El Partido Popular mantiene en la alcaldía de Santander una hegemonía sólo comparable con la del PNV en Bilbao.

Más allá de cualquier análisis, los resultados de las elecciones municipales de Santander suponen una singularidad dentro del conjunto de las capitales españolas.

Nos preguntábamos en un artículo anterior si la ciudad de Santander es un feudo electoral de la derecha. Para obtener una respuesta realizábamos un recorrido a partir de los distintos comicios que se desarrollaron a lo largo del siglo XX. En esta ocasión tratamos de profundizar en lo que se viene conociendo como la excepción santanderina, centrándonos para ello en las elecciones municipales y autonómicas que se han celebrado en el último cuarto del siglo XX y en lo que llevamos del siglo XXI.

A nadie que siga la evolución política en Cantabria se le escapa que la derecha regional y, sobre todo, la de su capital es la opción preferida por la ciudadanía e incluso hegemónica a la hora de gobernar las instituciones autonómicas y el Ayuntamiento de Santander. Esto viene sucediendo, con pequeños y pasajeros altibajos, a lo largo de los últimos 45 años. Los intentos de la izquierda por erosionar esta situación se han estrellado una y otra vez contra una realidad rocosa que muchas veces parece incomprensible desde la lógica más canónica, por lo que, tal vez, habría que buscar las causas de este fenómeno empleando un enfoque más abierto.

Conviene, por tanto, plantear algunas preguntas que contribuyan a la reflexión y, acaso, esbozar posibilidades o hipótesis que puedan explicar un comportamiento reiterado que nos hace un espacio distinto, electoralmente hablando, dentro de España, al menos en las últimas décadas de democracia, sin que, aparentemente, ningún acontecimiento social o económico haga demasiada mella en él.

Si desde lo objetivo no resulta posible identificar las causas de esta recurrencia, habrá que buscar, tal vez, en el nebuloso espacio donde se mezclan creencias, sensaciones y pareceres. Es nuevamente desde la memoria colectiva, ese espacio común donde se forjan mitos y se adaptan realidades compartidas y aceptadas por la mayoría desde donde podemos encontrar algunas respuestas.

De entrada, ni Cantabria ni Santander son tan distintas social o económicamente a otras partes de España mucho más abiertas al cambio y, sin embargo, el viento político, que unas veces es brisa y otras huracán, apunta siempre en la misma dirección.

Un somero análisis de la evolución electoral desde 1979 en lo que se refiere a las municipales de Santander y, a partir de 1983, al Parlamento de Cantabria muestra, con carácter general y en ambos casos, la primacía del voto de la derecha sobre el de la izquierda.

En el caso de las elecciones autonómicas, el porcentaje de voto agrupado de los partidos del espectro que comprende la derecha y la ultraderecha, en los que incluimos desde el PP con sus diferentes nombres (Coalición Popular, Alianza Popular o Partido Popular), hasta la Unión para el Progreso de Cantabria y Vox, todos ellos presentes o ausentes en diferentes momentos durante este periodo, presenta un rango que oscila entre la cercanía al 50% en las elecciones de 1991 y 1995 (con la escisión de la UPCA encabezada por Juan Hormaechea) y el 29,1% de 2019 como resultado mínimo. En todas las contiendas excepto en dos (2015 y 2019) ha superado el umbral del 40% del voto emitido. Coinciden estos mínimos con el deterioro a nivel estatal de la imagen de los populares motivado por la denuncia de numerosos casos de corrupción. Con todo, sólo en 2019 fue superado por el PRC, momento en el que a sus flancos obtuvieron representación dos partidos como Vox y Ciudadanos y, además, coincide con el apogeo mediático de la figura de Miguel Ángel Revilla dentro y fuera Cantabria.

El arco de la izquierda: PSOE y PCE, IU, Podemos, según la ocasión, ha obtenido porcentajes mucho más discretos, alcanzando su mejor resultado en 1983 con un 42,61% y el peor en mayo de 2023, con el 24,71%. Únicamente ha superado el 40% en un par de ocasiones: 1983 (las primeras elecciones a la entonces Asamblea de Cantabria) y 1991, año este último en que el PSOE logró ser el partido más votado, tras el citado proceso de crisis en la derecha cántabra. Las elecciones de 2011 fueron la última ocasión en que la izquierda superó el 30% de voto.

Por su parte, el PRC ha sido la formación que ha registrado un mayor crecimiento electoral, puesto que ha pasado de no alcanzar al 7% en 1983 y 1991 a superar el 37% en 2019, año en el que fue el partido más votado. A la dinámica propia, en la que la figura política de Miguel Ángel Revilla constituye su principal capital político, hay que añadir que juega un papel de partido refugio para votantes de distinto signo descontentos con las formaciones nacionales, desarrollando así una función de vaso comunicante. Ha compartido gobierno primero con el PP y posteriormente con el PSOE.

