La pesca como medio de vida
Durante siglos, muchos de los habitantes de la costa de nuestra región han encontrado en el mar no solo una forma de vida sino también una cultura común que se extiende por todo el Cantábrico. Desde Burela hasta San Juan de Luz, las distintas costeras han marcado la vida cotidiana y las faenas en tierra de los trabajadores de la mar. La reparación de las redes, la preparación del cebo, la puesta a punto de las embarcaciones en los astilleros, el trabajo en las fábricas de conservas, etc. son entre otras muchas las obligaciones y tareas que han llevado y llevan a cabo los hombres y mujeres ligados a la pesca en las villas de la costa.
Las duras condiciones laborales, el establecimiento de cuotas en las capturas y una política en la que los pueblos marineros forman parte del paquete vacacional de sol y playa, pueden ser algunas de las razones que ayudan a explicar el declive de este sector desde los años 60 del siglo pasado. Así y todo, las pesquerías y sus gentes constituyen una parte importantísima de la realidad de nuestra región y por este motivo Desmemoriados quiere con este artículo acercarse a sus protagonistas, centrándose en testimonios orales recogidos en Castro-Urdiales, Santander, Santoña y Laredo.
Históricamente la tradición familiar, la cercanía a los armadores y el haber crecido entre aparejos era la principal razón por la que los chavalucos del barrio se enrolaban en los pesqueros siendo adolescentes, dando comienzo a una vida marcada por las mareas a bordo de barcos donde podían juntarse hasta más de 20 marineros que compartían trabajo y sollado durante semanas, estando siempre sujetos al estado de la mar y al volumen de las capturas. Pese a estas condiciones laborales tan duras, todos los entrevistados dicen que la vida a bordo era bastante sociable.
En cuanto a las condiciones económicas del marinero se establecía de la siguiente manera: el “monte” o beneficio final conseguido por la pesca se repartía en distintos lotes, denominados soldadas, teniendo cada tripulante estipulado con su armador las partes que le correspondían sobre el monto final; este era su sueldo que, una vez entregado en casa, era administrado por su mujer y por eso hablan de la existencia de un “matriarcado” doméstico, aunque había una muy pequeña porción que se entregaba directamente al pescador para su tabaco, su chiquiteo o sus cafés y eran los denominados amusquis que escapaban al control familiar.
En cuanto los gastos a bordo, la empresa pagaba el combustible, los víveres eran comprados por la tripulación y la cotización a la Seguridad Social salía en parte del bolsillo del pescador y en parte de los gastos generales del buque.
Otro aspecto a destacar, era la relación con otros puertos cantábricos donde podían entrar de arribada, búsqueda de un refugio seguro frente al temporal marítimo, o para descargar y subastar la pesca en otra lonja. Es opinión unánime que la flota vasca gozaba de mejores condiciones tecnológicas que la cántabra y que incluso la consideración social de los “arrantzales” (pescadores en euskera) era más alta en el País Vasco que en Cantabria, pero en general la relación con otros barcos de la flota pesquera siempre ha sido cercana y fructífera.
En los últimos tiempos, el número de barcos se ha reducido considerablemente y son menos los jóvenes dispuestos a embarcarse pese a la mejora de las condiciones de habitabilidad de los pesqueros, la utilización de modernos sistemas de localización de bancos de pesca y el uso de medios de seguridad impensables hace 40 años. La carencia de jóvenes se está solventando, principalmente, con la contratación de pescadores senegaleses y peruanos por parte de los armadores. Estos eran y son esenciales para el mantenimiento de un barco y sus responsabilidades son múltiples: contar con una tripulación apropiada, disponer de los permisos necesarios, garantizar que el buque esté operativo y en muchos casos ejercer como patrones en el propio barco. Estos son los armadores de mar, nacidos y crecidos en ambientes marineros y diferentes de los armadores de tierra con una formación, generalmente más empresarial.
El papel de las mujeres no se limita al hogar; su trabajo en las fábricas de conservas o como rederas es fundamental, copando absolutamente estos puestos de trabajo salvo en los niveles directivos que en su mayoría siguen siendo masculinos.
Cuando las primeras factorías procedentes de Italia se instalan en nuestra costa, la mano de obra femenina va a ser la fuerza motriz de las mismas. Su labor de limpieza y descabezamiento en jornadas de diez horas diarias, de lunes a sábado y sobre un suelo de hormigón sin poder moverse de su sitio, eran las durísimas condiciones laborales en las que llevaban a cabo su trabajo. Afortunadamente, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX las circunstancias han ido mejorando, los horarios se van reduciendo, la jornada partida se consolida y en algunas conserveras se van creando espacios para que los hijos pequeños de las obreras puedan estar cerca de sus madres. Hay que tener en cuenta que muchas de las parejas de estas obreras faenaban a bordo de los pesqueros y que en las fábricas podían trabajar madre e hijas. Pese a su mejora en el ámbito laboral, recientemente hemos podido ver las movilizaciones llevadas a cabo por las trabajadoras pidiendo mejores condiciones salariales.
En cuanto a las rederas, podemos señalar que es un oficio tan tradicional como necesario, desempeñado por mujeres que lo aprenden de sus madres y abuelas y centradas en las artes de cerco. Su misión es esencial para los pesqueros que faenan en las costeras por lo que es una labor sujeta a una gran temporalidad y que exige un importante esfuerzo físico donde las lesiones de espalda y cuello son frecuentes. Laboralmente cotizan como autónomas, y al igual que los hombres de la mar luchan para que la Seguridad Social las reconozca un coeficiente reductor que las permita jubilarse antes. Actualmente están agrupadas en una asociación que abarca todo el Cantábrico y que entre sus fines está el enseñar esta difícil profesión las nuevas generaciones y evitar su desaparición.
Para finalizar, hay que citar a las Cofradías que con más de seis siglos de historia se formaron como entidades de economía social que organizaban y ordenaban el oficio, controlaban las capturas y los períodos de pesca de bajura, artesanal y marisqueo teniendo también funciones jurisdiccionales y de asistencia social, especialmente a las mujeres en caso de viudedad y a los huérfanos. Su estructura era piramidal y compuesta por hombres. En Cantabria su presencia en Castro, Laredo, Santoña, Santander y San Vicente de la Barquera ha tenido mucha importancia. En la legislación actual se definen como corporaciones de derecho público que representan los intereses económicos de armadores y trabajadores.
Y por último, queremos agradecer a Magdalena Brígido, Vicente Fresnedo, Javier Garay, Carmen Ochoa, Dolores Puente, Margarita Serna y al restaurante El Marinero de la villa de Castro -Urdiales su colaboración con Desmemoriados para la realización de este artículo.
*Foto 1: Barcos pesqueros atracados en el puerto de Castro Urdiales en 1958. Colección Miguel Gutiérrez Cuétara Sáez.