La toma de decisiones que afectan directamente al territorio tiene lugar cada vez a más kilómetros de distancia
Procesos y dinámicas tan actuales no son sino viejas fórmulas de una misma forma de hacer las cosas
Desde hace relativamente escaso tiempo venimos hablando de electricidad entre la ciudadanía de a pie. Más bien de su precio. Por extensión, también hablamos del precio de la gasolina, la calefacción, el agua caliente, el gas, etc.: hablamos del coste de la energía en nuestras vidas. La tele dice en nuestras economías. Y es que pocos de nosotros podríamos pensar una vida sin electricidad, sin energía. Pocos son capaces de imaginar una vida sin acceso a ella. Aunque como siempre, el acceso a la energía sigue siendo un elemento más a sumar en la brecha que separa, y crece sin fin aparente, a los que pueden acceder a ella y a los que no.
Es una evidencia que el consumo de energía durante el siglo XX se disparó. Las fuentes tradicionales para su obtención se han ido sustituyendo progresivamente: animales, agua, madera, carbón, petróleo, gas, fisión… También es una evidencia contrastada cómo el control de todos estos procesos está concentrado en muy pocas manos. La ahora inminente y muy necesaria “transición energética” es solo “otra más” en este devenir humano, aunque en esta ocasión está más en los telediarios. Es un cambio buscado por obligación, que se convierte en un nuevo escenario de control de los procesos que generan, transportan, o distribuyen la energía. Y la energía decíamos que es parte indisoluble de nuestras vidas. Pero no vamos a hablar de energía en el sentido amplio del término. No queremos colaborar con la extendida tendencia a confundir, como si fueran lo mismo, energía y electricidad. Vamos a centrarnos en la electricidad, foco de actualidad, y cómo penetró en un extremo del territorio que habitamos: el Oriente de Cantabria.
La electricidad es una característica esencial de nuestra época: la Era de la Electricidad, dice Capel. Cómo ha transformado el territorio, nuestras vidas, la economía, convirtiéndose durante décadas en sinónimo de modernidad, es algo indiscutible. Desde finales del XIX la iluminación urbana, por ejemplo, y especialmente si era eléctrica, definía esa modernidad en los núcleos de población que podían permitírselo. La necesidad y complejidad de producirla, la tecnificación para poder transportarla hasta donde se demandaba, el precio y el acceso a la misma han sido moduladores de la realidad del XX, enmascarada en la revolución/tecnificación industrial y los procesos socioeconómicos que la acompañaron y que hoy siguen vivos entre nosotros en casi todos sus aspectos. El acceso a una energía barata e inagotable (o más bien infinita) sigue siendo un objetivo irrenunciable para nuestro presente, y casi podríamos decir que a cualquier precio.
Pero estas necesidades de producción eléctrica (equipamientos, infraestructuras, etc.) tuvieron, y siguen teniendo, un importante impacto en las comunidades locales, normalmente alejadas de los lugares que la demandan. Un aspecto más a tener en cuenta en esa eterna relación/tensión entre el rural y lo urbano. O, dicho de otra forma, una vez más evidenciando sobre el territorio las dinámicas capitalistas que con su lógica alteran espacios locales, sociales y económicos, derivando beneficios en un único sentido: extractivismo de diferentes intensidades. Y estos procesos son y han sido globales, no locales como podríamos pensar a la simple vista de nuestro inmediato tiempo y entorno.
Y hemos llegado aquí por culpa de la lectura de “El desarrollo eléctrico y territorial en el oriente de Cantabria”, que formando parte de una publicación más amplia, La electrificación y el territorio: historia y futuro, publicado por la Universitat de Barcelona y cuya autoría pertenece a Jesús Miguel García, nos ha servido para comprender cómo, procesos y dinámicas “tan actuales” no son sino viejas fórmulas de una misma forma de hacer las cosas. Allí encontramos, como está sucediendo hoy, pero hace algo más de un siglo, en lo que ahora conocemos como oriente de Cantabria, se vivió la implantación de la generación eléctrica, la hidroelectricidad. No vamos por tanto a hablar del Valle del Nansa en esta ocasión, sino del pequeño Asón, modesto en tamaño, pero con una interesante y creemos poco conocida historia vinculada a sus aguas como generadoras de la electricidad que los habitantes de esa comarca necesitaban…. y de otras que vieron su potencialidad como recurso a extraer. Ese proceso de “electrificación total” que vivimos, empezó hace un poco más de un siglo. Y como antaño, se prevén procesos de transformación del territorio contundentes, y como antaño también, por necesidades “globales” y desde focos de decisión poco participados por los habitantes. ¿Cómo ahora?
García Rodriguez nos explica cómo el capital foráneo encontró en la cuenca del Asón y del Agüera un recurso importantísimo para su demanda de consumo creciente y constante en ese crecimiento, del entorno industrial de Bilbao y la cuenca del Cadagua.
En esos años de cambio de siglo, la vorágine de actividad estaba, en esta costa oriental, centrada en la transformación del pescado, y especialmente, en la actividad minera. Valle arriba, la población descendía hacia estos núcleos de actividad, y la concentración de población allí, casi como ahora, era muy importante, incluso en términos cuantitativos, respecto a la capital Santander. De ahí que esos primeros intentos por electrificar poblaciones tuvieran a Castro Urdiales, Santoña, Laredo, Colindres. Pero también Limpias, Ampuero, Udalla, Rasines, Gibaja [La Sociedad Anónima Electra Vasco Montañesa fue fundada en Valmaseda en 1897 y su objetivo era suministrar alumbrado y fuerza motriz en Ampuero y Limpias, aunque luego amplió a Santoña]. Y Lanestosa, que forma parte de la cuenca del Asón.