Otros partidos que han obtenido representación parlamentaria han sido el CDS (Centro Democrático y Social) en 1987 y Ciudadanos en 2015 y 2019. Aunque su electorado pudiera encontrarse en un espacio político centrista, el papel político más relevante desarrollado ha sido el de sostén de los gobiernos populares cuando este ha sido preciso.

Pegatina electoral de Manuel Huerta a la Alcaldía de Santander en 1991.

Pegatina electoral de Manuel Huerta a la Alcaldía de Santander en 1991. Desmemoriados

En el caso de Santander la hegemonía de la derecha resulta aún más nítida. De hecho, sigue siendo la única capital de provincia, junto a Bilbao, cuyo ayuntamiento nunca ha cambiado de signo político en el periodo constitucional vigente.

Como bloque político la derecha se ha movido en porcentajes elevados: nunca ha obtenido menos del 40% del voto y en 9 ocasiones de las 12 elecciones que han tenido lugar han superado el 45%. Las cuatro oportunidades en las que su acceso a la alcaldía se vio comprometido por no alcanzar mayoría absoluta (1979, 1987, 2015 y 2019) supieron resolverlas bien por la vía de la inhibición de partidos como el PRC (1979 y 1987), CDS (1987) o Ciudadanos (2015) a la hora de propiciar un cambio, bien dando entrada al equipo de gobierno a uno de ellos, Ciudadanos, en 2019.

La izquierda, al contrario, nunca ha rebasado el umbral del 40% y su tendencia es descendente. Su mejor resultado se remonta a 1979 y desde 2003 no ha alcanzado el 30%. El PSOE, la fuerza progresista más representativa, no obtiene un porcentaje superior al 25% desde 2007.

El PRC se ha consolidado en el siglo XX como una fuerza electoral cuyos resultados oscilan entre el 10 y el 20%, dependiendo con frecuencia del efecto arrastre de las siglas que ejerce el partido a nivel regional. En solo dos contiendas el PRC no ha alcanzado el 5% mínimo que posibilita la obtención de concejales:1983 y 1991. En ambas ocasiones tal resultado vino tras la negativa a propiciar el cambio político en la alcaldía en el periodo precedente (1979 y 1987). Especial remembranza tiene el voto del PRC después de las primeras elecciones democráticas, que consolido en la alcaldía a Juan Hormaechea; el PRC tuvo en sus manos el papel histórico de haber hecho posible el cambio y optó, votándose a sí mismo, por la continuidad de un alcalde que provenía del franquismo.

En tiempos más recientes, Ciudadanos, con porcentajes que superaron el 8% ha contribuido igualmente a mantener el gobierno de la ciudad en manos de la derecha tradicional, primero con su abstención y en los siguientes comicios entrando a formar parte del gobierno municipal. La política de pactos con el PP desplegada a escala estatal volvió a dejar a Santander en manos de los mismos que la han gobernado ininterrumpidamente desde 1979 (y antes).

Así pues, a nivel regional se ha producido relevo político entre gobiernos encabezados por el PP y el PRC. Estos partidos han pugnado desplazándose del poder en unas ocasiones y repartiéndoselo en otras, con el PP como nítido vencedor. Hay que resaltar que ambas formaciones han tenido episodios de hiperliderazgo que les han hecho auparse especialmente y traspasar los marcos establecidos entre territorios (rural-urbano): Hormaechea en los comienzos de la Autonomía y Revilla más recientemente. Este fenómeno, aunque no es exclusivo de nuestra región, sí que se ha tenido especial relevancia.

A la hora de abordar el caso de Santander, algún autor, como Javier Merino, sostiene que la razón de la hegemonía de la derecha hay que buscarla también en la izquierda y su imposibilidad de ofrecer una alternativa regional atractiva al electorado, dada la abundancia de crisis internas, liderazgos débiles e incoherencias programáticas. Por su parte, Saiz Viadero apunta al papel que ha desempeñado la prensa regional, centrando su foco de atención en las figuras políticas hegemónicas del momento, sea para alabarlas o censurarlas, junto a otras cuestiones omnipresentes entre los partidos de izquierda y sus votantes. Estos análisis se centran en la dificultad de construir alternativas, pero no abordan las razones del sistemático triunfo de la derecha. Es en este punto donde podemos acudir a posibles explicaciones del ámbito sociológico y cultural para encontrar otras pistas del porqué del voto ciudadano.

Santander, a pesar de tener importantes problemas en cuanto al modelo de ciudad, con un Plan General de Ordenación Urbana tumbado en los tribunales, una deficiente gestión de los servicios públicos, como se manifiesta en el persistente problema de las basuras, las carencias del transporte público (con un intento de implantar un modelo alternativo que fue rechazado por los usuarios) o las instituciones culturales más emblemáticas al albur del fuego o el agua, por ejemplo, no censura a sus dirigentes políticos sino más bien lo contrario. En cualquier otro lugar el fracaso de tales proyectos hubiera sido castigado en las urnas, independientemente del partido que los hubiera cometido, pero no aquí. Además de que, como apunta Javier Merino, “tampoco cabe atribuir a la derecha una brillantez especial en sus liderazgos”.

