y el Teatro Estudio de Mariano Amandi. Así pues, nos encontramos ante una actividad que se desarrollaba en espacios de la “cultura oficial” (concursos del Ministerio de Información y Turismo) y en los ambientes distendidos del “café teatro”.

 

Teatro y Transición

 Con relación al impulso teatral durante la Transición en Cantabria es preciso citar el espacio de la UIMP en Las Llamas, que fue uno de los principales referentes en la organización de actos. Igualmente, hay que reseñar la actividad del grupo cultural Cuevano, fundado en 1977 por personas relevantes de las artes y las letras del último cuarto del siglo XX, como Isaac Cuende, Rafael Gutiérrez-Colomer, Luis Miguel Malo Macaya o José Ramón Saiz Viadero. Al colectivo, que contaba con poetas, narradores, artistas plásticos, etc., se le fueron uniendo grupos musicales, como Colibrí o Ibio, y teatrales, como Caroca, convirtiéndose en un movimiento importante en aquel momento. La concepción de una cultura orientada al gran público iba acompañada de elementos como la curiosidad, la experimentación y la participación.

El grupo ATES, formado entre otros por Carlos Poncela, Rafael Ramos de Castro, Roberto Pérez Gallegos, Román Calleja, Margarita Poo Puig y Julio Ganzo, obtuvo éxitos tanto dentro como fuera de Cantabria. Alguno de ellos vino acompañado de polémica y presiones de sectores políticos poco amantes de la libertad de expresión de los demás, como la puesta en escena del Retablillo de Don Cristóbal de Federico García Lorca.

La búsqueda de un proyecto más estable, dentro de lo que constituye una vía de profesionalización, llevó a algunos miembros de ATES (Carlos Poncela, Julio Ganzo y Román Calleja) a fundar, en 1977, Caroca. Pronto se incorporaron Belén Fernández, Gonzalo San Miguel, Ángel Oria y Felipe Ibáñez, con lo que el grupo fue completando su plantel. Las primeras obras que representaron fueron La Pancarta o Está estrictamente prohibido todo lo que no es obligatorio (1970), del chileno Jorge Díaz, seguida por ¿Conoce Usted la Vía Láctea? (1955), de Karl Wittlinger, y la producción propia para público infantil Mambrú se fue a la luna (1978).

 Román Calleja (Sobarzo, 1953), director y actor, es uno de los principales impulsores del teatro independiente en Cantabria. Miembro de ATES y cofundador del grupo Caroca. Su actividad teatral comenzó en los años setenta. A través de su testimonio conocemos la intrahistoria de este movimiento en nuestra región.

“El teatro sirvió de cuna a mucha gente para acercarse a la política. En aquellos años había un movimiento en la Universidad en Cantabria a la que venían grupos como Tábano, Teatro Libre, Test 78, Esperpento de Sevilla, etc. y personajes como Alonso de Santos, Rafael Álvarez “El Brujo”, Margallo… La universidad era el vínculo donde todos estábamos y nos reuníamos alrededor de una obra de teatro.

En Santander hubo un movimiento en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, centrado en el Paraninfo de las Llamas. Se hacían una serie de recitales. Entre los organizadores estaban José Ramón Saiz Viadero, Francisco Javier López Marcano… Vinieron Luis Llach, Pla, Pi de la Serra, Raimon, El Lebrijano… Eran 14 o 15 actuaciones al año. Eran auténticos encuentros con la cultura y con la política. Recuerdo algunos desalojos que nos hicieron. Si el Paraninfo era para 400 y pico igual entrábamos 800 personas, los pasillos estaban llenos de gente. Se convertía en algo que trascendía al teatro, a la canción o al cine. Era la reivindicación de un momento importante en el que se reunía la gente para reivindicar y compartir algo más.

El teatro independiente era vida. Formaba parte de la vida y todo eso era la vida que entonces teníamos. El cambio de una dictadura a una democracia, las ansias de libertad, las ganas de trabajar en la cultura, de hacer algo por los demás, de disfrutar de todo aquello, de aprender.

