Cantabria cuenta con un impresionante patrimonio histórico y artístico que sufre en gran medida la desidia y el abandono de las distintas administraciones e incluso de la Diócesis de Santander
Hace unos años el Gobierno cántabro eligió el lema ‘Cantabria infinita’ para fomentar el turismo en nuestra comunidad. No cabe duda de que fue un éxito y se popularizó de manera casi inmediata utilizándolo como reclamo en FITUR, en la cartelería presente en carreteras y aeropuertos y hasta en la mismísima Feria del Libro del Retiro madrileño. Con él se intentaba identificar nuestra comunidad autónoma con grandes paisajes, playas de arena fina y un clima templado frente a las olas de calor que azotaban y azotan el sur peninsular.
Junto a esta naturaleza extraordinaria, Cantabria cuenta con un impresionante patrimonio histórico y artístico que, como queremos poner de manifiesto, sufre en gran medida la desidia y el abandono de las distintas administraciones e incluso de la Diócesis de Santander.
Si hay un ejemplo paradigmático de lo que estamos hablando, la capital de nuestra comunidad autónoma se lleva la palma. Santander es, sin lugar a dudas, la capital del norte de España que más ha despreciado su pasado y menos ha hecho por conservarlo, refugiada siempre tras los daños causados por la explosión del ‘Cabo Machichaco’ o el incendio de febrero de 1941.
Ciudad gobernada desde las primeras elecciones municipales democráticas en 1979 por partidos de centro y de derechas, ha visto convertido su paisaje urbano en una amalgama de despropósitos, siempre en torno al tópico de poseer la “bahía más bonita del mundo”.
La ciudad que pretenciosamente titularon como “Atenas del norte” en la década de los 50-60 del siglo pasado se permite, entre otras cosas, dejar que un auténtico tesoro bibliográfico legado a la ciudad por Marcelino Menéndez Pelayo permanezca cerrado a cal y canto desde hace años y en un ignoto estado de conservación después de un incendio que todavía a día de hoy sigue sin aclararse sus orígenes y sus consecuencias. Dicho fuego también afectó al Museo de Arte santanderino cuyo edificio se ha restaurado recientemente aunque su fondo permanezca casi invariable desde hace tiempo.
Otro ejemplo de la “eficacia” del grupo municipal que dirige la ciudad lo encontramos en una zona tan emblemática como El Sardinero, donde al desarrollo urbanístico incontrolado desde 1960 se une la mal llamada “reforma” de la plaza de Italia, plaza del Pañuelo hasta la victoria franquista, donde se ha roto el conjunto urbano que formaba junto al Casino con el pretexto de realizar unas obras que pusieran fin a las habituales inundaciones que sufre la zona.
Pero si algún lugar da muestras de un absoluto abandono lo constituyan las calles del viejo Cabildo, último vestigio perediano de la ciudad. Situado frente al Ayuntamiento, su estado abochorna a cualquier ciudadano con un mínimo de sensibilidad al respecto. Pese a las numerosas promesas realizadas a sus ya escasos habitantes, la situación no ha variado un ápice, posiblemente en espera de algún grupo inmobiliario que pueda construir en una zona tan privilegiada con el visto bueno de los poderes fácticos de la capital.

Solar en el barrio del Cabildo de Santander
Estos pocos ejemplos contrastan con la eficacia y rapidez con las que gestiona las obras el Partido Popular cuando las obras son patrocinadas por entidades conocidas por todos los cántabros.
Hablar solo de esta ciudad ocuparía un espacio lo suficientemente extenso como para llenar un denso volumen pero, por desgracia, en el resto de la comunidad nos encontramos con muchos casos similares como se pueden consultar en la Lista Roja que elabora la asociación Hispania Nostra.
El abandono no se centra en un punto sino que se extiende de este a oeste y de norte a sur. Son testigos de ello la ermita de San Juan de Socueva, en la cuenca del Asón, las pinturas del Lazareto de Abaño en San Vicente de la Barquera, el ya citado caso de Santander o el daño de restos protohistóricos en Valdeolea, por ejemplo.

Estado actual del Lazareto de Abaño.
Hasta ahora estamos citando edificios o espacios públicos, pero otro punto preocupante lo encontramos en el deterioro que sufre y puede sufrir la enorme riqueza subterránea de Cantabria. Nuestra comunidad cuenta con más de 10.000 cuevas y se calcula que al menos un 10% de ellas tienen interés histórico y posiblemente al menos 100 de ellas contengan arte rupestre y en gran número, carecen de un mínimo de protección poniendo en peligro tanto su interés geológico como prehistórico.
¿Cómo es posible que suceda esto? La respuesta es compleja porque somos muchos los responsables, pero sin duda la mayor responsabilidad recae en la administración autonómica y en la municipal agravada en muchas ocasiones por los intereses particulares, por el desconocimiento ciudadano y por el desprecio hacia lo público.
La principal responsabilidad recaería en la Consejería de Cultura. Sirva como ejemplo la paralización que sufrió la publicación del catálogo monumental de Cantabria que iba a constar de siete volúmenes y solo se publicaron los tres primeros. Sin embargo, nos consta que había documentación recogida por profesores de la Universidad de Cantabria para haber podido continuar con la labor de dar a conocer toda la riqueza artística inventariada, parece ser que razones políticas fueron la causa de su paralización.
Otro de los problemas a tener en cuenta es la atomización en distintas sociedades regionales como es el caso de Cantur o la Sociedad Regional de Educación, Cultura y Deporte, creadas para fomentar el turismo y la cultura pero cuyo fin parece más cercano a satisfacer intereses políticos.
a administración municipal y sus concejalías de Cultura han ayudado en muchos casos a acercar a la ciudadanía los valores de sus pueblos y ciudades contando con fondos muy escasos para desarrollar esta función, pero también es cierto que en algunos casos han priorizado otros intereses.
Por último, hay que señalar que la ciudadanía, con nuestra actitud y nuestro voto, somos corresponsables de cuidar, respetar y divulgar la riqueza de un patrimonio que no nos pertenece, pero tenemos la obligación de respetar y hacerlo respetar.