La economía, que podría ser un factor explicativo del comportamiento electoral, no aporta respuestas categóricas. Las estadísticas regionales no son especialmente boyantes. Por poner dos ejemplos que tienen mucho que ver con el nivel de vida de los ciudadanos, el salario medio bruto por habitante en Cantabria en 12 pagas fue en 2022 de 2.059,7 € frente a 2.086,8 € de España, estando ligeramente por debajo de la media nacional. La renta disponible per cápita en España fue de 15.817 € frente a los 15.919 € en Cantabria, aquí algo por encima de la media, sin embargo, nada reseñable. Tampoco hay otros indicadores donde Cantabria destaque especialmente para bien, y la mayoría están alrededor de un discreto término medio. Los ítems aplicados a la capital autonómica mejoran en algunos aspectos respecto al total regional, pero ni Santander ni ningún otro municipio cántabro despuntan entre los más ricos de España.

Por lo tanto, el contraste entre la realidad objetiva de los datos y la realidad con mayúsculas, la sentida, manifiesta una disonancia aparentemente inexplicable. Parecería lógico que, en general, los cántabros respondiéramos con las mismas lógicas que el resto de los ciudadanos de otros lugares de España de similar renta y con similares características demográficas.

Hay que concluir que, si no es la economía ni la gestión de los servicios públicos los factores que influyen tenazmente en el comportamiento electoral de los cántabros en general y santanderinos en particular, serán otros temas menos evidentes que deberán ser estudiados teniendo en cuenta las particularidades de nuestra ciudadanía.

La relación compleja entre lo rural y lo urbano presente en una región en la que lo agrario ha tenido un peso cualitativo notable ha propiciado la pervivencia de un pensamiento tradicional, incluso en muchas zonas con una actividad industrial importante, con el recuerdo benévolo del paternalismo empresarial que en su momento condicionó, en muchos casos, el nacimiento de un proletariado moderno, junto a un modelo prolífico de pluriactividad familiar (el obrero mixto) asociado a planteamientos individualistas, menos reivindicativos.

Los años ochenta del pasado siglo supusieron un cambio acelerado y profundo en la configuración económica del territorio. Un proceso de terciarización de la economía asociado al desmantelamiento industrial y la desaparición de explotaciones ganaderas dio pie a cambios en la dinámica demográfica y social que hoy son plenamente perceptibles: envejecimiento de la población y caída sostenida en el número de habitantes, con un sobredimensionamiento del empleado público propio de cualquier capital de provincia que, en el caso de Santander, se vio incrementado con el desarrollo de la maquinaria administrativa autonómica.

En el caso de Santander lo simbólico pesa especialmente. Es manifiesto el intento de difusión de una narrativa melancólica que sitúa el cénit del esplendor urbano en las primeras décadas del siglo XX, arrastrando un discurso donde lo acaecido posteriormente es parte de la decadencia impulsan la incesante referencia a un pasado tan feliz como inexistente, lleno de visitas reales, actividades de ocio elitista, tertulias literarias, personajes ilustres, relaciones con lo mejor de una Europa en su apogeo y baños de ola que ha ocultado a los ojos de todos una realidad del común mucho menos glamurosa.

Esa imagen proyectada, por y al servicio de las élites locales, con sus valores asociados, se ha asumido acríticamente; fiestas de verano, mercadillos de época, etc. nos lo recuerdan periódicamente. No es desdeñable, quizá, en este proceso, el papel de la inmigración que en importante número llenó los barrios de Santander proveniente sobre todo de las provincias limítrofes, con una mentalidad tremendamente tradicional que prendió y se afirmó en un terreno especialmente fértil. Del movimiento vecinal de los años setenta queda un vago recuerdo y algún hito perdido. Esa dinámica social ha sido reconducida por el Partido Popular hacia una interlocución relacionada con la demanda de servicios.

El voto en Cantabria y sobre todo en Santander es especialmente aspiracional. No somos como ellos, pero desde luego nos gustaría serlo; se añora un modelo de vida que ni siquiera es el que hoy viven las clases altas de la ciudad. En definitiva, nos señala, tal vez, una sociedad que ha llegado al presente sin agotar etapas intermedias y que ve en el voto una forma de manifestar no sólo unas preferencias políticas sino unas formas de ser y de presentarse de cara a los demás. El gran mérito del Partido Popular de Santander ha sido identificar esos valores de ciudad con su marca como partido.

En esta línea, el comportamiento electoral no es más que una manifestación pública del éxito de una narrativa compartida por una mayoría, elaborada por una burguesía que ha visto, claramente, la oportunidad estratégica de mantener sus intereses más elevados y el poder político a través de ella, utilizando la identidad y el deseo como forma de control social.