El teatro independiente formaba parte del gran cambio que dio España. Recuerdo la obra “Galileo Galilei” que se representaba en Las Llamas; al final todos tuvimos que salir zumbando porque venían los grises. Todavía no entiendo qué tenía la obra para que vinieran los grises. Pero qué pasaba, que era una reunión de todas las personas que tenían una ilusión de que aquello cambiara en España. Y eso fue lo más importante. Entonces había una posición ética ante las cosas, no hacías una obra por hacerla. No salías al escenario a contar algo que no llevara sangre, que no llevara vida. Éramos más inocentes que la puñeta, pero siempre había un subtexto. El subtexto sí era importante.

El teatro estaba dividido en dos, el teatro comercial al uso, con actores y compañías muy conocidas, con temporada en el Cinema y luego en el Coliseum durante el verano, que venían de Madrid. En el teatro independiente se estaba haciendo aquello que no se hacía en el teatro comercial. El teatro comercial se basa en dos características fundamentales, o un texto que venda o unos actores que vendan; porque el director no ha vendido nunca, eso es para los del teatro, para los que nos gusta el teatro, pero el público general conoce a los que salen en la televisión.

En el teatro comercial, muchas de las obras venían con el Régimen, Alfonso Paso y todos estos… Quería decir lo que querían decir. Por eso el teatro independiente tuvo repercusión en la sociedad, porque decía lo que el teatro comercial no quería decir.”

Dos actores del grupo Caroca durante el ensayo la obra “Tri-poder” de Isaac Cuende.

La Pancarta y la campaña electoral de 1977

La relación entre cultura y política fue estrecha durante esos años, como respuesta a décadas de falta de libertades. Una parte importante del mundo de la cultura y por supuesto del teatro se comprometió firmemente con los valores democráticos apostando por un cambio político y social en España.  Es lo que transmite Román Calleja:

“Toda la izquierda se juntó en un bloque para apoyar tres senadores: la candidatura de izquierdas. Al mismo tiempo se buscó que sirviera pedagógicamente como una introducción para explicar lo que era la izquierda, lo que perseguía la izquierda. Hacíamos la representación, duraba unos 50 minutos aproximadamente y después venía un coloquio. Allí estaban Churiaque, Isabel Tejerina (después muy relacionada con el teatro en la Universidad), había más gente del Partido de los Trabajadores (PT). Estaba Antonio Montesinos, que era de la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT).

Éramos todos del mismo equipo e íbamos a los barrios. Se terminaba la función y se abría un coloquio con los espectadores. Hicimos toda la campaña por los barrios (Barrio Pesquero, San Francisco, Campogiro), también Maliaño. Para nosotros aquello fue muy importante. Aquellos momentos fueron inolvidables. Se vivían con una intensidad enorme. Éramos conscientes de que nos estábamos jugando algo. Detrás iba una serie de gente que eran los políticos de izquierdas de aquel entonces. Apoyando siempre a aquellos tres senadores. Había un encuentro.

La recepción en los barrios fue maravillosa. En alguno tuvimos problemas y tuvimos que salir por pies, porque la ultraderecha hizo acto de aparición. Cogíamos los bártulos y salíamos con la furgoneta. En Maliaño tuvimos algún problema.

Yo hacía la presentación después de actuar: “Muchísimas gracias por estar aquí. Queremos presentaros a una serie de gente, compañeros nuestros que van a explicaros lo que es la izquierda. Sabemos que muchos de vosotros tenéis reparos en que será la izquierda…” A partir de ahí yo me quedaba en un lateral.

Se hablaba. Eran unos coloquios que duraban mucho más que la obra de teatro. Antonio Montesinos lo explicaba muy bien; metía mucha anécdota, contaba muchas cosas… llegaba muy bien a la gente. Alguna vez vino también José Luis Muiños (sacerdote), también Isidro Cicero. En el Barrio Pesquero estuvo Alberto Pico.

Tuvo mucha relevancia a nivel social. Comunicarte con la gente. Saber qué es lo que piensan. Eran gente de barrio, del pueblo. Muchas veces nos reíamos y decíamos; “Qué miedo hay a todo esto”.

Las ansias de libertad quizá nunca hayan conseguido aunar tanto al teatro y la política como en aquella campaña. Con la consolidación del juego electoral, la trayectoria de los partidos políticos y del teatro independiente corrieron por sendas divergentes. Mientras los teatreros intentaban consolidar grupos estables con el horizonte de la profesionalización (que abordaremos en un próximo documento del mes), los partidos se lanzaron a la conquista de las instituciones recién estrenadas.