La demanda de electricidad en estos inicios estaba marcada por dos actores: la industria (minería y transformación de pescado, con el alumbrado público dentro de ella) y los hogares (esa concentración de población en torno a los núcleos costeros que hemos mencionado). Pero su uso estaba muy lastrado por la todavía deficiente distribución [la distribución la constituyen los cables de alta, media y baja tensión. Esos que transportan la energía eléctrica desde donde se produce hasta donde se consume].
El pozo de los Mártires en Rasines, y el entorno de molinos de Limpias y Marrón vieron la inversión de esas primeras empresas de capital foráneo que buscaban el recurso para rentabilizarlo en los focos de demanda exteriores su inversión: Electra Vasco Montañesa. Pero también en el Agüera, en el Gándara. Se estaba conformando en estos primeros años del SXX una incipiente red de producción y distribución de electricidad por toda la comarca Oriental, basada principalmente en la potencia del agua, como había sido habitual antes con los molinos y ferrones vinculados a estos cauces.
Todo esto suena a actual, como las quejas habidas en Castro Urdiales, en un contexto de nuevas empresas, fusiones y adquisiciones entre compañías y nueva generación eléctrica, con mitin incluido, donde se protestó por “la subida del fluido eléctrico”, llegando a valorar darse de baja colectivamente, tal y como recogía La Correspondencia de España el 15 de marzo de 1920. Ese contexto nos sonará: la Electra Vasco Montañesa se tornará Electra de Viesgo (Banco de Vizcaya). Y la Electra Agüera a Iberduero, ahora Iberdrola.
La demanda de electricidad con destino industrial, también está detrás de la llegada al Gándara de la generación eléctrica, en Regules, y con la misma fórmula que en el bajo Asón: la adquisición de los permisos de los molinos harineros en primera instancia. Y es que el constante aumento de la demanda eléctrica de la industria papelera asentada en el Cadagua no cesaba y comprometía su viabilidad. Como respuesta, en 1901 se crea Fuerzas Motrices del Gándara. Antes, en 1896 se aprovechó ya el Molino Cabo el Mar. Lo que llevó la electricidad a Soba y a Lanestosa. Incluso se plantean crear una empresa para ello (Rodríguez, 2017). La próxima vez que paséis por Regules, o que os asoméis al fantástico mirador de Aja, tenedlo en cuenta. El Gándara sigue generando electricidad, como el Asón. Por cierto, Papelera Española terminaría comprando Fuerzas Motrices del Gándara. La producción no podía quedar comprometida por falta de energía. ¿A que suena a actual?
Y llegamos a otro hito en la comarca donde encontramos esa excusa del pasado que ayuda a analizar el presente. Nos referimos al proyecto de creación de un salto de agua a partir de un embalse en una zona del actual Parque Natural de los Collados del Asón. Leamos la noticia que Madrid Científico publicó en el año 1919. Ese interés, por una necesidad externa, choca con una oposición vecinal, puesto que el uso que se le da a ese emplazamiento sí es de interés para ellos. Pero también identificamos una forma de entender las relaciones con las comunidades: “Asegurase también que el que ha solicitado del Ministerio de Fomento la concesión para aprovechar las aguas de ese pantano, creando un salto para producción de energía, se ha dirigido al Ayuntamiento de aquel término municipal ofreciendo 100.000 pesetas a cambio de que no se oponga al proyecto y como indemnización a los perjuicios que originaran a los pueblos de Villaverde, San Martín, Cañedo, Hazas y algún otro”. ¿Suena a actual? Dejémoslo ahí.
Capel nuevamente nos recuerda cómo la energía generada no vuelve necesariamente para el medio local, y puede no producir ningún beneficio para el municipio donde se instala el equipamiento. Se defiende que debería haber compensación para los municipios donde se instalan, y que las normas legales que fomentan la construcción de esas centrales se presentan como “una contradicción entre los intereses globales, representados por los agentes hegemónicos, y la realidad local, representada por los municipios donde los emprendimientos están localizados, cuyos intereses no son necesariamente conciliables”. Como podemos fácilmente imaginar, la Cooperativa Electra Ramales y la Electra Asón, promovida esta última por el indiano de Arredondo Juan Madrazo Abascal para suministrar electricidad a los habitantes de Arredondo, Valle, Riva y Ogarrio, no tuvieron gran recorrido. Y eso a pesar de usar la noche para producir electricidad, puesto que por el día se molía en la misma instalación.
En resumen, en estos primeros años del XX, de dos centrales térmicas (Castro Urdiales y Santoña) se pasó a seis centrales hidroeléctricas. Y sin contar estas pequeñas instalaciones que aprovechaban los molinos viejos o todavía en funcionamiento cuyo objeto era únicamente suministrar electricidad a los vecinos más próximos.
Este rápido crecimiento también propició la concentración empresarial buscando la máxima eficiencia (rentabilidad) en las instalaciones, cada vez con mayores necesidades de inversión, riesgo, explotación, etc. respondiendo siempre a necesidades (negocio) de una demanda externa. Todo como en otros territorios, con los mismos factores, consecuencias y efectos reconocibles en la actualidad.
Siendo todo esto sabido ya, quizá sea el momento de afrontar las necesidades energéticas que nuestras vidas tienen en este territorio, como en otros, y decidir conjuntamente qué tecnologías, y qué impactos (en nuestras vidas y en nuestro territorio) estamos dispuestos a asumir, pensando en un futuro compartido y posible para otros, que no seamos nosotros. Puede que las pequeñas comunidades energéticas locales sean una posible respuesta ante el viejo reto de obtener energía para nuestras vidas. Como lo intentaron las primeras propuestas que reutilizaban instalaciones ya existentes y buscaban cubrir una necesidad común.